Línea Internacional
Guadi Calvo
Es complejo enumerar las guerras que ha vivido Libia desde que Occidente decidió terminar con ella. Algunos muy inocentes, creímos en el inicio que solo se trataba de acabar con el sueño panafricano del coronel Gadafi y el exitoso proceso que se conoció como la Yamahiriya o el “Estado de las masas”, aunque tampoco demoramos mucho en entender que el proyecto era otro: balcanizarla, para mantener un mejor control de sus recursos naturales, fundamentalmente petróleo y agua, nada menos.
Desde el diecinueve de marzo de 2011, cuando los bombardeos de la OTAN comenzaron a demoler el país más desarrollado del continente, hasta hoy, no ha pasado un solo día sin que se haya producido una muerte a consecuencia de la bendita Primavera Árabe.
Ya son innumerables los conflictos armados de diferentes intensidades que, desde entonces y particularmente desde la desaparición del Coronel (veinte de octubre de 2011), se suceden en el país.
Terminada la era pos Gaddafi, en 2014 estalla la guerra civil, que parte al país en dos grandes bloques, más allá de que al interior de cada una se movilizan diferentes fuerzas que, a más de una década, todavía son autónomas.
Un panaché indescifrable de nombres y siglas que quieren remitir a un contexto seudogubernamental como Brigada 116, Aparato de Apoyo a la Estabilización, 444.ª Brigada de Combate, Ejército Nacional Libio o la Fuerza Especial de Disuasión (al-Radaa) o la Fuerza General de Seguridad, Fuerza de Operaciones Conjuntas, que no son más que bandas armadas, al mejor estilo de las maras centroamericanas o los grandes cárteles colombianos, mexicanos o brasileños, que al no tener una fuerza estatal que los persiga, se autorregulan con la lógica del pez grande se come al más chico. Lo que los obliga a constantes acuerdos y pactos, que se pueden romper de un momento a otro, según puedan asociarse a “algo” más poderoso. Ese algo podría entenderse como las fuerzas armadas de alguna potencia extranjera: Turquía en el caso de las milicias tripolitanas o Egipto, Emiratos Árabes Unidos (EAU) o Jordania en el caso del Ejército Nacional Libio (ENL) de Khalifa Hafther.
Esto es lo que ha permitido que guerras de magnitud como la que se libró entre 2019-2020, por parte del Ejército de Unidad Nacional, del general Khalifa Hafther, que controla el este, el sur y un gran espacio de la línea costera, contra las milicias tripolitanas del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) con un poder territorial que no excede mucho más allá de los lindes de la capital, financiadas por las Naciones Unidas, que finalmente consiguieron detenerlo a las puertas de la capital. A las innumerables confrontaciones de milicias tribales o cárteles en disputa por territorios, control de rutas, simple contrabando u otros negocios como el tráfico de petróleo, drogas y la regulación obviamente ilegal del tráfico de refugiados desde sus puertos hacia Europa.
La anarquía que ha apuntalado la disolución de la nación magrebí ha permitido que ciudades como Trípoli, Misrata, Sirte, Bengasi o Derna cuenten con una o varias milicias, que se pueden estructurar o dividir según las necesidades políticas de un determinado poder, que casi siempre cuentan con terminales en el exterior, ya sean gobiernos o empresas multinacionales.
Si bien no hay registros confiables, las estimaciones internacionales señalan que los grupos armados de Trípoli movilizan miles de combatientes, que además cuentan con vehículos blindados, defensas aéreas y armamento pesado.
Una guerra callejera y palaciega
La descomposición libia ha alcanzado su máxima expresión en las milicias de Trípoli, que de alguna manera u otra sostienen al Gobierno de Acuerdo Nacional, designado por Naciones Unidas, aunque también sus rencillas palaciegas obligaron a cambiar las principales figuras en varias oportunidades, llegando al cargo de primer ministro Abdul Hamid Dbeibah en 2021, quien pretende establecer el control sobre las instituciones gubernamentales, el banco central y las empresas estatales, hasta ahora dominadas por diferentes factores de poder, que a la vez tienen sí o sí que pactar con alguna milicia que les sirva de Guardia de Corps.
La disputa que estalló en 2022, entre Dbeibah y Fathi Bashagha, actual Ministro del Interior, arrastró a las diversas milicias tripolitanas a ponerse de un lado y otro de los rivales políticos, abriendo una brecha que de ningún modo ha quedado cerrada y desde entonces genera esporádicos choques en diferentes barrios de Trípoli.
Desde finales de agosto se registra el posicionamiento de milicias rivales en torno a puntos distintivos de la capital. Exponiendo las divisiones ideológicas y de intereses enfrentados por conseguir mayor influencia dentro de distintos sectores estatales. Lo que provoca nuevamente la inquietud en la población, que se prepara para una nueva ronda de violencia.
En los distritos del sur y el este de la capital se han ubicado occidentales y meridionales de Trípoli. Mientras que al oriente de la ciudad se ubicaron dotaciones de la Fuerza Especial de Disuasión, acompañadas por milicias de la ciudad de Misrata.
Según algunos informes, la confrontación no solo es territorial y por el control de activos estratégicos, factor que dominó los anteriores enfrentamientos, sino que las diferencias también son ideológicas.
Dbeibah ha conformado una importante alianza con quien fuera un representante de la ortodoxia religiosa, dentro del espectro político del país, quien fue el gran muftí Sadiq al-Ghariani, un aliado de los Hermanos Musulmanes.
Algunas informaciones señalan que en esta panoplia de organizaciones armadas que viajan a un lado y otro de los grupos políticos combatientes provenientes de las ciudades de Bengasi y Derna, se habría integrado a la Brigada 444 y a la Brigada 111 (dos agrupaciones diferentes), que apoyan al Gobierno de Unidad Nacional. El Primer Ministro también cuenta con el apoyo de la Fuerza General de Seguridad.
En el bando que se opone a Dbeibah, la principal milicia que se enrola es la Fuerza Especial de Disuasión o al-Radaa, además de otras milicias como el Batallón Escudo de la ciudad de Tajoura, que en su devenir como fuerza “alquilable” ha chocado en varias oportunidades con los de al-Radaa.
Desde mayo pasado, cuando fuerzas leales a Dbeibah asaltaron el cuartel general del Aparato de Apoyo de Estabilización, asesinando a su líder, Abdel Ghani al-Kikli, alias Ghneiwa (ver: Libia, un iceberg desbocado en el Magreb), lo que provocó una gran debacle al interior de su fuerza, perdiendo mucha presencia, obligados a ceder posiciones y buscar alianzas, a veces poco ventajosas, solo para sobrevivir y reestructurarse.
En este momento, las brigadas 444 y 111, que apoyan a Dbeibah, están consideradas como las mejor preparadas, gracias justamente a los ingentes recursos que el Gobierno de Acuerdo Nacional deriva a estas milicias. Según algunos informes, para la fecha que asaltaron el cuartel general de al-Kikli, contaban con drones importados de Ucrania. Se estima que, además, Dbeibah cuenta con unos diecisiete mil hombres desplegados desde Misrata y otras ciudades occidentales. Mientras que la al-Radaa, todavía dispondría de una gran cantidad de armamento ligero y mediano. Además de unidades entrenadas para el combate urbano.
Estos aprontes bélicos entre las milicias que apoyan o combaten al gobierno de Trípoli, que es el oficialmente reconocido por Naciones Unidas, es música celestial para Khalifa Haftar y su Ejército Nacional Libio (ENL), que podría involucrarse directamente en el conflicto, después de haber fracasado en la ofensiva contra Trípoli en 2019.
Se conoció que el domingo treinta y uno de agosto movilizó el despliegue del 152.º Batallón de Infantería Mecanizada, en vista de tomar posiciones ante una nueva crisis armada en el interior de Trípoli. Aunque no se revelaron las posiciones a ocupar por ENL.
En perspectiva de las consecuencias que podría acarrear la situación libia, el gobierno egipcio instó a sus ciudadanos en el país vecino a permanecer en sus viviendas y mantenerse en comunicación con sus consulados.
La advertencia se produjo a partir de las cada vez más continuas protestas contra el gobierno de Dbeibah, cuya represión ha provocado ya víctimas mortales, decenas de heridos y detenidos, lo que más temprano que tarde servirá para el estallido de otra guerra que no se va a evitar.