Especial para Cambio Político
Misión: Hamanoya Bar |
Antes de hacer la rigurosa cata de la comida, por petición de un fiel lector, procederemos a dar una breve introducción de lo que se puede beber en Japón. Obviamente este Cronista se volvió toda una autoridad en cerveza japonesa y la que más le gustó es la Asahi Super Dry, la más vendida en Japón y es relativamente nueva, tiene menos de 25 años de fabricarse pero desbancó a la competencia. ¿Cómo es eso de una cerveza “seca”? En realidad se trata de una cerveza que se fermenta más tiempo, entonces, casi todo el azúcar se convierte en alcohol (ya sospechaba porqué me gustó tanto), lo que le da un sabor más limpio y fuerte. En segundo lugar está la tradicional Kirin Lager y se puede citar también su prima la Kirin Ichiban, es la marca más antigua y tiene más de 100 años de fabricarse, fue la cerveza más vendida en Japón hasta el año 2000. En tercer lugar, está la Sapporo Black, otra marca relativamente nueva nacida en 1977 aunque su fabricante tiene unos 140 gloriosos años de historia. Y en cuarto lugar está la Suntory Malt, producto de un conglomerado que hace todo tipo de licores, entre ellos un whisky que cuesta como Old Parr pero que sabe a Passport. Entre estas cuatro marcas se reparten el 97% del mercado japonés. Y este cronista también menciona a una marquita pequeña pero que sabe muy bien, se llama Yebisu y es tan buena que hasta un importante barrio de Tokio adquirió su nombre a raíz de esta cerveza. Por supuesto, cada una de estas marcas tiene variantes y subvariantes, lo que se puede ver por un lado como una bendición pero por otro como una amenaza, pues los japoneses han inventado una infame happoushu, que es una cerveza que hacen con menos malta para pagar menos impuestos, o sea, sabe a agua y los condenados la cobran igual, y como usan las mismas marcas uno no puede leer los palitos de las etiquetas y no sabe lo que está comprando, a menos de encontrar alguien que sirva de traductor, está uno fregado. Peor aún, a partir de 2004 han inventando una tercera variedad de birra, llamada happousei, hecha de soya, sinceramente este Cronista dadas sus tristes experiencias con las happoushu ni se animó a probarla. Las tres primeras marcas citadas se consiguen en Costa Rica, pero ojo, son embotelladas en América del Norte y los desgraciados gringos y canadienses les bajan el contenido alcohólico, entonces, no saben igual, así que no jueguen de vivos cuando van a un restaurante japonés y piden una birra nipona, porque les dan gato por liebre.
Bueno, ahora al grano con el Hamanoya, que a pesar de estar en una de las zonas más caras de Tokio, es un humildito edificio de madera de dos pisos, en la planta baja hay una barra para unas 30 personas y en la alta hay espacio como para unas ocho mesas, o sea, el local es bien pequeño y a pesar de eso, por ahí hay una guía en Internet basada en Austria (cuya tradición barística no se podría cuestionar), www.tripwolf.com y que tiene 600.000 afiliados, lo incluye en la lista de los 10 mejores bares de Tokio. En la parte de las mesas el piso es del tradicional tatami por lo que hay que quitarse los zapatos (ojas si han caminado mucho ese día para que no les huelan las patas), y aunque son mesitas bajas al estilo tradicional, por dicha tienen un hueco para sentarse, pues este Cronista con sus carnes ya no está para cruzar las piernas. Aquí los saloneros visten los tradicionales yukatas y sí toman las órdenes en una libretita, todavía no se han computarizado. El lugar estaba repleto, arriba básicamente con gente joven con pinta de universitarios, y abajo con gente más viejona, pero en ambos niveles todo el mundo hablaba lo más duro que se podía, esos son los bares que me gustan.
El festín de la noche comenzó con unos kobachi, que es la cortesía de bienvenida que nos pusieron, para decirlo en tico es como una especie de ceviche de pulpo con cebolla y pepino, la verdad que estaba bien bueno. Luego se pidieron unos edamame, que aunque se vean iguales a nuestras vainicas, son vainicas de frijol de soya (¿qué otra cosa iba a ser? ¡Estamos en Japón!) cocinadas con sal, los japoneses las consideran el complemento ideal para tirarse una birra, la verdad es que están muy buenas y como con el maní, no se cansa uno de comerlas, solo que esta sí es comida sana. Pero no se confundan, pronto el Cronista hizo valer su posición de invitado y pidió algo más sustancioso y dañino, así que comenzaron a llegar las fritangas: leva, que es hígado (otra palabra que los japoneses no se preocuparon por traducir del inglés); unos yaga chizu, papitas con queso; hamiami, tiras de carne jugositas y suavecísimas; asparaa beekon, ¿adivinen que? Bocadillos de espárrago envueltos en tocineta; hanpen, que es tofu de pescado, a pesar de que suena a vomitivo estaba bien rico, con sabor suave; satsumage kitakyuenu, un omelette de pescado; gyusuji, carne de buey bastante pesadita; y onigiri, bolas de arroz rellenas de pescado, estas últimas fueron lo único que no le hizo gracia a este Cronista, pues el arroz agrio le recordó el sabor del sushi (fuchi), por dicha guardamos las apariencias con los anfitriones dejándolas de lado con el cuento de que estábamos llenos. Ahí me disculparán los japoneses con los nombres, porque aquí no había menú en inglés y realicé la trascripción de los nombres con mi exquisito conocimiento de la lengua japonesa, algo así como lo que sabe un chancho de astronomía.
Veredicto: el lugar es bueno, bonito y barato, pero ponemos en duda que no haya muchos bares mejores en esta urbe de 25 millones de personas, vamos a tener que darle clases a los austriacos. Y una vez más este Cronista comprueba con satisfacción que la manera de tomar de los japoneses es increíblemente parecida a la de los ticos, pues si no hay comida no se vale beber guaro, las raciones son pequeñas para poder probar bastantes cosas y los precios baratos como para ir todos los días. El problema de ir a lugares como el Hamanoya, es que si uno no va con alguien que hable japonés, está listo porque uno no entiende y tampoco lo van a entender. Y hablando de precios, la bebida sale tres o cuatro veces más cara que Tiquicia, pero la comida está igual y si se quiere más barata, pues si quiere uno comer lo mismo en un restaurante japonés acá, sale embollado.
Y aquí nos despedimos de Tokio, queda para un próximo viaje recorrer la milla llena de bares que hay debajo de las líneas del tren en la estación de Yurakucho…
SEMPER COMPOTATIUM
Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos
LLOREMOS POR SIEMPRE POR LA EXTINTA SAINT FRANCIS
¡LA BIRRA EN VASO SIN HIELO! ¡NI A PICO DE BOTELLA!
Combatiente declarado contra los sports bar
Los aborrecibles Pancho’s, Millenium, Yugo de Oro Cinco Esquinas y el Valle de las Tejas dichosamente de Dios gozan
VALETE ET INEBRIAMINI