Daniel Marwecki
¿Qué explica el apoyo casi incondicional de Alemania a Israel? ¿Cómo la historia y la geopolítica se combinaron para que este apoyo deviniera una «razón de Estado»? ¿Qué consecuencias tiene esto tanto para la autopercepción de Alemania como para la visión que se proyecta sobre ella?
Más de tres décadas después del fin de la Guerra Fría, parece volver a haber dos Alemanias. La primera de estas dos versiones de Alemania es la República Federal tal como se ve a sí misma: democrática, liberal, comprometida con los derechos humanos y con un orden mundial basado en reglas. En su autopercepción, esta Alemania apoya a Israel, el Estado de quienes sobrevivieron a los crímenes alemanes, contra un ataque terrorista genocida y antisemita de Hamás ocurrido el 7 de octubre de 2023. Esta Alemania está del lado correcto de la historia.
La otra Alemania está del lado equivocado de la historia. Es Alemania tal como la ven desde afuera, especialmente la mayoría no occidental del mundo. Esta Alemania apoya la destrucción de Gaza y su sociedad a través las armas que suministra, de su política proisraelí y de su diplomacia: todo esto en nombre de una ominosa «razón de Estado» y una idea moral que abreva en el enfrentamiento crítico con el pasado de Alemania, en la que la empatía, en el mejor de los casos, se reparte para un solo lado.
En la segunda semana de abril, esta Alemania compareció ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya y se defendió de una querella de Nicaragua, que la acusa de apoyar un genocidio israelí en Gaza. Ahora bien, el autoritario gobierno de Nicaragua no es precisamente el más apropiado para denunciar crímenes contra los derechos humanos en otros lugares, pero el acontecimiento en La Haya pareció, por un momento, correr el velo de superioridad moral que el gobierno y la opinión pública alemanes habían echado sobre su propia política en Oriente Medio. Alemania es, después de Estados Unidos, el principal apoyo de Israel, aunque muchos no se den cuenta de ello. De repente, se vio confrontada con la visión que el Sur global tiene de ella: una visión que Alemania, por lo demás, sabe ocultar muy bien.
Esta doble Alemania no puede unirse: la Alemania tal como ella se ve a sí misma es incompatible con la Alemania tal como se la ve desde afuera. De modo que ha llegado la hora de intentar una explicación: ¿qué explica el apoyo casi incondicional de Alemania a Israel? Para explicar la dimensión de este apoyo, pero también por qué la identificación unilateral con Israel, incluso bajo un gobierno de extrema derecha, es vista en Alemania como un certificado de credo antifascista, no solo necesitamos una explicación geopolítica, sino también una que se centre en la crítica de la política del pasado y del racismo. Pero vayamos por pasos.
Geopolítica y razón de Estado
Unos días después del ataque terrorista de Hamás en el pasado mes de octubre, un episodio sin precedentes en el conflicto de Oriente Medio, el canciller Olaf Scholz declaró en el Bundestag: «En este momento hay solo un lugar para Alemania. El lugar del lado de Israel». Poco después viajó a Israel y, de pie junto al primer ministro Benjamin Netanyahu, dijo que se trataba de «una visita a amigos en tiempos difíciles. La seguridad de Israel y sus ciudadanos es [para Alemania] una cuestión de Estado». Netanyahu, por su parte, dijo que los miembros de Hamás eran los «nuevos nazis». La implicación era clara: esta vez Alemania podría situarse del lado correcto de la historia para defender al Estado judío contra los «nuevos nazis».
El relato de la seguridad de Israel como razón de Estado alemana se remonta a un discurso de la predecesora de Scholz, Angela Merkel, ante el Parlamento israelí en 2008. Allí, la entonces canciller dijo que la seguridad de Israel era «parte de la razón de Estado de Alemania». Lo de «parte» fue eliminado del acuerdo alcanzado por la coalición de tres partidos que hoy está en el poder. La seguridad de Israel ahora está totalmente identificada con la razón de Estado alemana. En otras áreas de la política no se utiliza el término «razón de Estado», lo que indica lo central que es la relación con el Estado judío dentro de la clase política alemana.
Es importante no solo recordar el discurso de Merkel, sino también leerlo para comprender lo que hoy se puede entender por «razón de Estado», un término no precisamente liberal y en la cual se subsume la política de la República Federal hacia Israel. La expresión proviene del socialdemócrata Rudolf Dreßler, quien fue embajador de Alemania en Israel durante la Segunda Intifada. En su discurso ante la Knesset, Merkel habló sobre todo de la amenaza que representaban Irán y su programa nuclear para Israel. A pesar de los atentados suicidas de la Segunda Intifada, los militantes palestinos no habían podido borrar a Israel del mapa, pero la situación sería potencialmente diferente –dijo– con un Irán que tuviera armas nucleares. Hoy no es diferente.
Por lo tanto, la expresión material más importante de la razón de Estado no son las armas alemanas, que también se utilizan en Gaza. La razón de Estado, en verdad, flota bajo el agua y puede armarse con ojivas nucleares: Alemania ha estado suministrando submarinos con capacidad nuclear a Israel desde finales de la década de 1990. Seis de estos submarinos están actualmente en funcionamiento y en 2022 se firmó un contrato por otros tres submarinos modernizados. Hasta la fecha, los costos de estos componentes centrales de la Marina israelí han sido sufragados total o parcialmente por Alemania. Los submarinos tienen poco que ver con la guerra en Gaza o la situación en Cisjordania, pero desempeñan un papel destacado en la estrategia de seguridad regional de Israel, especialmente en la disuasión contra Irán. Encajan en una larga historia de apoyo militar alemán a Israel.
Está en la lógica de la «razón de Estado» clasificar la guerra de Israel en Gaza como una guerra proxy contra Irán. Los expertos alemanes en política exterior ignoran sistemáticamente el hecho de que Hamás no fue creado por Irán ni debe ser visto como una marioneta de Teherán. Estos señalan la cooperación militar entre Irán y Rusia, así como la cooperación económica entre Irán y China. La «guerra contra el terrorismo» con su «Eje del Mal» manda sus saludos. La versión de una guerra dirigida por Irán casi había desaparecido de la escena en los últimos meses, ya que ni siquiera en Alemania se puede ignorar por completo el sufrimiento en Gaza. Sin embargo, Teherán ha vuelto a cambiar el rumbo con su ataque con misiles y drones contra Israel la noche del 13 de abril, en respuesta a un ataque israelí contra el complejo de la embajada iraní en Damasco. La larga guerra en las sombras entre Irán e Israel se está desarrollando ahora en un escenario abierto. Por un lado, Irán ha roto un tabú que existía desde 1991: desde Saddam Hussein, nadie se había atrevido a atacar directamente a Israel. Por otro lado, Irán ha dado a Israel y a sus partidarios la oportunidad de legitimar y así continuar la guerra en Gaza como una lucha más amplia contra el régimen radicalmente antiisraelí de Teherán, invitación que también está siendo aceptada en Alemania.
Miradas de la historia
Sin embargo, sería demasiado miope explicar el grado de unilateralidad de la visión de Alemania sobre Oriente Medio únicamente en términos de su posición contra el régimen iraní. En la política alemana para la región, la geopolítica y la mirada sobre el pasado se entrelazan de maneras complejas.
En un nivel más general, la diferenciación entre un Occidente proisraelí y un Sur global propalestino se explica, al menos en parte, por las diferentes lentes históricas a través de las cuales se percibe el conflicto palestino-israelí. Para gran parte del Sur global, la lente es la del colonialismo, a través de la cual Israel aparece esencialmente como un Estado colonial: un Estado occidental fundado en Oriente Medio a expensas de la población local, que primero fue desplazada, luego sufrió ocupación y ahora es bombardeada.
Los Estados occidentales, por otra parte, perciben en gran medida el conflicto entre Israel y Palestina a través de la lente del Holocausto: Israel como un Estado de sobrevivientes que debe ser protegido contra sus nuevos enemigos. Esta es también la razón por la que a muchas personas en Alemania les resulta fácil ubicar el bombardeo de Gaza en una relación histórica con el bombardeo de Dresde: ¿acaso no se pudo quebrar la voluntad y la locura de la Alemania nazi, genocida y antisemita con la destrucción de ciudades enteras y la muerte de cientos de miles de personas? Esta comparación tiene cierto potencial de exculpación para Alemania, pero ciertamente ignora el hecho de que la Alemania nazi era una gran potencia y Hamás es apenas uno de los muchos grupos armados y con motivaciones religiosas de Oriente Medio que se mantiene oculto entre una población civil inocente.
Absolución y construcción del Estado
Pero incluso estas diferentes miradas de la historia, por potentes que sean, solo pueden explicar parcialmente la política específica de Alemania para Oriente Medio. Cualquiera que quiera llegar al fondo de la política actual de Alemania hacia Israel tiene que mirar atrás, al periodo de posguerra. Aquí las relaciones germano-israelíes tomaron su forma original. Cuando los políticos alemanes hablan hoy de estas relaciones, les gusta hablar de un «milagro de reconciliación» o de una «moral» relacionada lo ocurrido en el pasado que sigue caracterizando esta relación hasta el día de hoy. Nadie mejor para desmitificar versiones tan complacientes que Konrad Adenauer, quien, como canciller fundador de la República Federal, tenía en mente el objetivo de restaurar la soberanía de Alemania Occidental vinculándose con Occidente. A finales de 1965, tras haber terminado su mandato como canciller, se le preguntó en la televisión alemana sobre su política de reparación hacia Israel. Su respuesta fue sorprendentemente sincera:
«Habíamos cometido tanta injusticia con los judíos, habíamos cometido tales crímenes contra ellos, que tenían que ser expiados o enmendados de alguna manera si queríamos volver a tener una reputación entre los pueblos del mundo (…). No debe subestimarse tampoco el poder que los judíos siguen teniendo hasta hoy, en especial en Estados Unidos».
En primer lugar, a Adenauer le preocupaba la reputación: la política hacia Israel era una política de rehabilitación. En segundo lugar, esta idea se vincula al clásico prejuicio antisemita del poder judío, con la reveladora adición del «hasta hoy». En sus orígenes, la política alemana hacia Israel permitió a Alemania Occidental producir una moral que no podía generar por sí sola. La Alemania Occidental de la década de 1950 llevaba consigo un pesado lastre: para este Estado, incluso para la Cancillería, trabajaban personas que también habían servido al régimen nacionalsocialista. Lo mismo se aplica a otras elites: abogados, ejecutivos de empresas, médicos, profesores universitarios y maestros. Esta Alemania Occidental, que no podía ser genuinamente democrática y liberal, tenía que dar, al menos al mundo exterior, señales de democracia y liberalismo, y en esto la política hacia Israel era una parte indispensable.
Esto lleva a la pregunta de por qué precisamente Israel –un Estado que, en el momento de su fundación, tenía una población conformada, en una tercera parte, por sobrevivientes del Holocausto– buscó tan pronto contacto con Alemania Occidental y se le acercó dejando a un lado lo ocurrido en el pasado reciente. Lo que no se puede explicar humanamente se puede explicar por los intereses de Estado. Después de su fundación, Israel era un país empobrecido, agrario, un experimento incierto en un entorno hostil. Necesitaba ayuda económica, armas y dinero. El país que estuvo dispuesto a conceder a Israel todas estas formas de apoyo fue nada menos que la República Federal de Alemania. Como detallo en mi libro sobre el tema, el programa de reparaciones alemán contribuyó a industrializar Israel, y las armas alemanas ayudaron a ganar guerras contra sus vecinos. Hasta 1967, Alemania Occidental fue la potencia protectora de Israel más importante, por delante de Estados Unidos, que se convirtió en mecenas de Israel solo después de la guerra de junio de 1967. Es una fantástica ironía de la historia que antes de esa fecha ese papel fuese desempeñado solamente por Alemania Occidental.
La compensación entre absolución de Alemania y construcción del Estado para Israel sustenta esta relación hasta el día de hoy. Sin ese intercambio, la relación sería difícil de imaginar. Como muestran las cifras actuales del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), Estados Unidos es actualmente responsable de 69% de las importaciones de armas en Israel, mientras que la República Federal de Alemania aporta 30%. Las cifras no podrían ser más claras. Estados Unidos y Alemania son los aliados más importantes de Israel y, por tanto, son corresponsables de todo lo que ocurre en Gaza, pero también en Cisjordania y en el este de Jerusalén.
La moralización de la razón de Estado
La relación de intercambio que acabamos de mencionar caracteriza las relaciones hasta el día de hoy, pero también ha sufrido transformaciones. Mientras que en tiempos de Adenauer la relación con Israel seguía siendo funcional –certificado de integración a Occidente, una coartada utilizada para no tener que continuar con el precozmente fallido proyecto de desnazificación–, hoy Alemania moraliza la relación con Israel.
La idea básica de Adenauer de que la solidaridad con Israel creaba exculpación se ha fortalecido. Es más: puede entenderse como una forma estatal de política de identidad, es decir, de nacionalismo. La ecuación expresada aquí es: cuanto más estrecha es la relación con Israel, mayor es la distancia con el pasado. Esto tiene que ver solo parcialmente con la lucha contra el antisemitismo o las tendencias fascistas.
Vayan algunos ejemplos de ello. En 2018, el Bundestag celebró el 70º aniversario de la fundación del Estado de Israel. No se discutió el lado negativo de esta fundación del Estado: la catástrofe de los refugiados palestinos. Por el contrario, las felicitaciones de cumpleaños se convirtieron en una celebración de la política alemana hacia Israel. Katrin Göring-Eckardt, del Partido Verde, fue quien mejor resumió la autoimagen que surgía en el debate cuando dijo: «El derecho de Israel a existir es el nuestro».
Cinco años más tarde, en 2023, el Bundestag celebró, en otro momento especial, el 75º aniversario de la fundación del Estado de Israel. Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, pos sus siglas en alemán), el mayor partido de la oposición, comenzó su discurso citando a Theodor Herzl, quien una vez dijo que un Estado judío «no tiene por qué ser un cuento de hadas». Según Merz, al principio era solo un deseo, «porque iba a ser un camino muy largo, un camino a través del infierno, antes de la creación del Estado. En aquel momento el pueblo judío aún no había vivido los pogromos de la primera mitad del siglo XX y el Holocausto cometido por Alemania».
Merz no lo explicita, pero el mensaje se lee entre líneas: que el Estado propio era la recompensa por haber recorrido el «camino a través del infierno». ¿Adquiere sentido posteriormente el Holocausto para Merz porque, en esta lectura tan sugerente, allanó el camino para la fundación del Estado de Israel? Si así fuera, ¿no sería eso una trivialización de los crímenes sin precedentes de Alemania? Lo que Merz expresa aquí es una visión que ciertamente prevalece en el aparato estatal alemán: la de que Israel y, por lo tanto, las relaciones germano-israelíes son una especie de «final feliz» del Holocausto. Una violenta estrategia de exculpación. Después del terror del 7 de octubre de 2023, la ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock, dijo lógicamente: «Todos somos israelíes». El deseo de los descendientes de los victimarios de identificarse con los descendientes de las víctimas puede ser psicológicamente comprensible. No contribuye, en embargo, a una mejor reconciliación con el pasado ni a una mejor política exterior.
Humanidad compartida
El nacionalismo –ya sea que se base en el propio Estado o en otro– obstaculiza la defensa universal de los derechos humanos. Esto es también lo que pasa con la política alemana para Oriente Medio. En este caso, sin embargo, el doble estándar parece particularmente flagrante, ya que se afirma defender una política exterior «basada en valores» y «feminista» y que está comprometida a mantener el «orden mundial basado en reglas». Si ese es el caso, entonces estos valores, este feminismo, estas reglas, claramente no se aplican a los sobrevivientes de la guerra en Gaza, quienes, habiendo huido de sus hogares, se enfrentan a las proverbiales ruinas de su existencia. La acusación de doble estándar, formulada durante mucho tiempo por el «Sur global» contra Occidente, surge una vez más por el conflicto entre israelíes y palestinos. El problema de la «línea de color» global que el académico y activista afroestadounidense W.E.B. Du Bois diagnosticó para el siglo pasado persiste también en nuestros días.
Traducción: Carlos Díaz Rocca para nuso.org