Otra derrota imperial

Freddy Miranda Castro

Afganistán

Los afganos han derrotado a tres imperios. En tres ocasiones al imperio británico. La primera entre 1839-1842. La segunda 1872 – 1880. La tercera en 1919. Al parecer los británicos no terminan de aprender su lección en Afganistán puesto que los han vuelto derrotar (2001-2021) solo que está vez como lacayos del dominante imperio actual, USA.

En 1841 de 16.000 soldados británicos que tomaron Kabul solo uno sobrevivió. Según el historiador militar Huw Davies, citado en 2009 por BBC Mundo: “Las cosas han cambiado mucho desde 1919. El ejército británico ha librado innumerables batallas en muchos otros lugares, de las que se han extraído valiosas lecciones, y los avances tecnológicos han dado a luz a análisis de inteligencia más fiables.” Pues bueno, con todos esos avances tecnológicos una vez más fueron derrotados; está vez bajo el alero de su hermano mayor los gringos.

El imperio soviético también se quebró los dientes en Afganistán. Estuvieron allí 10 años y salieron derrotados. Eso sí causaron un enorme costo humano; en ese lapso la población afgana descendió de 13,41 millones a 11,61 millones (1979-1988).

Los estadounidenses han estado 20 años ocupando Afganistán con el apoyo de la OTAN y también salen derrotados.

En casi 200 años y con la derrota de tres imperios los afganos han demostrado una tozudez y capacidad resistencia solo comprable con la de los vietnamitas. Uno puede pensar lo que sea de los Talibanes, pero son herederos de una milenaria tradición de resistencia de su pueblo.

En los años setenta vi una película sobre Afganistán que iniciaba con una escena en la que un jinete levantaba su mirada para ver la lejanísima silueta de un jet. A partir de allí todo el desarrollo de la historia era en una sociedad medieval. La imagen del jet era para señalar que no estábamos en el año 1400; si no en 1970.

El afgano no es un pueblo adocenado y debilitado por el confort de la modernidad. Eternamente dividido en luchas tribales está acostumbrado a matar y a morir. Es profundamente patriarcal y misógino, en resumen, un pueblo atrasado culturalmente, con una economía rural y ahora sustentada en el cultivo del opio en un medio natural extremadamente hostil y demandante. No es un lugar para los débiles, solo personas extraordinariamente inteligentes con una gran capacidad de creatividad y adaptación al entorno, pueden sobrevivir allí.

En tanto los soldados estadounidenses y europeos invadieron Afganistán con la última tecnología militar y pensando en una guerra y un triunfo rápido. ¡Y así fue! En un par de meses se desmoronó el gobierno de los Talibanes y los nuevos cruzados tomaron Kabul. El problema no era llegar, ver y vencer. Los ingleses y los rusos también lo hicieron en su momento. El problema era y es permanecer, entre una población que no te quiere, que no te ve como un libertador, si no todo lo contrario: ¡Como un invasor!

En su momento un amigo soviético me contó que cuando los rusos preparaban un ejercito local para enfrentar a los muyahidines y los formaban para instrucción de vez en cuando y cada vez más a menudo, alguien disparaba al o los instructores soviéticos cuando estaban de espaldas. Todos los afganos permanecían en formación y nadie decía nada. En esas situaciones los soviéticos optaron por barrer con todos los afganos formados, a punta de metralla. Era una guerra que nunca iban a ganar, hasta que se fueron con el rabo entre las piernas y la economía soviética más destrozada que antes de la invasión.

Yo me pregunto ahora: ¿Cuántos talibanes se enrolaron en el ejército que formaron y entrenaron los Estados Unidos y la OTAN? Probablemente fueron legión.

Además, está el tema del relato con que los ocupantes justifican su indeseada presencia: “Estamos liberando a los afganos de unos terroristas, misóginos, bárbaros e incultos, para permitir la construcción de una democracia y llevar a Afganistán a la modernidad. Porqué si no lo hacemos, muy pronto tendremos a esos talibanes en nuestro propio país”. ¡Muy bien! Es un relato que permite enrolar soldados, desatar una guerra y con ella justificar una buena cantidad de atrocidades. El tema es por cuánto tiempo puedes funcionar con un relato como ese. Cuando llevas años de estar allí ese relato se va erosionando hasta que los propios soldados empiezan a preguntarse: ¿Qué diablos estamos haciendo aquí a miles de kilómetros de casa, entre una gente que nos odia?

Además, los afganos y los talibanes tienen su propio relato: “Esta es nuestra tierra, tenemos miles de años de vivir aquí y no vamos aceptar que unos invasores extranjeros, la mancillen, insulten a nuestros dioses y a nuestras mujeres”. Para una cultura patriarcal e islámica, el tema de las mujeres no es menor en su ideario colectivo. Es un relato por el que estas dispuesto a morir y otros están dispuestos a sustituirte en una cadena sin fin. O los matas a todos o vas a estar peleando por siempre. Y no los puedes matar a todos. Es cierto que siempre hay quienes contemporizan con los invasores, pero no son la mayoría, al menos no en Afganistán y son unos corruptos que se alimentan de las migajas del imperio. En el caso de Afganistán parece que los gringos se gastaron en 20 años más de 80 mil millones de dólares solo en la formación de un ejército local que ahora está siendo derrotado en unas pocas semanas porque ni siquiera enfrentan a los talibanes, prefieren salir corriendo.

A los gringos se los dijeron, les presentaron las lecciones de la historia y aún así primo más la arrogancia imperial, la corrupción y la codicia del complejo militar industrial que es el único ganador de la guerra más larga en la historia de Estados Unidos y que les dejó gigantescas ganancias.

Por supuesto los muertos y los lisiados los pusieron los latinos, los negros y los jóvenes rurales de los Estados Unidos, que son los que se enrolan en el ejército tratando de labrarse un futuro en una sociedad que es sumamente clasista y desigual.

Pronto veremos una buena película que se titule: ¡Good Morning, Afganistán!

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