La Patrulla de Bares: El Shangri-La de las cantinas ticas

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Bar La Garantía
Dónde: Patalillo de San Antonio de Coronado, 50 mt al norte del Palí (ver mapa)

La Garantía

Así de eufórico lo comunicó mediante un heraldo uno de los nobles integrantes de la Patrulla su valioso hallazgo. Ante semejante motivación, la alicaída Orden ha revivido sus incursiones de rigurosa exploración científica y esta Crónica da fe de la agradable experiencia.

El lugar en cuestión se llama Bar La Garantía y queda en Patalillo de Coronado. Para quien se amedrente ante semejantes señas, diremos que no es tan remoto como suena, si se viene desde el centro de San José es muy fácil ubicarse, se toma la carretera entre Moravia y San Isidro de Coronado y unos 800 metros al este de la iglesia de San Antonio de Coronado, se ve un Palí y antes de llegar allí se dobla a mano izquierda, 50 metros al norte. O más fácil en esta era tecnológica, nada más se pone el nombre en alguno de los conocidos sistemas de cibermapas y el negocio en cuestión aparece en todos ellos. Al llegar uno no se pierde, por la inusual cantidad de carros al frente, señal infalible de que la gente viene de lejos y por lo tanto hay algo que vale la pena que motiva a hacer el viaje desde otras comarcas.

El lugar queda en una calle totalmente residencial justo en medio de una cuesta, nos recordó de inmediato al admirado Garro’s. Con sólo entrar al local el corazoncito comienza a latir con más intensidad pues definitivamente es uno de esos bares vernáculos que ha ido creciendo y remodelándose a través del tiempo, con la evidente ausencia de cualquier tipo de diseñador. Se ve que primero comenzó a funcionar en una discreta casita de madera que luego se extendió a la vivienda de a la par, que está cuesta abajo y por lo tanto hay un desnivel que contribuye a darle más caos y variedad al espacio interno. Las remodelaciones se limitaron a quitar paredes y por lo tanto hay columnas aparentemente situadas anárquicamente por todo el local. El mobiliario es totalmente cantinesco, nada de sillitas altas y la tradicional barra de madera tiene una extensión para acomodar bebedores extra. La decoración es igualmente espontánea, nos llamó la atención una bola de fútbol colgando junto a un LP sobre la barra. El único elemento disonante son los innumerables televisores que desafortunadamente los clientes de los bares ahora exigen tanto como los vasos con hielo para la birra, se fueron para siempre los tiempos pasados cuando el dueño se traía de la casa un televisorcillo de doce pulgadas en los días que había partido. El día de la incursión era entre semana y el lugar estaba casi totalmente lleno, con un escandaloso ambiente de cantina que ya casi se nos había olvidado, sólo faltaba el olor a cigarro. Lo único que debe prevenirse es que los fines de semana habilitan un infame karaoke, advertidos estamos para mantenernos a prudente distancia.

Y en cuanto a las sacrosantas bocas, la primera agradable impresión es que todas son a dos mil colones, no es precisamente lo más barato del mundo, pero ahora en cualquier lugar cobran lo que les da la gana, además si se toma en cuenta la cantidad y la calidad, está más que bien. Además los fines de semana hay boquitas más especiales, entre dos mil y tres mil la pieza, pero a riesgo de terminar escuchando borrachos desafinados según ya se advirtió. El menú desafortunadamente no es muy variado, pero garantiza que lo que se pide llega rápido y bien hecho. Y hablando de tradiciones, en el tanto la boca lo permita, nada de cubiertos, casi que servían sólo con una cuchara como en los tiempos de antes, aquí se come con la mano o a lo sumo ponen un tenedor para la ensalada. La atención es rápida y muy buena, dada por personas que evidentemente son los dueños, quienes orgullosamente describen el menú cuando se les pregunta algo y durante toda la velada se esmeraron por asegurarse de que los parroquianos estaban bien atendidos.

En cuanto a las viandas examinadas, la lista se inicia con unos patacones, los sirven con carnitas, frijoles molidos y queso cheddar derretido, ya con sólo esa descripción se le hace a uno la boca agua. Hay costilla de cerdo, carnuda y tostadita, bien aderezada. La olla de carne es todo un espectáculo: traen tres platos, uno con la sopa, otro con las verduras y otro con arroz blanco, el sabor además muy bueno y una generosa cantidad que dejó fuera de combate a la patrullera que la pidió. La torta de huevo es grande, se puede pedir con o sin cebolla, la sirven de una vez con tres tortillas y la hacen agradablemente tostadita. Hay macarela, un pescado no muy tradicional pero que por ser de más cuerpo se lleva muy bien con las birritas, sirven tres buenas chuletas fritas, acompañadas de una yuca decente. El chorizo, lo sirven bien tostadito, uno de los mejores catados por el patrullero de turno, quien había advertido que se lo trajeran sin picante, pero por error le llevaron el chiloso que además estaba que ardía, aquí de una vez se ve el buen servicio de la casa, al preguntar el salonero cómo estaba y escuchar la queja del comensal, de inmediato y sin objeción alguna le trajo los choricitos tal y como habían sido ordenados. El infaltable chifrijo, estaba bueno y grande como todo lo que se ordenó, aunque el chicharrón era un poco duro. Hablando de carnes tradicionales, hay boca de pezuña, algo que ya casi no se ve en ningún bar, se puede pedir con frijoles o sólo con arroz, la carne la hacen bien arreglada y ponen tres pedazos generosos, con eso almuerza uno. También se degustaron unos garbanzos con pellejo, que estaban suavecísimos, se deshacían en la boca como el paladar del patrullero que los pidió. Y para finalizar, unos cubaces con pellejo, también muy buenos y con bastante carne, no tan espesos, así que no hay riesgo de lo que pasaba en la “muertosdehambre” de Juancito (el extinto bar San Cayetano), en donde si uno no hablaba luego de la ración de cubaces, se le quedaba la boca pegada. Mención aparte merecen los chileros caseros con que se pueden condimentar las vituallas, hay uno que lo traen en un enorme envase de un galón que nos despertó un sentimiento de amor eterno.

Las bebidas son igualmente baratas, las cuartas de licor salen a cuatro mil colones, si uno quiere un güisky de doce años lo cobran a ocho mil, la birra corriente la tienen en mil cuatrocientos. Y no se ponen en miserias cuando llega la hora de la dolorosa y todo el mundo paga por aparte. Ahí mismo y mentalmente el salonero dice cuánto debe cada uno, de verdad, qué pereza con los lugares que no permiten cuentas separadas, como si la plata valiese distinto.

En conclusión, definitivamente La Garantía nos evoca a esa tierra de felicidad permanente que describe el novelista James Hilton en su obra “Horizontes perdidos”. De verdad que debería haber en el país algún órgano de los que ya abundan en el gobierno, que se proponga dejar un legado y se dedique a la edificante tarea de preservar este tipo de lugares y que no se pierda nuestra rica tradición cantinesca. Por eso en esta Patrulla, ponemos nuestro granito.

Si quieren conocer un poco más, pueden visitar la página de “faisbuc” del lugar.

Bar La Garantía

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