Osos marinos y avestruces en celo, el lado salvaje de Ciudad del Cabo

Por Christian Selz (dpa)

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Los lobos marinos sudafricanos aman las rocas en las costas de la isla Duiker. Foto: Christian Selz/dpa

La bahía Falsa luce como un espejo en la mañana invernal frente a Simon’s Town, una pequeña localidad al sur de Ciudad del Cabo, en el extremo meridional de Sudáfrica.

«No es el peor día para una salida al mar», opina Derek, quien desde hace 20 años ofrece paseos en kayak por la bahía.

Sus participantes suben a los pequeños botes para observar animales que algunos no imaginan en absoluto que podrán ver en África.

Luego de una breve sesión informativa sobre seguridad, el grupo comienza a remar rumbo a la salida al mar pasando por los lujosos yates amarrados en el puerto de Simon’s Town y las fragatas de la cercana base de la Marina.

En tres botes individuales, Derek y dos colegas acompañan a los turistas en la excursión, en la que de repente reciben una compañía gigantesca. Una ballena jorobada sale a la superficie a unos pocos cientos de metros detrás de los kayaks para tomar una larga bocanada de aire.

Los kayaks, muy estables, cortan el agua absolutamente plana con una velocidad sorprendente. Derek se dirige a una roca que sobresale del agua a unos 500 metros de la costa y que sirve de soleada terraza para descansar a una foca al parecer bien alimentada.

La atracción central del paseo son sin embargo aves marinas que pueden nadar tan graciosamente como los peces: los pingüinos de El Cabo o de anteojos, como también se los conoce.

La única especie de pingüino que vive en el continente africano tiene uno de sus últimos refugios en la playa de Boulders, cerca de Simon’s Town.

Cerca de 2.500 de estas aves negras y blancas viven en esta colonia, estrictamente protegida, que forma parte del Parque Nacional de la Montaña de la Mesa (Table Mountain).

Durante dos a cuatro millones de años, estas aves no voladoras se han criado relativamente tranquilas en los pequeños islotes de las costas de las que hoy son Sudáfrica y Namibia.

Hacia 1900, se estima que la población de pingüinos era de entre tres y cuatro millones de animales. En la actualidad, esta especie cuenta con solo 36.000 ejemplares.

Los animales fueron desplazados de las islas porque los humanos extrajeron el guano, el material de construcción de sus nidos, y luego también les robaron los huevos. Los pingüinos se retiraron a tierra firme, donde quedaron bajo amenaza de los depredadores.

Estas aves se encuentran ahora bajo protección del Parque Nacional de la Montaña de la Mesa, como también amplias regiones de la Península del Cabo y numerosas zonas marinas cercanas a la costa.

Hace tiempo que Ciudad del Cabo se dio cuenta de que los animales del espectacular mundo acuático que rodea la metrópoli son mucho más valiosos vivos.

De ello se benefician también las focas que se han reunido a pocos kilómetros al oeste del puerto pesquero de la bahía Hout, en las rocas barridas por las olas de la isla de Duiker. Unos 3.000 lobos marinos sudafricanos abarrotan la pequeña isla.

Estos lobos, de hasta 300 kilogramos de peso, se dejan ver no solo desde un bote sino también en excursiones guiadas de snorkel.

Los guías Jami Marnitz y Sam Sivewright dan a los participantes de la excursión trajes de neopreno de cinco milímetros de espesor y un chaleco adicional de neopreno, cuyo sentido se hace evidente inmediatamente después de saltar a las frías aguas del Atlántico, de unos 12 grados de temperatura.

Una vez que se supera el primer shock de frío, un extraño calor inunda el cuerpo. La atención se centra ahora en los lobos marinos: juguetones, curiosos y torpes.

Una y otra vez, los animales pasan disparados hasta justo delante de las gafas de buceo. También se detienen un momento para observar a los extraños intrusos y luego se alejan con elegancia.

Jami asegura que las experiencias más magníficas se viven en marzo y abril, cuando las crías de los lobos marinos comienzan a nadar en el mar.

Según afirma, también es interesante la época de apareamiento entre octubre y noviembre. «Se besan y realizan una danza íntima», describe.

El Cabo también tiene mucho para ofrecer en tierra firme. En una excursión guiada en bicicleta se puede explorar la sección del parque nacional situada en el extremo más suroccidental de África.

Aquí, la costa desciende abruptamente hacia el este por escarpados acantilados hasta la bahía Falsa. En los matorrales pastan antílopes eland de hasta una tonelada de peso y bonteboks más pequeños.

Una avestruz hembra corre por la carretera delante de los ciclistas. A continuación, justo antes del Cabo, un avestruz macho ejecuta una danza de aspecto extraño en la que arrastra el pecho casi por el suelo y agita las alas.

«Se trata de una danza de apareamiento», explica el guía Eduard Snyman. El avestruz quiere impresionar a la dama.

Ante el letrero de madera donde se detallan las coordenadas geográficas del Cabo se han reunido un par de turistas. En este lugar, antes de la pandemia de coronavirus, gente de todo el mundo esperaba en largas colas para hacerse la obligada foto de recuerdo.

Apoyados por el silencioso zumbido del motor eléctrico, los ciclistas siguen subiendo por la ahora sinuosa carretera hacia el Cabo Point. En lo alto de los escarpados acantilados, el antiguo faro sigue siendo motivo para una postal.

Frente a una tienda de souvenirs cerrada, una primate babuina pone la mira en una pareja de turistas desprevenida y les arrebata sus bolsas de provisiones.

Eduard Snyman advirtió sobre los monos ladrones y ahora tiene que reprimir la risa. No se permite alimentar a los animales, bajo amenaza de una multa, pero a ellos les gusta salir a merodear la posibilidad de llevarse un apetitoso botín.

Antes de planificar un viaje a Ciudad del Cabo, vale la pena recordar que, en esta zona del hemisferio sur, el clima es cálido y seco de noviembre a marzo, mientras que la temperatura baja bastante de mayo a septiembre, especialmente durante la noche.

dpa

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