La socialdemocracia y sus encrucijadas

Robin Wilson entrevista a Eunice Goes

Socialdemocracia

La socialdemocracia atraviesa un momento de crisis de identidad, precisamente cuando muchas de sus aspiraciones históricas pueden ser compartidas por amplios sectores sociales y la necesidad de poner límites al poder de los mercados aparece como cuestión acuciante. ¿Podrá recuperar el socialismo democrático la audacia teórica y organizativa para hacer frente a esas tareas? En esta entrevista, la investigadora Eunice Goes, autora de Social Democracy (Agenda, Newcastle upon Tyne, 2024), busca en la historia algunas respuestas para el presente.

Su nuevo libro, Social Democracy [Socialdemocracia], es un relato aleccionador sobre la socialdemocracia desde su aparición, que ilustra la disminución constante de su ambición política –una bandera roja cada vez más descolorida, digamos– a través del tiempo. En su relato, a fines del siglo XIX la socialdemocracia abandonó la «revolución» mal definida de Karl Marx y Friedrich Engels en pos de un camino parlamentario al socialismo. A comienzos del siglo XX, se diferenció de las alternativas supuestamente radicales pero autoritarias. En la segunda parte del siglo XX, se amoldó al capitalismo neoliberal. Y en este siglo, se desorientó por la «policrisis»1. ¿A qué cree que se debe que haya tenido esa trayectoria constante, en lugar de vaivenes, de más momentos de logro socialdemócrata para registrar, como los Estados de Bienestar universales establecidos en los países nórdicos a mitad del siglo pasado?

Fue el resultado de diferentes elementos que operaron al mismo tiempo –y hubo algo de vaivén, tampoco fue tan constante–. Siempre hubo un elemento de contingencia y reacción a los acontecimientos a medida que surgían. Pero el primer factor que impulsó este retroceso de la socialdemocracia –si es que se puede hablar en esos términos– tiene que ver con el momento en que la teoría entra en contacto con la confusa realidad de la política. Y esto es algo que todos experimentamos en nuestra vida: antes de ser padres, leemos cómo cuidar a nuestros hijos, pero una vez que los hijos llegan, enfrentamos un conjunto de situaciones completamente nuevas y tenemos que improvisar.

A fines del siglo XIX, una cosa era la teoría de la socialdemocracia, la forma en que los teóricos imaginaban una sociedad socialista. Luego pasaron a poner en marcha esa sociedad socialdemócrata, pero la realidad es siempre diferente de la teoría. Y la primera adaptación tuvo que ver con el terreno electoral en el que iban a hacer realidad su visión. Rápidamente notaron –y Marx y Engels fueron los primeros en sostenerlo– que la democracia parlamentaria y el sufragio universal les ofrecían una herramienta increíble para propiciar esa visión de la sociedad. Pero una vez más, el modo en que imaginaron a su electorado, y en particular a la clase trabajadora o sus adherentes en el movimiento obrero, resultó bastante diferente de los votantes que encontraron en la práctica. Y entonces, si el camino al poder pasaba por las elecciones –por la vía parlamentaria–, debían adaptarse a estos nuevos votantes.

Puede que estos votantes simpatizaran con la causa de la socialdemocracia, puede que la apoyaran, pero no eran militantes ni seguidores dogmáticos de la teoría. Entonces, si los partidos querían triunfar en las elecciones, necesitaban ajustarse a esa realidad. También tenían que adaptarse al hecho de que en muchos países la clase trabajadora industrial no era mayoritaria. Por lo tanto, si querían llegar al poder y comenzar a transformar la sociedad, necesitaban hacer propuestas que ofrecieran algo a esos otros votantes. Para finalizar, la trayectoria de la socialdemocracia fue también de lucha. Los socialistas debieron lidiar con un contexto bastante hostil. No era solo la dificultad de ganar elecciones, también era la de tratar con una serie de instituciones en las sociedades en que operaban que eran bastante reacias al proyecto socialista: los sistemas judiciales, la legislación, los medios de comunicación, por supuesto, en su mayoría privados. Entonces los socialistas tuvieron que pelear, tuvieron que lidiar con esas situaciones y adaptarse a ellas. La de estos más de 160 años ha sido una historia de lucha y una historia en la que los partidos socialdemócratas, con la excepción de los países escandinavos, han estado mayoritariamente en la oposición. Muy pocas veces los partidos socialdemócratas han gobernado en los países en que operan.

Una de las cosas más interesantes de su libro es la forma en que reformula la ruptura con lo que se transformó en la tradición comunis- ta de la iii Internacional. Usted remarca que Marx y Engels eran partidarios del sufragio universal y la república democrática como forma ideal de gobierno, mientras que Lenin desdeñaba bastante a la clase trabajadora realmente existente y buscaba sustituirla, en toda su variedad y complejidad, como usted señala, con el par- tido. Pero desde su punto de vista, ¿se podría haber tomado en algún momento un camino diferente, que pudiera haber logrado la aceptación pública de los objetivos políticos de la socialdemocracia, en lugar de que estos se diluyeran para asegurar las victorias electorales? Estoy pensando quizás, en particular, en la se- gunda posguerra, con el descrédito del fascismo y del «libre mercado», que ofreció un momento polanyiano en el que las ideas de economistas como John Maynard Keynes y William Beveridge pudieron prosperar. En ese contexto, ¿podrían haber hecho más los socialdemócratas para cambiar el clima político, en lugar de ceder? ¿O piensa que eran demasiado fuertes los incentivos electorales para convertirse en Volksparteien [partidos populares] de base amplia y las limitaciones de la ortodoxia económica que son el cimiento de los acuerdos de gobernanza de lo que se convirtió en la Unión Europea?

Siempre podrían haber elegido un camino diferente. Una de las cosas que digo en este libro es que los partidos socialdemócratas, y la socialdemocracia como ideología, no estaban meramente a merced de los acontecimientos. Su evolución no fue solo una reacción frente a los acontecimientos con los que se toparon en el terreno, algo como: «Pues bien, el mundo es demasiado diferente de lo que habíamos imaginado, por lo que tenemos que adaptarnos a él tal como es para lograr leves mejoras». Podrían haber tomado otras decisiones, porque al fin y al cabo los partidos socialdemócratas –de hecho, cualquier actor político– tienen opciones y siempre hay otras opciones. Podrían haber hecho más. Y muchas de sus elecciones fueron en esencia resultado de la forma en que los partidos socialdemócratas, sus líderes, etc., interpretaron las situaciones en que se encontraban y priorizaron sus agendas socialdemócratas. Si hay un mensaje de esperanza para la socialdemocracia como ideología, es el re- descubrimiento de esta agencia política, la capacidad de hacer una elección diferente y seguir un camino distinto.

Usted decía que en la posguerra podrían quizás haber hecho algo más. Ese periodo fue realmente muy desafiante para la socialdemocracia porque, con la excepción de los países escandinavos y la de Gran Bretaña apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, donde el Partido Laborista obtuvo una victoria aplastante aunque muy poco después pasó a la oposición, los partidos social- demócratas estuvieron en la oposición hasta fines de las décadas de 1960 y 1970. Y tendían a llegar al poder en momentos de grandes crisis del capitalismo, épocas muy difíciles para estar en el gobierno. También enfrentaron dificultades en un ambiente en el que los partidos de centroderecha planteaban propuestas muy similares a las de la socialdemocracia. Por lo tanto, lo que se menciona con frecuencia como consenso «socialdemócrata» de posguerra era en realidad un consenso liberal-democratacristiano de la Guerra Fría. Y vimos que Estados Unidos necesitaba demostrar a los ciudadanos europeos que el capitalismo era un sistema político y económico viable que brindaría un bienestar general a todos.

Entonces, las políticas sociales y económicas que se implementaron en esa era fueron extremadamente favorables a las ideas socialdemócratas. No fueron necesariamente inventadas por los socialdemócratas: fueron el resultado de un diálogo entre diferentes tradiciones. Y quizás es a partir de ese diálogo entre tradiciones progresistas como a veces se puede encontrar o redescubrir el sendero socialdemócrata que conducirá a una renovación de la tradición.

Curiosamente, la década de 1970 es uno de los periodos más interesantes en la socialdemocracia. Fue una etapa de gran inestabilidad económica. Fue esencialmente la etapa del colapso del sistema de Bretton Woods2, y también del colapso del keynesianismo. Pero en un momento había una gran variedad de líderes socialdemócratas: Willy Brandt en Alemania, Bruno Kreisky en Austria, Olof Palme en Suecia. También existió un amplio espectro de políticos que trabajaban en la Comisión Europea y parlamentarios socialistas en el Parlamento Europeo que estaban tratando de construir un camino diferente hacia Europa. Y lo hacían de una forma que no era ingenua. Esencialmente, veían lo que estaba ocurriendo en términos de comercio global. Y sentían que para que la socialdemocracia sobreviviera, era necesario preparar a los trabajadores y los ciudadanos para este movimiento. La única manera de que los socialdemócratas ofrecieran un poder que fuera contrapeso del poder del capital era mediante la democracia económica, empoderando a los trabajadores y trabajadoras, asegurando que estos tuvieran voz y voto en su forma de trabajo y en la forma en que las economías se gobiernan, de tal modo que participaran en el gobierno de las empresas. Y estos líderes socialdemócratas trabajaron con seriedad en pos de esa agenda.

Pero luego hubo un cambio en la dirigencia y de nuevo se tomaron decisiones que aceptaban que el consenso keynesiano había terminado y entonces el único camino era la ortodoxia fiscal. Tuvimos al laborista James Callaghan en el Reino Unido diciendo que el keynesianismo se había agotado y, algo crucial, Helmut Schmidt reemplazó a Willy Brandt en Alemania e impuso un sendero ordoliberal para Europa3. Esta fue una decisión que tuvo enormes consecuencias. Durante las décadas de 1980 y 1990, los partidos socialdemócratas de toda Europa aceptaron en buena medida este camino y pensaron que podrían alcanzar objetivos socialdemócratas a través del libre mercado creando algo llamado «economía del conocimiento», por la cual los trabajadores se equiparían de habilidades y serían capaces de dar batalla en un mercado competitivo. Pero mientras tanto, todas las ideas y políticas socialdemócratas que podrían haber contribuido a la emancipación de los trabajadores y el electorado en general fueron de algún modo abandonadas. Y lo que hemos visto, en especial en el siglo XXI, ha sido la aparición de inestabilidad laboral, precariedad y desigualdad. Entonces, en gran medida, estamos de nuevo en el mismo nivel de inequidad y capitalismo desenfrenado que describieron Marx y Engels y en medio del cual los partidos socialdemócratas de fines del siglo XIX trataron de elaborar un proyecto capaz de reducir su poder.

En su libro, cuestiona la idea de que solo una opción de «tercera vía»4, como la que acaba de mencionar, fuera o de hecho sea electoralmente viable para la socialdemocracia. Ha señalado la evidencia que aporta una investigación apoyada por la Fundación Friedrich Ebert (FES) que demuestra que los votos perdidos por los partidos socialdemócratas en años recientes han ido sobre todo a partidos de izquierda más radical o a los Verdes, y no, como algunos pensaban, a la derecha populista que resurge5. Sin embargo, usted no apoya como alternativa un «populismo de izquierda», como el que propician Ernesto Laclau y Chantal Mouffe6. Entonces, ¿cuál diría que es la plataforma amplia que los socialdemócratas deberían impulsar en temas como la desigualdad o la democracia económica, si no se limitaran a «salir del paso» (algo que usted sugiere que no deberían hacer) sino que reinvirtieran en «objetivos y valores» (como usted sugiere que deberían)?

Ha habido una agenda emergente desde la crisis financiera global que se fo- caliza en la desigualdad y que, en cierta medida, casi está volviendo a las bases, porque el proyecto socialista es un proyecto de emancipación humana. Por lo tanto, el propósito es crear una sociedad en la que los seres humanos, los trabajadores, sean libres de llevar adelante la vida que quieran, pero una vida vivida en comunidad –los seres humanos son mayoritariamente sociales–. Y el mayor obstáculo para la emancipación de los seres humanos fue el capitalismo; ese fue, en esencia, el diagnóstico de Marx y Engels. Es por eso que la búsqueda del sueño socialista siempre tuvo como condición la destrucción del capitalismo. Muy rápidamente, los socialdemócratas se dieron cuenta de que eso no era posible, pero intentaron domesticarlo y creyeron que el capitalismo era también muy adaptable. Esas fueron algunas de las conclusiones a las que llegaron a comienzos del siglo XX y, en gran medida, fue ese capitalismo domesticado el que ofreció 30 años de movilidad social, crecimiento económico, etc. [en el periodo de posguerra]. Así hemos llegado nuevamente a un momento en el que tenemos creciente desigualdad y una inseguridad en aumento que se siente en una variedad de formas en todas las áreas de la vida. Y muchos socialdemócratas se han dado cuenta de que han concedido demasiado poder al mercado y necesitan redescubrir un rol diferente para el Estado. Será según estos lineamientos como los socialdemócratas podrán intentar forjar una nueva agenda.

El populismo de izquierda es un fenómeno interesante porque es muy diferente de la socialdemocracia, no solo por el proyecto diferente que asume, sino también porque se basa en una idea de liderazgo carismático, que no es necesariamente democrático. Y el sendero futuro para la socialdemocracia, si los socialdemócratas están interesados en mantener viva la tradición, pasa por profundizar la democracia en todos los niveles, política, económica y socialmente. Por eso es preciso un mayor involucramiento de los ciudadanos en la vida pública, pero también poner el foco en la democracia económica para obtener esa emancipación, liberando a la gente para que se dedique a otras cosas en la vida además del trabajo. El trabajo debería ser creativo, pero la gente debería también ser libre de tener diferentes roles en su comunidad, de pasar tiempo con su familia, de crear piezas de arte, de ser creativa en su propia vida. Esa era esencialmente la aspiración socialista, que aún tiene gran resonancia. Es un ideal al que muchas personas pueden aspirar. La otra cosa que agregaría a la renovación de esa agenda es el foco en tratar de cambiar los relatos políticos fomentando distintas formas de comunicación, quizás pensando en diferentes maneras de tratar con los medios dominantes, que han sido tan hostiles al proyecto socialdemócrata. Sin esa voluntad –de nuevo todo gira en torno del tema de la agencia– de buscar una conversación distinta en la que se presenten diferentes argumentos, no hay forma de que la socialdemocracia pueda sobrevivir otros 160 años.

Quiero centrarme en los propios partidos socialdemócratas, porque usted coincide con la tesis de Peter Mair según la cual estos (aunque no solo ellos) se han ido «vaciando» a lo largo de las décadas por la atrofia de las relaciones orgánicas con lo que en Francia llamarían las «clases populares», moviéndose a un mundo mediatizado de competencia con elites rivales por la inserción en el gobierno7. En la medida en que los partidos socialdemócratas se han reno- vado desde la década de 1960, un factor principal han sido los movimientos sociales que extendieron el enfoque socialdemócrata sobre los derechos de los trabajadores, al que usted acaba de referirse, a los derechos de los ciudadanos en términos más amplios, incluyendo la igualdad de género, la libertad sexual y sobre todo la habitabilidad del planeta, parte de esa filosofía más amplia de emancipación de la que usted habla. Y me pregunto si la esfera pública de las organizaciones de la sociedad civil, entre ellas sindicatos revitalizados, podría desde su punto de vista traer nuevos aires y renovación a los partidos socialdemócratas de la actualidad.

Por supuesto que sí. La sociedad civil, y en particular los sindicatos, ofrecen de hecho un anclaje muy firme para los partidos socialdemócratas. Vimos eso, por ejemplo, en el caso del Partido Laborista en el Reino Unido, donde la desaparición de los sindicatos de la vida de la gente vació comunidades enteras. Y lo que prevaleció fue una cultura individualista, en la que esencialmente la gente creía que estaba librada a su suerte y que necesitaba adoptar una mentalidad despiadada y competitiva para sobrevivir en situaciones contemporáneas. Olvidamos que los sindicatos no solo son organizaciones útiles para asegurar salarios adecuados y condiciones laborales dignas para los trabajadores. Los sindicatos también ofrecen una cultura, un anclaje, actividades; han politizado a la clase trabajadora. A comienzos del siglo XX había trabajadores que apenas estaban alfabetizados, que tenían muy pocos años de escolaridad, pero estaban extremadamente politizados. Lo que hemos visto en las últimas cuatro décadas más o menos ha sido una despolitización, no solo de la clase trabajadora, sino de los votantes en general. Encuentro muchos estudiantes universitarios y graduados que no están politizados en absoluto, porque no están involucrados en organizaciones políticas o sindicatos que les propongan una manera de comprender el mundo. Esas organizaciones de la sociedad civil que pueden mediar en las relaciones de los ciudadanos con el Estado pueden ofrecerles la sensación de que no están solos.

Esto es, en esencia, lo que trajo el movimiento obrero: los trabajadores pudieron participar en esas grandes manifestaciones para luchar por el sufragio universal y en muchas otras importantes campañas políticas porque sentían que no estaban solos. Había solidaridad y, a través de los vínculos de solidaridad, pudieron ser la fuerza de contrapeso frente al mercado. Los neoliberales lo entendieron muy bien en la década de 1980. Sabían que la única forma de debilitar y destruir el proyecto keynesiano era debilitando a los sindicatos y tuvieron gran éxito en cumplir ese objetivo. Por eso será necesario que un resurgimiento de los partidos socialdemócratas incluya sindicatos muy fuertes. Lo interesante es que los sindicatos también están cambiando. Están mucho más feminizados. También son mucho más diversos en términos étnicos, porque la fuerza laboral también ha cambiado. En el Reino Unido, el número de sindicatos que hoy son liderados por mujeres es muy, muy grande y vemos lo mismo en otros países europeos8. Esta es una muy buena señal, porque los antiguos sindicatos no siempre fueron defensores de valores progresistas. A menudo estaban en contra de la igualdad de género, o de permitir que trabajadores de minorías étnicas accedieran a ciertos empleos, etc. Pero todo eso ha cambiado. Los sindicatos se han modernizado y pueden convertirse en agentes realmente importantes y en abanderados de los partidos socialdemócratas.

Como en la historia de la socialdemocracia de Donald Sassoon, usted identifica la tradición política con el partido que busca impulsarla9. Sin embargo, dado que existe hoy una izquierda liberal mucho más pluralista que en el pasado, y que los partidos socialdemócratas no monopolizan el sentido común progresista, ¿cómo podrían, desde su perspectiva, lidiar con este contexto, que es poco probable que desaparezca? ¿Cómo pueden relacionarse con partidos que son al mismo tiempo rivales por el apoyo progresista y potenciales socios en coaliciones de gobierno, como lo han sido en algunas de las más exitosas administraciones progresistas de años recientes, por ejemplo la «rojo-rojo-verde» en Portugal y antes en Noruega? ¿O acaso, en otra dirección, ocuparán otros partidos el espacio socialdemócrata, un escenario que usted sugiere que podría ser posible, como sucedió en el caso de Syriza cuando tomó el control de manos del Movimiento Socialista Panhelénico (pasok) en Grecia?

Esa es una pregunta realmente difícil. En el siglo XIX, el movimiento social- demócrata era de hecho muy, muy plural porque en toda Europa había otras tradiciones intelectuales que contribuían al éxito de la socialdemocracia. En Gran Bretaña, por ejemplo, el liberalismo fue un aliado del movimiento a mediados del siglo xix. En Francia, el republicanismo y las voces seculares también fueron extremadamente importantes. En España, los movimientos anarquistas, entre otros, fueron muy influyentes para la evolución de la socialdemocracia. Esa pluralidad existía de algún modo, pero por supuesto a la izquierda le gustan las peleas internas. Por eso es tan complicado.

La idea de alianzas o diálogos con otras fuerzas de izquierda es la forma de avanzar, en especial porque los sistemas de partidos y los electorados están muy fragmentados. Hoy estamos frente a sociedades mucho más polarizadas, con muchos más partidos que compiten en las elecciones. Hasta cierto punto esa competencia es una señal de un sistema político sano, por lo que la idea es buscar la competencia y la cooperación de forma simultánea. En un sentido, los partidos políticos deberían mantener su identidad y pelear las elecciones de manera independiente, porque también apuntan a diferentes tipos de electorados. En Alemania, por ejemplo, el Partido Socialdemócrata (SPD) recibe el apoyo sobre todo de votantes mayores; los más jóvenes tienden a votar por otros partidos. Lo mismo sucede en Portugal: mientras que el votante promedio tiene más de 55 años, los jóvenes votan o bien por partidos de izquierda radical o por nuevos partidos de la (centro)derecha, pero no por los partidos tradicionales de derecha o de izquierda. Entonces, hay diferentes electorados que los socialdemócratas necesitan atraer, pero deberían mantener un diálogo constructivo que luego permita el establecimiento de acuerdos de cuasi coalición o alguna forma de entendimiento cuando se abran posibilidades de formar gobierno.

Es interesante que usted haya mencionado Portugal. Los socialistas su- frieron hace un tiempo una muy importante derrota electoral. Estaban en el poder desde 2015, es decir, nueve años en el gobierno. Y el periodo más estable y fructífero de su gobierno fue cuando gobernaron con partidos de la izquierda radical. En el otro momento en que tuvieron casi la mayoría en general, tuvieron que ir a elecciones anticipadas y perdieron. Entonces, hay ahí algunas lecciones que se pueden aprender. Está el caso de Syriza y también el que estamos viendo en Francia, donde el Partido Socialista prácticamente no existe. Tenemos a Jean-Luc Mélenchon [de La Francia Insumisa] dominando el discurso de la izquierda junto con los Verdes. Los socialistas casi no figuran. Eso demuestra qué ocurre cuando los partidos socialdemócratas se vacían por completo. Se desplazaron tanto a la derecha que sus votantes los abandonaron.

Estas son entonces las lecciones. Los diálogos abiertos, las conversaciones con otras fuerzas progresistas, contribuyen a mantener la honestidad intelectual e ideológica de los partidos socialdemócratas. De ese modo pueden decir que son competentes, pero al mismo tiempo que tienen principios; porque cuando se obsesionan con los excedentes presupuestarios, se vuelven administradores y ya no los abanderados de una tradición que busca emancipar a los trabajadores.

Para finalizar, en el mundo de hoy, globalizado y a la vez personalizado, los objetivos de la socialdemocracia, desde la equidad hasta la ecología, requieren de una gobernanza multinivel para mantener bajo control el poder empresarial, en especial a escala europea y global. ¿Es la socialdemocracia capaz de prepararse para ese nivel y de presentar argumentos persuasivos para defender que los dilemas de acción colectiva que enfrenta el mundo vuelven imperativa esa gobernanza global? ¿Y puede imponerse el argumento en favor de cambios en los tratados de la Unión Europea, dada la forma en que el ordoliberalismo se encuentra aún enquistado en una Europa que pide a gritos inversión pública a una escala sin precedentes, en especial para llevar a cabo una transición ecológica justa?

Sí, puede. ¿Quiere hacerlo? La capacidad está ahí. Algo interesante es que, en los últimos tiempos, en conversaciones con parlamentarios y europarlamentarios socialistas de todo el continente, una cosa que me sorprendió es que estas generaciones más jóvenes, esos parlamentarios y eurodiputados que rondan en edad la treintena –estamos hablando de políticos que fueron muy politizados por la crisis financiera global y la de la eurozona– parecen estar listos para dar esa pelea. Tienen una visión del mundo que parece muy favorable al proyecto socialdemócrata. Parecen muy enfocados y comprometidos en reformar el capitalismo. Han estado trabajando mucho para solucionar el gran problema del presente –la inseguridad laboral– y vienen haciendo lo necesario en las instituciones europeas. También están pelean- do por diferentes causas, como la defensa del derecho al aborto, tal como lo vimos en el Parlamento Europeo.

Entonces, hay una nueva generación de líderes políticos europeos socialdemócratas que tienen ese tipo de visión y que también comprenden que las decisiones ya no se están tomando en el terreno nacional sino en uno multinacional. Así es, en esencia, como funciona la política, y la socialdemocracia en Europa no podrá florecer sin grandes cambios en la UE y en particular, como usted mencionó, dentro de la eurozona.

Ahora las circunstancias son muy hostiles para ese proyecto socialdemócrata porque domina la derecha y, respecto de las elecciones de junio, se estima que los partidos de extrema derecha van a hacer grandes avances y los social- demócratas van a perder algunas bancas9. Esto va a hacer mucho más difícil que las voces socialdemócratas presenten un argumento diferente. Dentro de los gobiernos nacionales de Europa, los escenarios tampoco son muy esperanzadores. El SPD es extremadamente impopular en Alemania10. El único bastión socialista o socialdemócrata en Europa en este momento es España, porque incluso en los países escandinavos el tipo de socialdemocracia que se practica es muy cuestionable, en particular en las áreas de inmigración y derechos humanos.

Pero vivimos en una época muy volátil. Es altamente improbable que las promesas de la derecha de manejar la inmigración de una forma que viola las convenciones internacionales y que es muy inhumana vayan a aplacar a los votantes de toda Europa. Por eso, en estos tiempos volátiles, los socialdemócratas tendrán la oportunidad de presentar propuestas diferentes y tratar de hacerlas realidad. Y quizás deberían perder el miedo a ser derrotados de antemano en la discusión, porque las cosas están ya muy, muy mal tal como están. Si pueden presentar un argumento diferente y mostrar que las soluciones que proponen sus rivales no dan resultado, quizás haya un momento para ese regreso. Tengo alguna esperanza en esa generación más joven de parlamentarios y eurodiputados de la socialdemocracia.

Como solía decir Franklin Roosevelt en algunos momentos igualmente difíciles, «la única cosa a la que debemos temer es al temor mismo».

Nota: una primera versión, en inglés, de esta entrevista se publicó en Social Europe, 19/4/2024, con el título «Social Democracy: Its History and Its Future». Traducción: María Alejandra Cucchi.

1. R. Wilson: «Facing Europe’s Huge Challenges» en Social Europe, 1/9/2023, disponible en www.socialeurope.eu/

2. «Kevin Gallagher: A New Bretton Woods», video en el canal de YouTube de Social Europe, 7/8/2022, disponible en www.youtube.com/watch?v=skctwtamxjo/

3. William Desmonts: «Germany Trapped in an Unavoidable Change» en Social Europe, 11/3/2023, disponible en www.socialeurope.eu/

4. Jon Bloomfield: «Countering the Crisis of the Left» en Social Europe, 21/2/2019, disponible en www.socialeurope.eu/

5. Tarik Abou-Chadi, Reto Mitteregger y Cas Mudde: «Left Behind by The Working Class? Social Democracy’s Electoral Crisis and the Rise of the Radical Right», FES, División Análisis, Planificación y Consultoría, Berlín, 2021, disponible en https://library.fes.de/

6. C. Mouffe: Por un populismo de izquierda, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2018.

7. P. Mair: Ruling the Void: The Hollowing of Western Democracy, Verso, Londres, 2023.

8. Christiane Benner: «Changing the Face of Trade-Union Leadership» en Social Europe, 20/7/2023, disponible en

Nueva Sociedad 315 / Enero – Febrero 2025

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