La posibilidad del proyecto progresista sigue en pie

Enrique Gomáriz

Enrique Gomáriz Moraga

Cuando escribí hace unos días sobre la gran oportunidad que tiene un proyecto progresista en Costa Rica, a partir de la constatación de esa base electoral el torno al 60% que existe al respecto en el país, todavía no se había producido el sorprendente anuncio del candidato Araya (PLN) de que se retiraba de la campaña electoral. Cabe pues la pregunta de si ese inesperado hecho cambia mucho la situación respecto de la oportunidad de impulsar en el país un proyecto progresista, de espíritu socialdemócrata.

En puridad, nada obliga a que así sea. Simplemente ahora ese proyecto se articularía en torno al otro partido progresista, el PAC, pero la posibilidad de realizar una alianza progresista a partir de los dos programas de gobierno más parecidos en este sentido, PAC y PLN, sigue en pie. De hecho, el candidato del PLN ha propuesto ya de forma explícita un Pacto Nacional para llevar adelante esa alianza progresista. Es decir, todo pareciera indicar que esa posible alianza, base del proyecto progresista, podría estar ahora más cerca que antes.

Sin embargo, la dinámica partidaria y la cultura política del momento, no parecen favorecer esa posibilidad. Incluso podrían estar dispuestas a dejarla pasar. Veamos primero esa dinámica desde las principales fuerzas políticas.

El planteamiento positivo del PLN de impulsar un Pacto Nacional surge con un problema de credibilidad: se plantea precisamente asociado al retiro de la campaña del candidato Araya, lo que puede verse como una forma de salir con una propuesta patriótica después de estar convencido de que iba a perder las elecciones y adoptando la controversial decisión de abandonar la campaña. Es decir, la propuesta del Pacto Nacional sería lo que en arte dramático se conoce como un gesto elegante para desaparecer por el foro. Y la tremenda confusión que ha generado en el PLN el retiro de Araya no parece el mejor clima para articularse seriamente en torno al planteamiento profundo de Pacto Nacional hecho por el candidato de ese partido.

Tampoco desde el PAC la posibilidad de aprovechar la gran oportunidad tiene buenas perspectivas. Una primera reacción a la idea del Pacto Nacional, que muestra bien el clima partidario interno, fue dada por su lideresa Epsy Campbell, quien diluyó rápidamente la propuesta en un dialogo general con todos los partidos, lo que puede significar que desconoce la oportunidad de una alianza progresista compacta, para ir a un debate disperso donde los polos opuestos en la derecha y la izquierda operarían en contra, dejando todo al final en manos del PAC. En pocas palabras, no importa la proximidad de los programas de gobierno, ni la posibilidad de contar con una arrolladora fuerza de centroizquierda en la Asamblea para impulsar el proyecto progresista. La llegada del PAC al gobierno es lo que realmente importa.

Cierto, algunos observadores sostienen que, dado el modelo presidencialista del sistema político costarricense, esos sectores más rígidos no tendrán tanto peso en la conducción gubernamental. Sin embargo, el empeño desaforado de la propia Campbell por salir en la foto durante las ruedas de prensa del candidato, parece indicar otra cosa. Desde luego, doña Epsy tiene razones personales para actuar así, pero no sería nada extraño que esa actitud reflejara también su intención de meterse en el gabinete de gobierno. Mucha templanza deberá adquirir Campbell y otros dirigentes del PAC para no convertirse en un soberano dolor de cabeza para el próximo presidente.

En todo caso, parece indudable que hay sectores en el PAC que no ven ni quieren ver la oportunidad de consolidar un bloque histórico progresista en Costa Rica. Una posibilidad que, como se apuntó, también será combatida desde los extremos, Movimiento Libertario y Frente Amplio. Aunque al mismo tiempo es fácil captar que si se hiciera un pacto programático de centroizquierda, ninguno de esos extremos tendría fuerza suficiente para evitar el avance del proyecto progresista.

Así se llega al otro gran factor que es necesario analizar: la perspectiva del previsible presidente, Luis Guillermo Solís. En mi nota anterior ya avanzaba que las condiciones de su posible gobierno no muestran un amplio margen de maniobra. Y que, por ello, el riesgo de fuga hacia delante sigue pareciendo alto. En tal sentido, el lema de esta nueva fase de la campaña electoral es poco halagüeño: “¡Dígale hola a la nueva Costa Rica!”. En pocas palabras: llega el PAC al gobierno y el país cambia irremediablemente. Que una persona inteligente como Luis Guillermo haya admitido ese lema, muestra hasta qué punto será posible asistir a un presidente cautivo de su propio entorno político. ¿O será cierto eso que dicen de que a mi estimado amigo le vence de vez en cuando una soberbia desmedida?

Evidentemente, ninguno de los graves problemas que tiene Costa Rica se resolverá con la llegada del PAC al gobierno: ni el entrabamiento público, ni las dificultades fiscales, ni la ausencia de un modelo productivo alternativo, ni la opacidad de algunos espacios institucionales (especialmente en las autónomas), por citar sólo algunos de los más visibles. ¿Sera ineludible que Luis Guillermo llegue al Gobierno para que después empiece a aprender lo que significa gobernar el país? Debería haber aprendido algo de algunos temas de campaña. Por ejemplo, todos recuerdan que sólo hace un año Solís era partidario de esa propuesta del PAC de darle varias vueltas de tuerca a las zonas francas y que luego, finalmente, acabó calificándolas como “el sector más dinámico de la economía costarricense”. ¿Cuánto tiempo necesitará para darse cuenta de que su maravillosa voluntad política no es una pócima milagrosa? No se trata de desconocer el valor de la voluntad política, pero ese factor sin una visión realista del escenario puede conducir a la frustración colectiva o, peor aún, a una fuga hacia delante de tipo populista.

Si se toman algunos factores fundamentales para calcular las posibilidades de hacer un buen gobierno, puede apreciarse que Luis Guillermo no lo tiene precisamente fácil. Veamos cuatro principales: consistencia programática, capacidad de liderazgo, equipo de gobierno y condiciones nacionales. Haciendo ese análisis con rigor fue posible anticipar el pobre desempeño del gobierno Pacheco, los resultados controversiales de la administración Arias y los problemas de consistencia del gobierno Chinchilla. En el primer caso me pareció, desde la toma de posesión, que no había mimbres para componer el cesto (incluso frente a algunos observadores que sostuvieron que quizás la falta de seguridad permitiría un consenso eficaz). En el segundo caso, los problemas de liderazgo externo (hacia el resto), junto con el cambio de condiciones económicas a mitad de mandato, concluyó en el clásico baile de dos pasos adelante y dos atrás. Y en el caso de Chichilla… bueno, en ese caso la proximidad a la persona me puso fácil el cálculo de que el tipo de liderazgo hacía difícil un buen funcionamiento de equipo y que todo ello bloqueaba un proceso fluido de toma de decisiones. La única sorpresa que tuve fue que, cuándo el estrés empezó a ser alto, la persona se refugió en el fervor religioso. Eso no estaba en el libreto previo.

Pues bien, si aplicamos ese análisis al caso de Luis Guillermo aparece evidente su estrecho margen de maniobra. Hay problemas en el programa de gobierno (en el sentido del ejemplo ya usado con las zonas francas), pero son relativamente manejables, aunque si los sectores más radicales hicieran un seguimiento riguroso, esos problemas se pondrían en evidencia. El liderazgo de Solís parece robusto, pero su ejercicio enfrenta un entorno político de muy difícil manejo. Eso le producirá enormes problemas a la hora de conformar y hacer funcionar su equipo de gobierno. Y todo ello debe colocarse ante la dimensión de los problemas nacionales que enfrenta. Las condiciones políticas y económicas del país no son las mejores. Desde el punto de vista económico, tiene sólo un margen mediano de maniobra: el modelo de producción permite un avance lento, pero no resuelve por sí mismo la necesidad urgente de su reciclaje. Y en términos políticos recibe un país con fuertes tensiones sociopolíticas, producidas principalmente por una élite socioeconómica muy poderosa y una extensión de las ideas populistas en amplios sectores sociales y sindicales. Dicho en breve, no parece que las probabilidades de hacer un gobierno progresista exitoso sean altas. La única certeza que aparece garantizada es que Luis Guillermo Solís llegue a ser el presidente más jaloneado de la historia política reciente de Costa Rica. La falta de consenso político profundo en la sociedad actual van a someter al Presidente a tensiones difícilmente sostenibles, que se van a manifestar ampliamente, desde su entorno partidario hasta la sociedad civil, pasando por la Asamblea legislativa. Si Luis Guillermo ya dice públicamente que tiene dificultades para dormir, no sabe todavía lo que le espera. Claro, todo resultaría más sencillo si las dos principales fuerzas políticas que pelean por el espacio de centro y centroizquierda establecieran una alianza nacional para impulsar un proyecto progresista en el país. Pero esa opción necesitaría de mucha visión estratégica y de Estado, algo que no es fácil encontrar en el escenario político actual.

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