Los recientes ataques de grupos ultraderechistas británicos contra las comunidades musulmanas han obtenido una respuesta contundente de la sociedad. Movilizada contra el racismo y la islamofobia, buena parte de la ciudadanía británica ha recuperado las banderas de la lucha antifascista que la guiaron durante la década de 1930.
Natasha Hakimi Zapata
La semana pasada, la extrema derecha británica sumió al Reino Unido en una violenta agitación tras aprovecharse cínicamente de una tragedia. El 29 de julio, Bebe King, de 6 años, Elsie Dot Stancombe, de 7, y Alice da Silva Aguiar, de 9, fueron asesinadas a puñaladas en la ciudad noroccidental de Southport durante una clase de baile en la que se interpretaban canciones de Taylor Swift, mientras que otros ocho niños y dos adultos resultaron heridos. Algunas horas después de ese ataque, la violencia de extrema derecha se extendió por las calles de aquella ciudad inmersa en el luto. Los alborotadores atacaron una mezquita, destrozaron y saquearon negocios locales y prendieron fuego una camioneta.
Las redes de extrema derecha organizaron los disturbios de Southport a medida que se difundía en Internet la falsa afirmación de que el atacante, de 17 años, era un solicitante de asilo musulmán que había llegado recientemente a las costas británicas en un pequeño barco a través del Canal de la Mancha. Según Reuters, la historia completamente inventada, repetida por figuras populares de extrema derecha como Tommy Robinson y Andrew Tate, llegó a 15,7 millones de cuentas de redes sociales. Dado que, según la ley británica, los sospechosos no son nombrados antes de ser acusados y los menores generalmente no son identificados, se inventó el nombre falso «Ali al-Shakati». Utilizado por una cuenta de X llamada «Channel 3 Now», que según Associated Press está vinculada a un sitio web que «mostraba una mezcla de noticias y entretenimiento posiblemente generados por inteligencia artificial», el nombre falso se difundió por las redes sociales junto con las otras mentiras a una velocidad impactante, lo que planteó preguntas nuevas y urgentes sobre el papel de las empresas de redes sociales en el ascenso de la extrema derecha y la propagación de la desinformación.
Axel Muganwa Rudakubana, cuyo nombre fue revelado por un juez el 1 de agosto al declarar que quería impedir que personas «con intenciones de hacer daño [siguieran] difundiendo desinformación en el vacío», nació en Gales, es hijo de padres ruandeses y no es musulmán. Estos hechos no han servido para frenar los disturbios que se extienden por el país desde Belfast hasta Bristol. En los días transcurridos desde el momento en el que los nacionalistas blancos en Southport corearon «Salven a nuestros niños», «Queremos recuperar nuestro país» y «Detengan los barcos» (repitiendo palabra por palabra la promesa política del ex-primer ministro Rishi Sunak), entre otros insultos racistas y homofóbicos, más de una docena de otras ciudades británicas han sido asediadas con acciones similares. Los nacionalistas blancos han atacado mezquitas y centros comunitarios musulmanes en todo el país. Y, de hecho, llegaron a profanar tumbas musulmanas en la ciudad de Burnley. Con el aumento de los crímenes de odio, las personas racializadas teme comprensiblemente por su seguridad.
Los disturbios también han dejado un rastro de destrucción que más allá de su objetivo racista. En las ciudades de Rotherham y Tamworth, los agitadores de derecha intentaron incendiar hoteles que albergaban a cientos de refugiados y solicitantes de asilo. En Liverpool, quemaron una biblioteca y en Sunderland hicieron lo mismo con una comisaría. En Middlesbrough lanzaron misiles improvisados y otros proyectiles contra la policía cerca de un monumento a los caídos en la guerra, y además incendiaron coches en esas inmediaciones.
Aunque rápidamente se demostró que eran falsas, las afirmaciones difundidas en internet reflejaban las narrativas racistas y xenófobas promovidas por los medios de comunicación y por los políticos de la derecha antiinmigrante, como el diputado y líder del partido Reform UK, Nigel Farage, los ex-primeros ministros conservadores Boris Johnson y Rishi Sunak, entre muchos otros. Como han señalado varios británicos, los mismos políticos que sistemáticamente desfinanciaron los servicios públicos durante más de una década de recortes de austeridad han culpado a los inmigrantes por el terrible estado de la nación. También han hecho la vista gorda, en el mejor de los casos, ante el ascenso del nacionalismo blanco y, en el peor, han avivado sus llamas mortales.
Es preocupante que la búsqueda de chivos expiatorios racistas parezca haber funcionado. En medio de una crisis por el costo de la vida, una acusación común de los británicos de derecha es que el gobierno prioriza el bienestar de los inmigrantes mientras «nos deja atrás». Un asombroso 70% de los británicos encuestados por Ipsos en los últimos meses dijo que «cree que la inmigración pone presión extra sobre el Servicio Nacional de Salud», y varios agitadores han citado las largas listas de espera de dicho servicio como una de las razones de sus posiciones antiinmigrantes.
Mientras países de todo el mundo, incluidos Australia, la India y Nigeria, emitían advertencias oficiales a sus ciudadanos para que evitaran viajar a Reino Unido, el recientemente electo primer ministro laborista, Keir Starmer, calificó los disturbios de «matonería de extrema derecha» y condenó la islamofobia detrás de los ataques a los musulmanes. El ex-director del Ministerio Público, convertido en líder laborista, ha adoptado una estrategia de «ley y orden» ante los disturbios, y la policía ha detenido a más de 400 personas implicadas en la violencia. Los tribunales ya han comenzado a acusar a los sospechosos de todo tipo de delitos, desde causar desorden hasta delitos de terrorismo .
El enfoque de Starmer ha encontrado obstáculos y críticas. El legado conservador de recortes del gasto público ha dejado las cárceles británicas desbordadas, lo que dificulta hacer frente al aluvión de arrestos. Mientras tanto, una encuesta realizada rápidamente por YouGov reveló esta semana que casi la mitad del país piensa que la gestión de los disturbios por parte de Starmer ha sido «pobre». La izquierda británica ha criticado la mano dura de la policía y también el hecho de que el gobierno haya desalentado las contraprotestas, incluido, según se informó, el consejo a los representantes laboristas de no participar en manifestaciones antirracistas.
El 7 de agosto pasado, muchos británicos se negaron a escuchar las advertencias de su primer ministro y salieron a las calles. Se difundió la noticia de que se habían planeado más de cien movilizaciones de extrema derecha en todo el país, muchas de las cuales se esperaba que tuvieran como objetivo centros de refugiados y oficinas de abogados de inmigración. La policía envió a 6.000 agentes antidisturbios (en lo que constituye la mayor movilización policial en Reino Unido en más de una década), pero en lugar de disturbios de extrema derecha, la policía se encontró con algo completamente inesperado. Miles de manifestantes antirracistas salieron a las calles en ciudades como Liverpool, Brighton, Londres, Bristol y Birmingham con carteles que decían «Refugiados bienvenidos» y «Rechaza el racismo, prueba con la terapia». Además, coreaban: «¡Fuera de nuestras calles, escoria nazi!». En una noche en la que gran parte del país se había preparado para la continuidad de la violencia, los antirracistas pacíficos superaron en número a los manifestantes de extrema derecha hasta tal punto que pocos «matones», como los llamó el primer ministro Starmer, pudieron ser vistos en las calles.
Las escenas de solidaridad civil recordaron otro momento de la historia británica: la batalla de Cable Street de 1936, cuando una comunidad local se enfrentó a Oswald Mosley y sus «camisas pardas» simpatizantes de los nazis en las calles del este de Londres. La resistencia de base del pasado 7 de agosto sirve como un poderoso recordatorio de que, así como Reino Unido se ha enfrentado antes al pernicioso ascenso del nacionalismo de extrema derecha, tampoco es la primera vez que la amenaza ha sido rechazada por la gente común que se ha movilizado para proteger a sus comunidades. Si bien queda por ver hacia dónde irá a partir de ahora la extrema derecha británica, los antirracistas han enviado un mensaje claro esta semana: una vez más, no los dejarán pasar.
Nota: La versión original de este artículo, en inglés, se publicó en The Nation el 9/8/2024 y puede leerse aquí. Traducción: Mariano Schuster
Fuente nuso.org