Modelos de desescalada: un estudio comparado

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

En todos los países afectados por la pandemia por Covid-19 se encara, de una forma u otra, la necesidad de pasar del confinamiento social a la recuperación de algún tipo de normalidad, sobre todo para no acentuar la gravedad de la crisis económica que aparece como consecuencia de la pandemia. Sin embargo, ya es posible observar algunos perfiles diferenciados que permitirían identificar modelos, al menos de forma preliminar. En estos perfiles hay dos elementos claves a tener en cuenta: la iniciativa que se genera desde las autoridades políticas y la actitud de la población sobre el mantenimiento de la disciplina social en el proceso de desconfinamiento. Es el cruce de ambos elementos lo que permite identificar respuestas de país diferenciadas.

Al examinar las iniciativas desde las autoridades políticas es posible observar sus dos extremos: desde los gobiernos que animan abiertamente a una desescalada rápida (Estados Unidos, Brasil, México) hasta los que se esfuerzan en buscar un equilibrio entre protección de la salud y regreso a la actividad económica (Alemania, Portugal, Costa Rica, Paraguay, Uruguay). Desde luego, existe un correlato entre propuestas de desescalada y actitud previa de respuesta gubernamental a la llegada de la pandemia. En términos generales, los gobiernos partidarios de una desescalada rápida y sin demasiado control son aquellos que no se tomaron en serio la gravedad de la enfermedad y hoy presentan las cifras más altas de bajas (superan las 100 mil en EE.UU. y más de 26 mil en Brasil); mientras la curva de afectados y fallecidos sigue creciendo (también en México, aunque con cifras menores).

Para el estudio de las actitudes sociales en torno a la desescalada se han realizado ya algunas encuestas, de mayor o menor consistencia. Una que me parece bien planteada es la realizada por Metroscopia a principios de mayo en España. Su resultado global es que existe una división entre los partidarios de avanzar en la desescalada (46%) y los más inclinados a esperar (48%). Y en cada bloque pueden distinguirse dos orientaciones. Entre los partidarios de esperar, la encuesta identifica dos bloques: los prudentes (24%) donde abundan las personas con teletrabajo y un mejor nivel educativo, y los temerosos (22%), con alta composición de personas de alto riesgo, sobre todo mayores, y una proporción mayor de mujeres. Entre la otra mitad más partidaria de avanzar, se identifican los confiados (29%), con mayoría de hombres que suponen que ya se dominó la curva y que necesitan regresar al trabajo, y los atrevidos (16%) que son mujeres y hombres que tienen trabajos presenciales y de jóvenes con menosprecio del riesgo.

Creo que es válida la hipótesis de que estos cuatro bloques pueden encontrarse en la mayoría de los países y que lo que vararía, obviamente, es la composición entre ellos según cada país. Pero lo que me parece más relevante es la relación entre ambos factores, el planteamiento de las autoridades políticas y las actitudes en la población.
Todo indica que en los países donde las autoridades impulsan desescaladas rápidas sin demasiado control se fortalecen las tendencias sociales a avanzar prontamente en la desescalada. Las informaciones de los medios muestran en Estados Unidos la fuerza de las manifestaciones a favor de la apertura en aquellos Estados donde se ha impuesto un grado apreciable de cuarentena; así como las aglomeraciones en los espacios de trabajo y ocio en aquellos otros que han planteado un menor control. Algo semejante ocurre en Brasil, donde el presidente Bolsonaro rechaza desde el principio las advertencias sanitarias sobre la gravedad de la pandemia.

También parece correcta la hipótesis de que en los países cuyas autoridades son partidarias de una desescalada más equilibrada, se mantiene la división entre los partidarios de avanzar más rápidamente y los proclives a ralentizar la apertura. Esta división no resulta un problema grave, siempre y cuando se mantenga un nivel suficiente de disciplina social para aceptar los protocolos de desescalada que plantean las autoridades.

Pero respecto de esta materia, conviene regresar a la relación entre planteamiento de las autoridades y actitudes sociales. Porque puede suceder que el bloque de los partidarios de avanzar (y dentro de este del grupo de atrevidos) se incremente por un factor decisivo: el grado de credibilidad y confianza que tenga la ciudadanía en las autoridades políticas.

Este factor se pone en evidencia al comparar los casos de España y Costa Rica. En España todos los sondeos de opinión indican que hay una ruptura de la disciplina social a causa de la división -incluso crispación- política y sus consecuencias respecto de la confianza en el Gobierno. La encuesta de Metroscopia antes referida muestra que una ligera mayoría (50% frente al 48%) no apoya la gestión del Gobierno de la crisis sanitaria y no aprueba la desescalada que propone el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. Las crisis políticas que han estallado las últimas semanas (acuerdo PSOE-Podemos- Bildu, la purga de la cúpula de la Guardia Civil y el enfrentamiento con el poder judicial) hacen pensar a todos los observadores que, como dijo un representante del nacionalismo vasco, al depósito de confianza en el Gobierno se le ha encendido el piloto de alarma que indica su agotamiento. Algo que incrementa el debilitamiento de la disciplina social para avanzar en la desescalada.

Si este caso se compara con el de Costa Rica, no hay duda de que el país centroamericano presenta una ventaja notable. No creo que la composición de los cuatro grupos de actitud ante la desescalada sea tan diferente en los dos países. En Costa Rica, al lado de la población partidaria de seguir una disciplina social para avanzar en la desescalada, también hay un número importante de confiados y atrevidos. Pero la diferencia crucial reside en que no se ha producido una ruptura de la confianza y la credibilidad del Gobierno. No faltan las críticas menores y puntuales, algo que resulta sano, pero continua alto el nivel del depósito de confianza en el gobierno del presidente Carlos Alvarado y su Ministerio de Salud.

Cabe la pregunta de cuáles son las perspectivas de los diferentes modelos de desescalada. En los casos donde las autoridades alientan las aperturas rápidas y la población secunda progresivamente ese planteamiento, todo indica que la curva de los efectos sanitarios de la pandemia continuará creciendo, sobrepasándose las previsiones de contagiados y fallecidos hechos al principio de la pandemia. La reactivación de la actividad económica avanzará con cierta rapidez, pero resulta muy difícil saber si el costo en vidas tendrá un efecto importante en esa reactivación. Lo que no es descartable es el aparecimiento de turbulencias políticas como efecto de la gestión gubernamental de la crisis sanitaria y de sus secuelas económicas.

En el caso de los países empeñados en una desescalada más equilibrada entre cuidado sanitario y regreso a la actividad económica, también es difícil saber si este equilibrio se alcanzará fácilmente. Los países americanos que tomaron medidas tempranas de contención, como Costa Rica, Paraguay y Uruguay, y han evitado hasta el momento el paso del contagio contenido a la expansión exponencial del virus, se juegan mucho más que los que no han conseguido hacerlo. Pero si consiguen el desconfinamiento sin pasar por el contagio exponencial se convertirán en las naciones con un regreso exitoso y sostenible a la normalidad/diferente de la vida nacional. Y en este contexto, el mantenimiento de la credibilidad y la confianza en las autoridades políticas facilitará la difícil tarea de maniobrar en la desescalada ante dos factores que aparecerán ineludiblemente: el malestar social por la depresión económica y la posibilidad de que aparezcan datos preocupantes en el plano sanitario. Parece sensato pensar que la tarea sigue siendo enorme, entre otras razones porque el horizonte carece de certezas.

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