La Patrulla de Bares Retro: Las Crónicas Perdidas (5 x 1)

Patrulla de Bares

Hace muchos, muchos años, un grupo de amigos decidió fundar una noble Orden llamada «La Patrulla de Bares». Las andanzas y tribulaciones de sus miembros han quedado consignadas en crónicas, muchas de las cuales ya son parte de la historia literaria y etílica de nuestro país.

Por mucho tiempo las primeras enseñanzas (Crónicas) de la orden desaparecieron, y con el tiempo llegaron a ser de culto y conocidas como las «Crónicas perdidas». Dichosamente después de un arduo trabajo de búsqueda, se lograron recuperar algunas de ellas.

En los tiempos que se fundó la orden no existían las cámaras digitales y mucho menos el Internet había llegado a Costa Rica, debido a esto, el Sumo Sacerdote (El Cronista) de la Orden de «La Patrulla de Bares» decidió, para regocijo de los lectores de las crónicas, publicar las cinco primeras.

Estas crónicas nos transportan a una Costa Rica idílica y etílica, que desgraciadamente ya no existe y no volverá. Pero, valga por el recuerdo y la preservación de nuestro patrimonio.

Birra

Misión: Garro´s

En estos días la patrulla incursionó en uno de los lugares de más prosapia entre la comunidad de hartones. Nos referimos a Garro’s en Vargas Araya de Montes de Oca. No pregunten como llegar ahí porque es un poco enredado, sólo hay que decir que se trata de una empinada cuesta, que es todo un reto para quienes llegan en su vehículo y luego tratan de salir con unas cuantas frías entre pecho y espalda, así que aparte de las buenas bocas los comensales pueden disfrutar de algún buen show de malos conductores. Para los miembros de la patrulla no hubo problema pues estos curtidos veteranos suelen llegar por olfato a este tipo de templos.

Y como en la patrulla nos gusta otorgar títulos, Garro’s bien merece ser llamado «el paraíso del colesterol». Destacan en su abundante menú toda clase de fritangas y demás menjunjes llenos de grasas polisaturadas, de ésas que son las que saben más rico. Las cantidades son más que generosas, y el buen sabor lo evidencia el hecho de que casi todos los días es imposible entrar al chinamo que se desborda de hambrientos y sedientos comensales. De hecho, la dotación de la patrulla hizo dos infructuosos intentos previos para sacrificarse en la rigurosa evaluación al negocio de marras.

Pero vamos al grano. La boca estelar entre los participante fue el ternerito, que se sirve sumergido en un alud de cebolla frita, yuquita y algunos intentos de papas a la francesa. Similar presentación tienen la boquita de hígado, muy útil para reponer tejidos perdidos, y el chuzo de carne, esas que por otros lados llaman León XIII. La sopa negra pinta muy bien, aunque la trajeron friona. Las carnitas mexicanas muy buenas y generosas. La torta de huevo desborda el plato. La morcilla buenísima y para recordarla el resto de la noche…

Además en las mesas ponen unos chileros de fabricación propia que están bien buenos, mucho mejor opción ésta y más barata para el negocio que poner algún aderezo comercial. Puntos malos: lo que más resintió la patrulla fue el pleito por las servilletas, ni que fueran de encaje francés. Aparte de que las parten, te las ponen con cuentagotas, y en vista del alto contenido dietético de la comidita, es normal que todo el mundo termine bien embarrado, eso sin contar las moqueadas por causa de las enchiladas. También la atención es un poco flojita, hay que enamorar a los saloneros hasta para que te traigan la cuenta. Pero lo realmente malo del local, es que antes de las 10 de la noche cierran y ni dan chance de pedir el zarpe, esto es una verdadera falta de solidaridad para quienes aún no han saciado sus apetitos, ya sea líquidos o sólidos.

Por esto, la patrulla le dedica a Garro’s una «trompetilla catalana»: ppptttttt….

Pero, pero, pero… Cuando nos trajeron la cuenta, se revela la mayor virtud de Garro’s: el lugar es realmente barato, y la birrita con todo y boca salió a 500 colones, toda una ganga en esta época de neoliberalismo y globalización, y que justifica con creces los sacrificios vividos por la patrulla para entrar al lugar y hasta hace olvidar a los huraños saloneros.

Y hasta aquí…

Birra

Misión: Bar Marielos

Esta vez la patrulla incursionó en otro establecimiento de rancia tradición boquística, el Bar Marielos en Cipreses de Curridabat, más conocido en el gremio como el «bar del sicópata», pues está ubicado en las aristas del llamado «triángulo de la muerte», en el cual actuaba el aciago personaje. Cuenta la leyenda que el individuo en cuestión acostumbraba asistir a este noble templo para echarse un par de tapis y luego cometer sus fechorías.

Al frente del bar está el popular «copete», orgulloso propietario de tan sacro lugar, y obviamente, la atención personalizada de su dueño (aún cuando el local esté de bote en bote) es uno de los puntos altos del lugar, pues existe preocupación de que las sedes y las hambres esté debidamente saciadas.

Pero… ¡HORROR DE HORRORES! Entre los solícitos ofrecimientos de la placentera sesión estuvo el disfrute de un karaoke! Eso es como mencionarle la kryptonita a Supermán, como quitarle los anteojos al «intríepidio violadior», como ponerle un plato de sopa a Mafalda… Afortunadamente los miembros de la patrulla disfrutaban casi en condiciones de exclusividad de la nave comedoril, y eso fue garantía para que nadie activara tan diabólico aparato.

No obstante, las agresiones a los sentidos seguían latentes ya que amenazadora en una exquina estaba una rockola (sí, todavía existen). Y aunque el lugar es rústico y unas cuantas rancherazas no hubieran desentonado con el piso de ocre, las paredes de láminas de zinc y el techo sin cielo raso, mejor era seguir en la animada tertulia que obviamente no podía soslayar las polémicas políticas que mueven estos días.

En cuanto a lo importante (léase: comida), el lugar muestra un menú corregido, aumentado y actualizado. La sopita negra es todo un clásico, apenas para llegar bien «grave». Otro estelar es la torta de huevo, a la cual ahora se lue pueden incorporar distintos rellenos. Para los hartones hay casados con distintas combinaciones, incluso hay libertad para que el comensal haga su propia combinación (de seguro esto después lo copió Pizza Hut). Las carnes muy buenas y generosas, llevándose las palmas el inefable Gordon Blue (degeneración polística del francés Cordon Bleu que se ha impuesto con igual fuerza en nuestros usos sociales que el Geovanny, versión tica del Giovanni títile), y hasta un buen t-bone tienen (en realidad es más pariente de una chuletica, pero por lo menos es legítimo, y no sale a seis rojos como en Denny’s).

Faltaron algunos ingredientes para bocas sugestivas, pero ahora todos le echan la culpa a los desabastecimientos de los traidos por el ICE. Unos amigos recientemente se quejaban que se los habían «tirado» con la cuenta, pero el total de la patrulla resultó normal, caro si se ve por el estado físico del inmueble, pero razonable por la calidad de la ingesta sólida.

Y hasta aquí…

Birra

Misión: Bar La Unión

El origen de algunas cantinas nacionales parece remontarse a tiempos inmemoriales (salió en verso). Y si el lugar en cuestión encuéntrase en la provincia de Cartago, para algunos bien podría haber sido frecuentado por algún rey babilonio, y según los jetones de verdad, bien se podrían encontrar aún las huellas de mamut en el parqueo.

Lo cierto es que el bar La Unión (ojo, no es el Club Unión, por si aca) se nos asemeja como perdido en la memoria de los tiempos, pues posee una dilatada existencia. Además cumple el requisito del típico «bar de pueblo», ubicado frente al parque, al otro lado de la escuela y a menos de una cuadra de la iglesia, antes de que algunos mojigatos promulgaran las leyes ridículas sobre distancias entre cantinas y otros edificios públicos.

Lo mejor del Unión es que ha armonizado su cocina con los tiempos y la urbanización de su entorno, y ha sustituido los previsibles gallos de salchichón y platos de cubaces por un elaborado menú de bocas, que aparte de estar bien hechas, llenan con generosidad los amplios recipientes en que son servidas.

Y es que las papilas degustativas comenzaron a mostrar su mayor grado de excitación cuando comenzaron a llegar las viandas servidas en planchas de hierro caliente. «Bisteques», ravioles, tortas de huevo y afines llegan a la mesa todavía crepitando y con la amenaza de pegarle un buen susto a algún cliente que se haya dejado adormilar por los jugos del dios Baco y que omita el detalle de considerar la temperatura de los utensilios.

Además, la carne es servida con buen acompañamiento que incluye papitas y frijolitos molidos, los cuales además estaban realmente buenos e hicieron recordar un buen chiste que circuló profusamente por internet en meses pasados. El cocinero muestra una gran consideración con sus clientes, y en lugar de llenar engañosamente sus generosos platos con insípidos produtos vegetales (léase zacate), se preocupa de que toda la comida aumente en forma negativa los conteos de colesterol, triglicéridos y lípidos. Y es que si uno paga por comer, por lo menos que la comida sepa a algo.

La amplitud del menú invita a ulteriores incursiones, y en el momento de «la dolorosa», las billeteras no resultaron mayormente castigadas. Realmente parece que el único pleito del lugar es encontrar campo.

Y hasta aquí…

Birra

Misión Bar: Las Espuelas (†)

Al borde del abismo

Guadalupe en el pasado ha sido albergue de nobles bares, posiblemente por su cercanía con el Santo Grial cantinesco que en su época dorada representó Moravia. Todavía lloramos el cierre de Sergio’s, hoy convertida en vulgar lavandería, y temblamos de rabia cuando vemos que el local de la adusta San Antonio hoy está ocupado por un Subway (símbolo de ese proceso irracional de alienación por cosas de inferior calidad). También lamentamos el triste final del Manchester, y sufrimos no más de pensar que el único sobreviviente de tan dorada generación, el bar de Campitos, sucumba ante el peso de una modernidad mal entendida.

En rescate de tan rancia tradición, surge Las Espuelas, un local un poco anónimo por su ubicación en una calle poco transitada y por su todavía titubeo de identidad entre bar, restaurante y bailongo. De hecho, la patrulla en pleno estabe experimentando algún malestar para el ejercicio de su sagrada labor, hasta que le bajaron el volumen al equipo de sonido y se pudo conversar.

El menú de bocas es atractivamente kilométrico, aunque visto con ojo clínico no trae mayor novedad. Lo más espectacular de la noche fue la olla de carne, enorme, apenas para comerse una y no seguir. La sopa de mariscos también venía en pote, no en platito. Y el chifrijo también lo sirvieron en tamaño familiar. No tan afortunadas fueron las bocas de carne, que eran unos simples gallos, incluso la tal carne a la pimienta resultó un poco insultante, pues era un simple bistec encebollado con mucha pimienta en polvo, nada que ver con lo que sirven en otros templos de la boca, también unos dedos de pescado en salsa tártara fueron discretamente despreciados por no haber resultado mayor cosa.

El servicio estuvo bien, y al parecer la cuenta fue un poco más alta que en otros lugares, pero sobre este tema se tendría que ser un poco más analítico, porque también hay que admitir que hubo quórum al 100%.

En resumen, mientras no se arme el bailongo ni haya ningún advenedizo jugando de cantante, el lugar bien vale la visita. En otro caso, el bar es uno más del montón. ¡Realmente este martes estuvimos al borde del abismo!

Y hasta aquí…

Birra

Misión: Víquez Bar

Nuevamente al borde del abismo

¿Quién diría que la plácida actividad patrullera se puede convertir en peligroso juego a las escondidas con sus enemigos más acérrimos? Pues bien, el lugar de la pasada convocatoria, el rancio y añejo Víquez Bar, también amenaza a sus parroquianos con la tortura del karaoke. Sólo que una vez más la patrulla ha topado con suerte y el aparatejo estaba apagado, pues su funcionamiento venturosamente está confinado a dos días por semana.

Hay que advertir que en alguna época Víquez fue condenado a un vergonzoso ostracismo pues cuando el chinamito disfrutaba de sus mayores glorias, decidieron cortar el menú de bocas por la mitad, cercenando de esta manera algunas de las especialidades más celebradas de su cocina. Ante tal afrenta, se le puso por bastante tiempo en la lista negra de los lugares invisitables.

No fue sino recientemente que el correo de las brujas entre los comebocas advirtió que Víquez había regresado por sus fueros, de la mano culinaria nada menos que del famoso Gancho (otrora propietario de Ricos y Famosos, uno de los miembros de la llorada lista de gloriosos bares ahora cerrados). La razón de la llegada y posterior partida de uno de los boqueros de más prosapia en el ambiente cantinesco nacional obedece a una historia un poco sórdida, que se reserva para una sagrada mesa de tragos.

Ahora Víquez aprendió a caminar de nuevo sin tan sabia guía, pero conserva alguna de las bocas de su época dorada, en especial los spaghetti, que se sirven en porciones de tamaño familiar. Las carnes son aceptables y merece destacarse el Gordon Blue (vale que no hay franceses en la patrulla, pues de lo contrario ya habríamos presenciado varios patatús). Los patacones no eran nada del otro mundo, pero los frijolitos molidos sí estaban bien. Y la estrella de la noche fueron los taquitos de queso, los cuales circularon profusamente por las mesas, en agradecimiento a que la alta dosis de lípidos polisaturados se veía complementada por generosas raciones de mayonesa y ketchup, todo un bombazo para el sistema digestivo apenas para disfrutarlo.

A pesar del peligro corrido, Víquez se une a la lista de lugares que merece la pena volver a visitar, pues con generosidad saciarán un estómago hambriento y calmarán nuestra bíblica sed.

Y hasta aquí…

Birra

PATRULLA DE BARES

SEMPER COMPOTATIUM

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

LLOREMOS POR SIEMPRE POR LA EXTINTA SAINT FRANCIS
¡LA BIRRA EN VASO SIN HIELO! ¡NI A PICO DE BOTELLA!

Combatiente declarado contra los sports bar
Los aborrecibles Pancho’s, Millenium, Yugo de Oro Cinco Esquinas y el Valle de las Tejas dichosamente de Dios gozan

VALETE ET INEBRIAMINI

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