Putin, Netanyahu y los golpes a Trump

Cómo Polonia y Qatar cuestionan su liderazgo global

Editorial

Editorial / Análisis – Mundiario

Los ataques rusos en territorio polaco y el bombardeo israelí en Doha evidencian la fragilidad de la estrategia internacional de Donald Trump y ponen en duda su papel como mediador en dos conflictos que prometió resolver.

Dos golpes casi simultáneos, separados por apenas unas horas, han puesto contra las cuerdas la estrategia internacional de Donald Trump y evidenciado el fracaso de su promesa más ambiciosa: devolver la paz a dos escenarios en guerra, Ucrania y Oriente Próximo. El bombardeo israelí sobre líderes de Hamás en Doha y la incursión de drones rusos en el espacio aéreo de Polonia han revelado hasta qué punto el presidente estadounidense carece de control sobre sus principales aliados y adversarios.

El primer desafío llegó desde Oriente Próximo. Israel, el socio más estrecho de Washington en la región, lanzó un ataque en la capital catarí sin avisar a la Casa Blanca. Trump, que siempre ha cultivado una relación personal con Benjamín Netanyahu, reaccionó con un reproche poco habitual hacia su “amigo” israelí por bombardear un país aliado y mediador en las conversaciones de paz. La operación no solo puso en riesgo la negociación sobre la liberación de rehenes, sino que también dejó a Trump en una posición incómoda: defender a su aliado histórico mientras asumía públicamente su falta de control sobre la agenda militar israelí.

Apenas unas horas después, un incidente de mayor alcance sacudió Europa. Diecinueve drones rusos fueron derribados tras violar el espacio aéreo de Polonia, miembro de la OTAN. El primer ministro polaco, Donald Tusk, calificó la incursión como “un acto de agresión”, y la Alianza Atlántica inició consultas de urgencia. Para Trump, que en campaña prometió detener la guerra de Ucrania en “su primer día en el Despacho Oval”, el episodio supone un duro golpe a su credibilidad: ni logró contener a Vladímir Putin ni puede presumir de avances significativos en el frente diplomático.

El contexto complica aún más la situación. Apenas tres semanas atrás, Trump recibió a Putin en una base militar de Alaska para iniciar conversaciones sobre el final de la guerra. El gesto, que sacó al líder ruso de su aislamiento internacional, fue interpretado por Moscú como una concesión. Desde entonces, Putin no solo ha elogiado públicamente al presidente estadounidense, sino que ha intensificado su ofensiva en Ucrania y ahora se atreve a desafiar directamente a la OTAN.

Trump, atrapado entre dos aliados difíciles y un adversario imprevisible

El bombardeo israelí y la incursión rusa dibujan un escenario en el que Trump queda atrapado entre dos aliados difíciles y un adversario imprevisible. Netanyahu actúa al margen de Washington; Putin utiliza la diplomacia para ganar tiempo y seguir presionando sobre el terreno. En ambos casos, el resultado es el mismo: la imagen de un presidente que proyecta autoridad, pero cuya influencia real parece limitada.

La paradoja es evidente. Mientras Trump busca consolidar su papel como mediador global e incluso aspira a un Nobel de la Paz, las dos guerras que prometió resolver están más activas que nunca. En Oriente Próximo, el bombardeo de Doha ha tensado las relaciones con Qatar, un socio clave en las negociaciones con Hamás. En Europa, la provocación de Putin aumenta el riesgo de un conflicto directo con la OTAN y pone a prueba el compromiso de defensa mutua recogido en el artículo 5 del Tratado Atlántico.

A esta fragilidad estratégica se suma la falta de una respuesta coherente. Trump se mostró ambiguo con Netanyahu, duro en las formas pero blando en las consecuencias, mientras ha optado por el silencio en relación con Polonia, limitándose a pedir a la Unión Europea que imponga aranceles al petróleo ruso como medida de presión indirecta. Una estrategia que, a la vista de los últimos movimientos del Kremlin, parece insuficiente para contener la escalada.

El efecto geopolítico de estos dos episodios es doble: Trump pierde margen de maniobra y Estados Unidos cede protagonismo en un tablero internacional cada vez más fragmentado y multipolar. China y Rusia avanzan en su alianza estratégica, Israel refuerza su autonomía militar y Europa empieza a cuestionar la fiabilidad de Washington como garante de la seguridad atlántica.

La lección es clara. Si Trump pretende mantener la influencia global de Estados Unidos, necesitará algo más que gestos diplomáticos y promesas de paz. Tendrá que afrontar de manera directa la creciente desobediencia de sus aliados y el desafío abierto de Putin. Mientras eso no ocurra, los episodios de Qatar y Polonia serán recordados como dos manotazos que dejaron al descubierto la fragilidad del liderazgo estadounidense.

Vía: Other News

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