Pasado, presente y futuro del sistema político democrático

Ágora

Guido Mora

Antecedentes

Guido Mora

¿Cómo fue la Costa Rica que tuvimos en los años 70 y 80?; ¿cómo cambió a partir de los años 80 y 90?: ¿de dónde venimos como país?; ¿cómo es la Costa Rica que tenemos en la actualidad?;, ¿cómo queremos que sea la Costa Rica del año 2050?; ¿cómo será el país en lo que resta del Siglo XXI?

¿Se han hecho ustedes, queridos lectores y lectoras estas preguntas?; ¿han pensado en lo que tuvimos, tenemos y deseamos heredar a nuestros hijos y nietos, en este privilegiado país; en nuestra querida Costa Rica?

Tengo la impresión de que pocos ciudadanos reflexionamos sobre estos temas: a todos nos consumen las tareas de nuestra cotidianidad. Sin embargo, aunque los ciudadanos comunes no lo hagamos con frecuencia, para quienes militan en los partidos políticos y pretenden gobernar el país, esta actividad debería de ser una labor cotidiana.

Lamentablemente, el ejercicio reflexivo sobre el tipo de sociedad que deseamos legar a las futuras generaciones sucumbe, ante la práctica común de muchas organizaciones políticas, que no superan el razonamiento simplista y el cortoplacismo, orientado por intereses políticos particulares, de quienes desean ocupar posiciones de elección pública, aun sin tener claros los objetivos y metas a cumplir, ante una eventual gestión política.

Este es el gran pecado de las organizaciones y los individuos que integran el universo político costarricense.

El legado democrático

Son casualmente, efemérides como la conmemoración de la Abolición del Ejército; las referencias al estado de bienestar y las continuas reflexiones vinculadas a la formación y la educación de los costarricenses, las que nos permiten sentirnos orgullosos de un pasado que ciertamente moldeó la idiosincrasia nacional.

Las acciones realizadas por las anteriores generaciones de costarricenses posibilitan hacer referencia a un país que, aunque para algunos constituya un problema reconocerlo, es distinto de muchos otros que nos rodean en Centroamérica y otros, con los que compartimos en el concierto mundial de las naciones.
Quiero sin embargo lanzar una voz de alerta: Costa Rica está viviendo de un pasado que paulatinamente se erosiona.

El estado de bienestar, modelo político impulsado en décadas pasadas, cada día se debilita más y tiende a desaparecer. Es preocupante pensar que no hay certeza que pueda ser financiado -o que exista interés que se le financie-, en el marco de la ejecución de un modelo de desarrollo, impulsado por los grupos políticos y económicos hegemónicos, a lo largo de los últimos 20 años.

Esta situación adquiere mayor relevancia ante el impacto catastrófico causado por la crisis sanitaria, que ha golpeado nuestro país el último año y que es parte de un clivaje que ha estremecido el entorno social, político y económico costarricense.

Nuestra democracia, qué permitía la elección de los mejores, está amenazada por muchos factores.

Deseo hacer referencia a dos de ellos que me parecen medulares: por una parte, al abandono de la formación cívica, que debería construir en cada costarricense, a un defensor de la democracia, de manera que todos aquilatemos las bondades de un sistema político igualitario y participativo; y por otra, el uso de novedosos mecanismos de comunicación y manipulación, instrumentalizados por quienes, desde las redes sociales y otros medios de comunicación e interacción social, pretenden arrastrar a los ciudadanos a adherir sus planteamientos acuñados en el marco de la posverdad, con el fin de imponer sus criterios y perspectivas, a partir de la producción y difusión de noticias falsas y mentiras.

Nuestro modelo político

La abolición del ejército marcó profundamente la idiosincrasia y la manera de ser de la sociedad costarricense. Es un hecho que se convirtió en un hito histórico, nacional e internacional. Constituye un acontecimiento distintivo de esta pequeña Nación que, a diferencia de otras, sustituyó el uso de la fuerza por el Derecho Internacional, como instrumento para dirimir las diferencias con sus vecinos.

Costa Rica se convirtió en un país que invirtió los recursos que otros gastan en armas -la mayoría de las veces utilizadas para reprimir a sus conciudadanos-, en procurar el bienestar de su población.

Lamentablemente debemos de reconocer que el diseño de esta arquitectura institucional constituye parte de ese pasado cercano; de una realidad histórica que poco a poco se va desvaneciendo.

Hoy escuchamos con estupor a voceros de diversos grupos de costarricenses, qué privilegian las ideas teocráticas o plutocráticas, sobre las democráticas. Otros ciudadanos luchan por perpetuar un modelo de desarrollo que ha generado desigualdad y ha restado credibilidad al sistema político democrático, favoreciendo sus intereses -y los de pequeños grupos-, en detrimento del interés general. Algunos se manifiestan incluso a favor de la creación del ejército y elogian a países que cuentan con estas organizaciones, sin tener conciencia clara de lo que significa destinar recursos para la adquisición de armamento militar, que solo enriquece a empresas transnacionales, mercantes de la muerte.

Esta realidad que no es sino el resultado de la ausencia de formación política, y por qué no, de la ignorancia en que se han visto sumidos muchos sectores sociales, pone en riesgo el futuro democrático de nuestro país.

Para muchos sectores económicos, políticos y sociales, la formación y el fortalecimiento de la cultura política no constituye una acción de importancia. Existen grupos interesados en privilegiar ideas económicas que promueven la explotación, la perpetuación y la defensa de modelos de producción orientados a mantener e incrementar sus privilegios, ampliando desmesuradamente sus beneficios particulares, sin preocuparse por fortalecer los mecanismos de solidaridad, distribución y equidad social.

La prevalencia de esta lamentable situación me conduce a afirmar, de una manera categórica, que no existe una preocupación real y/o una voluntad generacional de prolongar las condiciones sociales y políticas que genera el estado de bienestar, para las futuras generaciones.

El deterioro de estas condiciones y del estado social de derecho, así como la poca credibilidad en el sistema político democrático, forman parte de una concepción política e ideológica de algunos sectores de la sociedad costarricense.

El desinterés de los grupos hegemónicos de divulgar, prolongar y profundizar la concepción democrática es palpable. Lamentablemente, ese objetivo constituye una meta de segunda mano, sobre todo de aquellos que incluso pretenden que Costa Rica se transforme en una nación de personas con alguna formación técnica, -porque hasta la educación ha perdido calidad-, y que posibilite la producción de bienes con poco valor agregado, para competir con estructuras productivas basadas en el pago mano de obra barata, que caracteriza a otras naciones hermanas.

El futuro del sistema político costarricense

Es imprescindible tomar conciencia respecto de la herencia que queremos legar a las futuras generaciones.

Como generación, tenemos que realizar las acciones necesarias para que los beneficios del estado de bienestar, se mantengan, perpetúen y profundicen, en beneficio de los costarricenses del futuro.

Es importante que asumamos un compromiso desde la educación, desde la cultura, -tan venida a menos incluso con los recortes presupuestarios realizados por los diputados y otras autoridades políticas-, con el fin de extender los beneficios socioeconómicos que provee la búsqueda del bienestar de las mayorías y la eliminación de modelos económicos depredadores. Debemos luchar contra las propuestas económicas que procuran la sobrevivencia de los más fuertes y contra las exégesis que procuran la satisfacción de las necesidades de los más pobres, mediante mecanismos de desborde, goteo o derrame, que han mostrado ser una estafa económica y social.

Tenemos un gran reto, un reto y un compromiso con las futuras generaciones, a las que estamos en obligación de entregar un país más igualitario, equitativo y democrático. Un país que posibilite a los jóvenes su inserción inteligente en el nuevo orden económico que prevalecerá después a la crisis sanitaria.

Espero que podamos asumir este reto, que los grupos democráticos comprendan la importancia de librar esta lucha, por el bien de nuestro país.

Aspiro a que la clase política entienda este desafío y sustituya sus objetivos personalistas y cortoplacistas, por el verdadero y genuino interés general.

Esta repito, es una reflexión que deberían hacer quienes, a las puertas de un nuevo proceso electoral y desde organizaciones políticas serias, aspiren a gobernar nuestro país.

Son los miembros de la clase política, quienes deben una respuesta franca los costarricenses, pues Costa Rica ante la gravedad de la situación económica y política que prevalece, no aguanta más ocurrencias, personalismos e improvisaciones.

* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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