El director de la orquesta cumple una función clave en la orquesta sinfónica, e incluso de la formación musical. Es una persona que no sólo mantiene el tiempo de la pieza y da las entradas de los instrumentos para que la interpretación sea coherente, sino que debe interpretar la partitura según el concepto “global”, manteniéndose fiel al espíritu original de la obra pero dando una visión personal. Para conseguirlo, debe conocer en profundidad la vida y obra de los compositores. El director no aparece en la orquesta hasta el siglo XIX, cuando realmente se establecieron los estándares de orquesta sinfónica, y surgió casi por motivos estéticos. Antes era el primer violín (concertino), el clavecinista u organista quien dirigía (continuista), y actualmente se encargan de afinar el conjunto y de la colocación del director dentro del campo visual de los intérpretes. El solista en las obras se sitúa junto al director.
Durante el siglo XX y lo que va del XXI hubo varios grandes maestros de la dirección. Entre ellos destacan:
1. Arturo Toscanini
(Parma, Italia, 1867-Nueva York, 1957) Director de orquesta italiano. Inició su carrera musical como violoncelista, pero demostró grandes dotes para la dirección que le granjearon un inmediato prestigio. Entre los años 1898 y 1903 fue director de la Scala de Milán, donde dio a conocer nuevas partituras de los repertorios alemán y francés, además de dedicar especial atención al repertorio sinfónico, algo olvidado hasta entonces.
Durante los tres años siguientes emprendió una gira de conciertos por toda Italia y luego actuó en Buenos Aires, para regresar a la Scala dos temporadas más, antes de trasladarse a Nueva York para dirigir el Metropolitan Opera (1908). Allí siguió apostando, además del repertorio acostumbrado, por las obras líricas de su tiempo, y fueron muchas las óperas que interpretó por vez primera en Estados Unidos, entre ellas La fanciulla del West (1910) o Boris Godunov (1913).
Regresó en 1915 a Italia y reanudó sus funciones como director en la Scala (1920), donde le fueron concedidos poderes nunca otorgados hasta entonces, gracias a lo cual pudo incrementar la orquesta hasta cien intérpretes y formar un coro con 120 voces. En 1929 realizó una gira triunfal por Viena, Berlín y Bayreuth, pero ese mismo año se agravaron sus problemas con el régimen fascista, lo que le llevó a dimitir de su cargo y trasladarse, sin renunciar nunca a la ciudadanía italiana, de nuevo a Estados Unidos.
Fue nombrado director de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, formación con la que realizó numerosas giras, incluso durante los años de la guerra, con excepción de los países germánicos e Italia. Desde Nueva York, centro de sus últimos veinticinco años de carrera artística, viajó a Europa y América del Sur, y en todas partes fue aclamado siempre como uno de los más grandes directores de su tiempo.
Primer movimiento de la Sinfonía N° 5 de van Beethoven
2. Herbert Von Karayan
(Salzburgo, actual Austria, 1908 – Anif, id., 1989) Director de orquesta austríaco. Reverenciado y detestado, siempre polémico, si hay un músico que represente mejor que nadie la dirección orquestal durante el siglo XX, ése ha sido Von Karajan. Por un lado su carisma, su forma apasionada de acercarse a la música, su capacidad única para arrancar las más brillantes sonoridades a la orquesta (aunque basado en una realidad, se ha convertido ya en un tópico hablar del «sonido Karajan») y, por otro, tanto su culto a la técnica y los estudios de grabación como su profundo conocimiento del mercado discográfico lo convirtieron en la batuta más popular y aclamada de toda la centuria y también en una de las más vilipendiadas por quienes le criticaban su afán megalómano, su superficialidad a la hora de afrontar el repertorio y su conservadurismo estético, cerrado a las nuevas corrientes musicales de su tiempo. Acusaciones estas que, siendo ciertas en el fondo, no pueden hacer olvidar su magisterio en la interpretación de las grandes obras del repertorio sinfónico y operístico romántico, con Beethoven, Tchaikovski y Richard Strauss a la cabeza.
La música fue algo habitual para Karajan desde su más tierna infancia: su padre era clarinetista aficionado y su hermano, organista. El primer instrumento del pequeño Herbert fue el piano, en cuya práctica se inició en el prestigioso Mozarteum de su ciudad natal. Alentado por su maestro Bernhard Paumgartner, se trasladó a Viena, donde su interés derivó hacia la dirección orquestal.
Su debut en tal disciplina, al frente de una orquesta de estudiantes, tuvo lugar en la Academia de Música de la capital austriaca en 1928. El oficial, al frente de una orquesta profesional, la de Salzburgo, se produjo poco después, en 1929, año, además, en que fue nombrado director de orquesta del modesto teatro de la Ópera de Ulm, cargo en el que permaneció hasta 1934 y en el cual adquirió, mediante la práctica diaria, la experiencia y técnica indispensables para abordar destinos y metas más altos.
Durante el III Reich, en un momento en que las mejores batutas (Erich Kleiber, Bruno Walter, Otto Klemperer) se hallaban en el exilio, Von Karajan se confirmó como la nueva promesa de la escuela directorial germánica. En esa época debutó en las óperas de Viena (1937) y Berlín (1938), la segunda de las cuales dirigió como titular desde 1939 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La derrota de Alemania frenó temporalmente su carrera al serle prohibida toda actuación por su clara vinculación al régimen hitleriano.
Este veto se mantuvo hasta 1947, año a partir del cual puede decirse que el fenómeno Karajan alcanza toda su magnitud. En este sentido, tiene especial trascendencia el año 1948, cuando, a instancias del productor discográfico británico Walter Legge, fue nombrado titular de la Philharmonic Orchestra de Londres, con la que realizó una larga serie de grabaciones que hicieron de él una estrella internacional.
A la muerte de Wilhelm Furtwängler en 1954, Von Karajan abandonó la formación londinense para aceptar la dirección de la Filarmónica de Berlín, la orquesta cuya dirección había constituido desde siempre uno de sus más anhelados objetivos y al frente de la que ya había debutado en 1938. Desde 1955 hasta 1989, cuando presentó su dimisión por motivos de salud, fue titular de esta formación, una de las más prestigiosas del mundo.
Con ella, así como con la Filarmónica de Viena, realizó sus mejores grabaciones discográficas, con un repertorio que abarcaba desde la música de autores barrocos, como Johann Sebastian Bach, hasta alguna incursión en el repertorio contemporáneo, con obras de Stravinski y la Segunda Escuela de Viena. Siempre curioso e interesado por los avances y nuevas técnicas, en 1982 grabó el primer disco compacto preparado para lectura de rayos láser.
Herbert von Karajan fue también poseedor de una considerable fortuna, conseguida a través de diversos negocios: entre ellos, la poderosa compañía discográfica Deutsche Grammophon, en la que un tercio de sus beneficios dependían de sus grabaciones; una agencia artística que contrataba los mejores intérpretes actuales; la compañía Telemondial, productora de películas y videos musicales; la americana Columbia Artist Management INC; y los Festivales de Pascua y Pentecostés de Salzburgo, que él mismo dirigió. Aunque tras su muerte la calidad de su legado ha sido cuestionada por algunos críticos, lo cierto es que Von Karajan es, por derecho propio, uno de los mayores directores que ha dado el siglo XX.
Sinfonía Patética N° 6 de Tchaikovsky
3. Claudio Abbado
(Milán, 1933) Director de orquesta italiano. Titular desde 1989 de una de las orquestas de más renombre internacional, la Filarmónica de Berlín (al frente de la cual sucedió al mítico Karajan), este músico italiano posee una técnica envidiable que le permite abordar desde composiciones barrocas hasta las más complejas surgidas de la Escuela de Darmstadt. Activo defensor de la música contemporánea (son numerosos sus estrenos de obras de Nono, Stockhausen, Kurtág, Rihm o Manzoni, entre otros), Rossini y Mahler son dos de sus especialidades.
Nacido en el seno de una familia de músicos e intelectuales, Claudio Abbado heredó la vocación musical de su padre, violinista y profesor de conservatorio, y de su madre, que era pianista. Cursó estudios de composición y piano con Carlo María Giulini en el Conservatorio milanés Giuseppe Verdi, además de formarse como director de orquesta con los maestros Carlo Zecchi y Hans Swaroski en las Academias Chigiana de Siena y de Viena, respectivamente. En 1958 dirigió su primer concierto en Trieste y enseñó música de cámara durante dos años en el Conservatorio de Parma.
Abbado fue director musical y artístico de la Scala de Milán (de 1968 a 1986), de la Orquesta Sinfónica de Londres (de 1979 a 1989) y de la Ópera del Estado de Viena (de 1986 a 1991). En 1989 sustituyó al desaparecido Herbert von Karajan en la dirección de la Filarmónica de Berlín, de la que se despidió como director en 2002 con la Sinfonía número 7 de Gustav Mahler, ofrecida en el Musikverein de Viena. El director de orquesta italiano, al que se había diagnosticado un cáncer de estómago en 1999, fue sucedido por el británico Simon Rattle en la Filarmónica.
Desde estos puestos llevó a cabo una renovación generacional de músicos e impulsó programaciones temáticas multidisciplinales y un nuevo repertorio musical, que incluyó obras de compositores contemporáneos. Estrenó obras de Manzoni y de Nono y realizó grabaciones de los ciclos sinfónicos más importantes: sinfonías y música coral de Brahms y sinfonías de Mahler, Tchaikovski, Prokofiev, Mussorgsky, Dvorak y Mozart.
Sinfonía No.7 de van Beethoven
4. Zubin Mehta
(Bombay, 1936) Director de orquesta indio. Hijo de Mehli Mehta, fundador de la Orquesta Sinfónica de Bombay, Zubin Mehta realizó sus primeros estudios de piano y violín con su padre. A los 18 años abandonó sus estudios de medicina en India para asistir a las clases de dirección orquestal de Hans Swarowsky en la Academia de Música de Viena, donde, además, fue contrabajista de la orquesta de estudiantes.
Su carrera como director se desarrolló con rapidez, sucediéndose las titularidades en las más prestigiosas orquestas del mundo. En 1958 ganó el concurso de dirección organizado por la Real Filarmónica de Liverpool. El premio incluía un año como ayudante del director Charles Groves. En 1959 dirigió la Orquesta Filarmónica de Viena y en 1962 se puso al frente de la Filarmónica de Los Ángeles, donde permaneció 16 años, puesto que simultaneó entre 1961 y 1967 con el de director musical de la Orquesta Sinfónica de Montreal. Su forma espectacular de dirigir y su versatilidad, que lo hacía apto para cualquier repertorio, desde el clasicismo hasta las más intrincadas partituras contemporáneas, le convirtieron en uno de los directores favoritos de los melómanos.
Tras su cese en la Filarmónica de Los Ángeles en 1978, sucedió a Pierre Boulez como titular de la Filarmónica de Nueva York. Su éxito al frente de esta orquesta, una de las más importantes del mundo, hizo que se le renovasen sus contratos hasta 1990, con lo que se convirtió en el director que más tiempo había permanecido al frente de esta orquesta. También su relación con la Filarmónica de Israel ha sido muy estrecha: en 1969 fue nombrado consejero musical de la Filarmónica de Israel y en 1981 fue distinguido con el cargo de director vitalicio (fue el primero en dirigir una ópera de Wagner en territorio israelí). En 1998 asumió el cargo de director musical de la Ópera Estatal de Baviera, en Munich. Con los años se ha ido decantando cada vez más hacia el repertorio lírico.
Zubin Mehta ha destacado siempre por su activismo por la paz y los derechos humanos. Uno de los primeros conciertos que dirigió, cuando contaba 20 años, tuvo como escenario un campo de refugiados húngaros en Austria. Se negó a dirigir en Sudáfrica como muestra de su rechazo al apartheid y promovió diversos espectáculos en Estados Unidos contra el uso de armamento nuclear. Ha dirigido conciertos en Belén durante la guerra de los Seis Días y, en Buenos Aires, tras la derrota de las Malvinas. Su imagen dio la vuelta al mundo cuando, con una máscara antigás al cuello, visitó Tel Aviv durante la guerra del Golfo Pérsico, al igual que cuando dirigió en 1994 un concierto patrocinado por Naciones Unidas en las ruinas de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, en el que participaron José Carreras, Ruggero Raimondi, Cecilia Gasdin e Ildig Kamlosi.
Obertura de la ópera Carmen, de Bizet
5. Daniel Barenboin
(Buenos Aires, 1942) Pianista y director de orquesta argentino nacionalizado israelí. Hijo de músicos (tanto Enrique Barenboim como Aída Schuster, sus padres, fueron destacados pianistas), debutó en Buenos Aires a los siete años con un éxito tal que fue invitado por el Mozarteum de Salzburgo a continuar sus estudios en esta ciudad, en cuyo famoso festival triunfó tres años después. Posteriormente estudió con Nadia Boulanger, Ígor Markevitch y en la Academia de Santa Cecilia de Roma.
En 1956 se presentó en Londres y Nueva York apoyado por Arthur Rubinstein, antes de integrarse como solista de la Filarmónica de Israel y actuar en Argentina, Australia, Rusia o Japón. Con veinte años, las grandes orquestas del mundo disputaban sus servicios, y en 1966 se incorporó como director de la English Chamber Orchestra.
Desde entonces fue protagonista del panorama musical al frente de la New Philharmonia Orchestra, la Ópera de la Bastilla, el Festival Mozart, la Orquesta Filarmónica de Chicago o la Deutsche Staatsoper de Berlín, con un repertorio amplísimo que tanto «resucita» bajo nuevas concepciones obras de los clásicos como incluye las de contemporáneos como Lutoslawski, Berio, Boulez o Henze.
Casado en 1967 con la eximia chelista británica Jacqueline du Pré (que, afectada en la cumbre de su carrera por una esclerosis múltiple, murió en 1987), el estreno de Hillary & Jackie (1999), filme basado en sus tortuosas relaciones íntimas, fue fuente de escandalosas resonancias de las que el director persistió en mantenerse al margen, consagrado a los múltiples compromisos musicales que lo acercaban ya a sus cincuenta años en la música.
Marcha Radetzky, de Johann Strasuss
6. Wilhelm Furtwängler
(Berlín, 1886-Baden-Baden, Alemania, 1954) Director de orquesta y compositor alemán. Exponente de una manera subjetiva e hiperexpresiva de entender la interpretación orquestal, fue uno de los directores que mejor supo expresar la grandeza épica y la emoción interiorizada de las grandes páginas del repertorio romántico y tardorromántico germano, de los que fue un maestro indiscutible. Sus versiones de Beethoven, Wagner, Bruckner o Richard Strauss, muchas de ellas preservadas por el disco, superan el estadio de recreación para convertirse en verdaderas creaciones.
Hijo de un reputado arqueólogo, Furtwängler se formó en su ciudad natal. Después de transitar por diversos teatros de ópera de segunda fila, en 1920 sucedió a Richard Strauss al frente de los conciertos sinfónicos de la Ópera de Berlín. Dos años más tarde hizo lo propio con Arthur Nikisch en la Gewandhaus de Leipzig y la Filarmónica de Berlín.
Su asociación con esta última formación llegaría a ser mítica y se mantuvo intacta hasta la muerte del director, con una única y breve interrupción después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Furtwängler, acusado de colaboracionismo con el régimen Hitleriano, fue sometido a un proceso de desnazificación durante el cual fueron prohibidas sus actuaciones. Su relación con el nazismo es precisamente uno de los puntos más controvertidos de su biografía, ya que permaneció y trabajó durante ese período en Alemania, pero ha de reconocerse que en más de una ocasión se enfrentó a los jerarcas nacionalsocialistas para defender obras y compositores condenados por el III Reich.
Si en su faceta como director Furtwängler entroncaba con el Romanticismo, como compositor su música se inscribía dentro de esa misma corriente, al margen de todos los movimientos innovadores de su tiempo. Netamente romántica, de su labor creadora debe destacarse Sinfonía núm. 2 (1948), una obra de evidente acento bruckneriano que no ha conseguido hacerse un hueco en el repertorio.
Overtura de Don Giovanni de Mozart