La Costa Rica del siglo XXI: Retos y desafíos de la democracia

Enrique Obregón

Lección inaugural 1-2012, Escuela de Ciencias de la Administración,
Carrera de Recursos Humanos, Universidad Estatal a Distancia.
Expositor: Enrique Obregón Valverde
Febrero 22 de 2012

LA DEMOCRACIA

Pienso que la democracia no es un determinado sistema institucional que debamos resguardar y, dentro de él, mantener pura y cristalina a la libertad. No creo en la democracia como sistema institucional fijo ni en la libertad como derecho preexistente. La democracia es suprema aspiración del género humano y la libertad un bien que hay que descubrir y retomar todos los días.

Creo en la democracia como en el más hermoso proyecto del hombre y en la libertad como en la más ambiciosa aventura del espíritu humano. Demócrata es el que piensa que tiene que realizar su democracia, en su época, y su libertad como conquista personal de él y de su generación.

Por su propia energía histórica, la democracia liberal desemboca en un determinado socialismo que es el medio que tenemos de realizarnos plenamente a través de esa forma de vida que es la democracia, uniéndonos así, fraternalmente, a todos los hombres que nos rodean y pensando que, si vivimos en una etapa de transición histórica, y si en ella la democracia conserva una oportunidad, es a condición de que el hombre sepa conservarse libre, tanto frente a las amenazas exteriores como ante a sí mismo.

En toda sociedad, ninguna idea económica, política o filosófica tiene una vida propia, un desarrollo que podríamos llamar particular. Todo es consecuencia de la vida real de la sociedad, de las sociedades. Una idea, sea cual fuere, tiene época y lugar determinados y es producto de su tiempo.

La idea de la democracia, tal y como la entendemos hoy, proviene de la Atenas de Pericles y Solón, referida al gobierno de la mayoría electa libremente por los ciudadanos, gobierno que adquiere, a su vez, la obligación de obedecer las leyes, “principalmente las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias”.

Claro que, para aquella época, cuando hablaban de mayorías, se estaban refiriendo a los ciudadanos libres y no a las mujeres ni a los esclavos porque estos no tenían derechos, a pesar de ser las verdaderas mayorías de la población ateniense. Sin la institución de la esclavitud, aquella democracia no pudo haber existido.

En las democracias modernas, sobre todo en América Latina, las mayorías están integradas por gente pobre y muy pobre, y casi nos atreveríamos a decir que estas democracias, así constituidas, como en la Atenas de la antigüedad, sin esas mayorías desplazadas, no pueden subsistir. ¿Podríamos afirmar, como trágica conclusión, que ninguna democracia puede existir sin un determinado tipo de esclavitud? Con esperanza de demócratas, debemos contestar negativamente, si tomamos en cuenta democracias bien consolidadas, como en Suiza, Holanda, Suecia y Noruega. Parte de la buena distribución de bienes y servicios que se aprecia en estos países se debe a una legislación social muy avanzada, en la cual se incluyen impuestos sumamente altos que permiten ofrecer servicios para todos, como salud y educación y, además, oportunidades para desarrollarse individualmente los ciudadanos; impuestos que, asimismo, impiden riquezas ofensivas. En estos países podemos hablar de democracias verdaderas cuyos representantes han sido electos por mayorías populares para que gobiernen en beneficio de esas mayorías. Pero en el resto del mundo, con etapas diferentes de desarrollo que caracterizan a unas y otras, podemos decir que no. En América Latina, con excepción de Uruguay, Chile y un poco de Costa Rica, (que se manifiestan más avanzadas), la democracia apenas comienza a dar sus primeros pasos siendo, su naturaleza actual, de minoritarias oligarquías y grandes masas desplazadas que se debaten en el apenas subsistir y la miseria. Hay un enunciado de democracia política y una ausencia total de democracia social. Pero algo se ha avanzado si comparamos la realidad actual con la existente sesenta años atrás, de países gobernados por dictaduras militares que impedían el goce de mínimas libertades y la facultad natural de elegir a los gobernantes. Algo se ha avanzado y es una etapa de despegue que permitirá la conquista de nuevos derechos populares. “¡Qué largo y dificultoso es para los pueblos el camino que conduce a su propia libertad!” exclamaba en mi casa, en 1960, un poeta brasileño que me visitó cuando yo pronunciaba discursos revolucionarios en la Asamblea Legislativa, poeta que murió asesinado por Pinochet en Chile varios años después.

Nuestra realidad política, por más triste que sea, no puede obligarnos a pensar que, como no hemos llegado a consolidar una democracia como en Suiza o Suecia, debemos destruir lo que somos y pensar en otra forma de gobierno. Y no debemos pensar así, porque la alternativa única es el régimen de fuerza. Y el régimen de fuerza, sin pueblo que elija, es peor que la más mala y corrupta de las democracias. En cualquier etapa de su desarrollo, la democracia siempre mantiene una ventana abierta hacia la libertad y esto, a la postre, la salvará. En la actualidad, la democracia real es producto de su propia realidad.

Toda dictadura, desde que se funda, tiene dictada su sentencia de muerte. Se puede prolongar su cumplimiento –como en el caso soviético- pero llegará el momento en que desaparecerá. Su plazo de extinción siempre está marcado. La democracia, en cambio, desde su inicio, abre una ventana hacia la libertad, que se va extendiendo con el tiempo, hasta llegar a ser un amplio balcón que permite apreciar el desarrollo permanente de libertades y derechos de los pueblos. Por eso, la democracia lleva sello de permanencia.

LA LIBERTAD

El secreto es descubrir nuestra libertad y cómo hacer para mantenerla. Hoy, en la etapa histórica que vivimos, la libertad no es individual, sino colectiva, no es el derecho de una persona a expresar su pensamiento, sino el derecho que tienen los individuos para disfrutar de su dignidad y, por ello, se convierte en su capacidad para incidir conscientemente en la orientación del rumbo de su propia sociedad.

La libertad, así concebida, es un derecho del pueblo; de lo contrario, no es nada. Una democracia no es lo que es sino lo va siendo y, en esa dimensión, la libertad se transforma, se convierte en el derecho del futuro. En consecuencia, la libertad, para el pueblo, es el derecho a obtener lo que no tiene todavía.

En la etapa de desarrollo actual, en América Latina, la libertad para el propietario es el derecho a que se le respete lo que tiene; pero para el obrero y el campesino sin tierras, la libertad es el derecho a tomar lo que no tiene. Hay una libertad que se ve desde arriba y una libertad que se ve desde abajo. Pretender conservar una democracia para mantener la libertad que se tiene, es oponerse al derecho del pueblo para alcanzar la libertad que no tiene. El hombre al que se le han negado oportunidades en su vida no ha disfrutado jamás de su libertad. Libertad es el derecho a la oportunidad, y democracia, aquella forma de vida que garantiza a los hombres, no su libertad, sino la posibilidad de adquirirla. Por eso, el régimen democrático moderno no es tanto el que garantiza a los individuos el goce de las libertades adquiridas como el que asegura el disfrute de las que carecen.

La libertad es un sentimiento que solo nace a partir de la explotación, por lo que podemos afirmar que la democracia es la herencia de la esclavitud. Solamente el explotado lleva la libertad en su corazón y puede construir democracias. Lo que no muere nunca es el espíritu de libertad en un hombre explotado. Los explotadores matan a los hombres, matan a los niños, matan a la juventud, pero no pueden matar el espíritu, que es lo eterno que el explotado lleva dentro, eternidad que se convierte en la conciencia de su propia libertad.

La razón no hace la historia, pero la explica. Es la emoción el motor del hombre social. El sentimiento colectivo mezclado con una necesidad sin satisfacer transforma sociedades y construye sistemas. Nadie puede saber cual será el resultado de un millón de emociones individuales mezcladas en la cubeta de una sociedad del futuro. La emoción es la realidad del hombre, y la democracia, la consecuencia de un sentimiento colectivo convertido en suprema aspiración del pueblo. El ciudadano explotado es un hombre que aprendió a luchar cuando se encontró con la lógica del corazón.

El ciudadano verdadero no razona, pero llora. Por eso la democracia no comienza con un argumento, sino con el natural desprendimiento de una lágrima. Así, el llanto del ciudadano no es queja, sino denuncia.

El ciudadano construye sistemas y rompe cadenas, no con la fuerza sino con la emoción. La emoción ciudadana es una lágrima convertida en mazo que destruye y reconstruye. La lágrima ciudadana no es debilidad sino fortaleza, porque todo lo que hay de fuerte en el hombre parte del corazón. Así, la idea que nace es un sentimiento popular con alas. Cuando las ideas vuelan florecen las libertades y se confirman los derechos.

¿UNA DEMOCRACIA PARA COSTA RICA EN EL SIGLO XXI?
(Retos y desafíos)

En la vida privada como en la pública no todo lo bueno produce bondad ni todo lo malo, maldad. Siendo contradictoria la humanidad, siempre hay un desvío del bien hacia la perversidad y del mal hacia la bondad. Millones de hombres fueron asesinados, masacrados, quemados en hornos expresamente construidos para exterminios totales durante la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar, en vez de la venganza, nació la esperanza; del pantano crecieron los lirios de una sociedad justa y solidaria; sobre el último disparo del cañón, se pensó en fundar la unión mundial de naciones libres y el reconocimiento universal de los derechos de todos los hombres. Un espíritu de justicia, libertad y paz comenzó a revolotear alrededor de una idea democrática que pudiera consolidar, en cada nación, un Estado de bienestar. Entonces la filosofía de una democracia social tomó forma, se consolidaron partidos políticos en Europa y América que levantaron con ilusión esa bandera de justicia, de trabajo para todos y de seguridad.

Sobre esos principios, se fundó en Costa Rica, a partir de 1951, el primer partido político ideológico de carácter permanente. Con anterioridad, casi a partir de la independencia pero, sobre todo en la centuria de 1850-1950, en las esferas de nuestros gobiernos se impuso el pensamiento liberal, pero sin fundamento en un partido liberal. Fueron políticos liberales sin organización política liberal. Aparte del paréntesis de la Junta de Gobierno de 1948, ese liberalismo se sorprendió con la socialdemocracia que le arrebataba el poder, lo que ocasionó un encuentro de tradiciones conservadoras y nuevos planteamientos de bien social, cuyas consecuencias, aún hoy, las estamos sintiendo.

El impulso reformista de Figueres duró treinta años, transformó la institucionalidad democrática, ampliándola hacia las bases, tanto en educación y salud como en oportunidades para más y mejores trabajos, acceso a casa de habitación –fortalecimiento en general de la clase media-, todo lo cual dio lugar a un desplazamiento del poder, de la clase cafetalera, a los hijos de los campesinos que, con títulos universitarios, accedieron con toda propiedad a los puestos públicos.

La democracia de don Ricardo y D. Cleto era la de los cafetaleros y dueños de la banca; esa Costa Rica de un 82% de campesinos, de los cuales escasamente el 12% eran propietarios y el resto jornaleros, la República de hombres descalzos sin acceso a la educación, de jornaleros cuyos hijos sólo podían ser jornaleros, de pobres produciendo pobreza, comenzó a desaparecer con los nuevos planteamientos. La democracia política, que funcionaba muy mal, se transformó en democracia social que consolidó el derecho del sufragio, cambió una democracia solo de hombres por una democracia total, de toda la población, y abrió un panorama de justicia y mayores libertades y derechos. Comenzamos a construir el Estado de bienestar general.

Con optimismo de juventud, el anciano y enfermo presidente Roosevelt, casi con un pie en la tumba, y al firmar el último acuerdo en la conferencia interaliada de Yalta para organizar los estados europeos, al finalizar la guerra, declaró eufórico: “Una nueva guerra, jamás”. Tres meses después, Harry H. Truman, quién lo sucedió en la presidencia, lanzó la primera bomba atómica en Hiroshima causando, en un segundo, 160.000 víctimas, que no eran soldados sino padres de familia, obreros, campesinos, amas de casa y niños. Tres días después lanzó una segunda bomba en Nagasaki con resultados parecidos. Un silencio de horror cubrió la faz de la tierra. Y sobre ese silencio, también renació la esperanza de un mundo sin amenazas, sin cañones ni bombas, con banderas levantadas de libertades, derechos, cultura, civilización y fraternidad universal. La democracia no se rendía y nuestro país comenzó a dar los primeros pasos hacia una nueva etapa de bienestar. Pero, como decían nuestros ancestros, “poco dura la felicidad del pobre”. Nuestros dirigentes, pocos años después, comenzaron a desviarse ideológica y moralmente, adoptando formas de vida propias de altas burguesías. Perdimos el rumbo. “El que no vive como piensa termina pensando como vive”, repetía Figueres; y esto le sucedió a una parte importante de la dirigencia liberal y socialdemócrata en nuestro país. El que vive en un palacio –aun cuando esté equivocado- piensa que es rey. Pero este no fue un fenómeno aislado, fue global y, además, una ley fatal de la sociología que ya apuntaba, tempranamente, el sociólogo suizo-germano Robert Michels como “la ley de hierro de las democracias” al sentenciar que todos los que ejercen el poder terminan por oligarquizarse. Cada etapa político-económica crea su propia oligarquía. Esto hay que entenderlo para comprender, asimismo, la expresión de don Pepe: la lucha es siempre sin fin. Es permanente, porque los pueblos democráticos están destinados a recoger banderas que sus dirigentes van perdiendo por los caminos. Sin embargo, cada etapa deja marcado un paso hacia adelante, y así será hoy a pesar de la corrupción imperante y la delincuencia que nos asfixia y nos impide vivir con cierta seguridad. La delincuencia es un mal que está dentro de la sociedad, la de arriba y la de abajo. Creo que siempre ha sido así, pero antes, muchos años antes, se pensaba que los delincuentes, los que robaban, los que asaltaban, eran solo los pobres. Jean Valjean, condenado a galeras por robar un trozo de pan para calmar el hambre de sus hermanos, fue condenado por ladrón. En verdad solo era víctima de una gran injusticia social. Y en esa misma época, los que asaltaban la hacienda pública, los que tenían privilegios para enriquecerse, los que violaban impunemente las hijas de los siervos de la gleba, eran elevados a categoría de marqueses, condes y obispos.

Han pasado siglos para que un juez siente en el banquillo de los acusados a un millonario que ha destacado en altos cargos públicos llevando a cabo monumentales pillerías. El fenómeno de la delincuencia, la de arriba y la de abajo, siempre fue así, pero antes el de arriba gozaba de impunidad, era el dueño del poder. Ahora, la democracia dio ese pequeño paso hacia delante y no permite la falta de castigo, por lo menos, comienza a no permitirla. Este es triunfo de la democracia, de la evolución del pensamiento político hacia la justicia. Hay razón para quejarse por los males de nuestro tiempo que afectan el buen sistema que hemos consolidado. Pero al quejarnos, recordamos que, a su pesar, dimos un paso hacia delante. Tenemos que continuar luchando.

LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Debemos aprender a darle vida y apoyo a los partidos políticos, porque ellos son la base de la democracia, de su funcionamiento. Sin partidos, hasta este momento, no hay democracia. Un partido político es pueblo organizado por una causa y un objetivo de bien y, desde este punto de vista, los partidos son organizaciones de gente honrada, y lo son, porque los partidos no son el pequeño sector que dirige, que se corrompe y abandona principios que les dieron base moral y razón de ser. Los partidos son el pueblo y el pueblo, como tal, no se corrompe.

Un partido solo será democrático cuando los sectores populares lo dominen, decidan y elijan. Los partidos políticos son armas que pueden servir como escudo de la explotación o como instrumentos de liberación. Todo depende en manos de quienes están. Si los partidos son dirigidos por empresarios, gobernarán hacia arriba, y si son dirigidos por el pueblo, gobernaran hacia abajo. Si se piensa que solamente los empresarios pueden dirigirlos, apartándose temerosos del contacto con los sectores laborales, pueden representar cualquier cosa, menos a la corriente democrática. Sostengo que un partido ideológico debe siempre y en todo caso hacer valer sus principios. Para eso se necesita algo en los grupos dirigentes, que no es categoría espiritual que la historia prodiga con asiduidad: entereza para luchar por la verdad. Como decía Albert Camus de los escritores, podemos afirmar que la clase dirigente de una sociedad democrática no puede ponerse al servicio de los que hacen la historia sino al servicio de los que la padecen. Es decir, del pueblo. El gobierno democrático es el gobierno de los pobres y para los pobres. A los ricos los defiende su propia riqueza, a los pobres, el Estado.

LIBERALSOCIALISTAS

En política, solo existen dos ideologías, liberalismo y socialismo. En la actualidad, pienso que la única posibilidad que existe de conducir la sociedad hacia las mejores causas de la democracia, es el socialismo democrático, pero teniendo en cuenta la herencia histórica que ese socialismo recibe y que comprende: la democracia política del liberalismo, la intervención del Estado en la economía y la lucha por la justicia social y la solidaridad del socialismo. Por eso, los verdaderos socialdemócratas debemos ser socialistas y liberales. Algo muy cercano a lo que declaró John Stuart Mill en 1849: “El futuro tiene el siguiente problema: de qué modo combinar la máxima libertad de acción individual con la propiedad común de las materias primas de la tierra y con la participación igualitaria de los beneficios del trabajo colectivo”. O sea, de que manera podemos ser, al mismo tiempo liberales y socialistas. Y Norberto Bobbio, quizá pensando en esta inquietud de Stuart Mill, la resume de la siguiente manera: “He podido sintetizar y unir lo mejor del liberalismo y lo mejor del socialismo porque he logrado conservar los frutos más sanos de la tradición intelectual europea”.

TRES FENOMENOS DISTINTOS Y UN SOLO DIOS VERDADERO

A partir de 1974 comenzó lo que se ha llamado la crisis del petróleo, que no es otra cosa que el aumento desproporcionado de los precios del crudo, llevado a cabo por voluntad exclusiva y poder de decisión de los grandes productores y traficantes de esta materia prima vital en la sociedad industrializada de nuestro tiempo. Se trata, pura y simplemente, de una brutal especulación que dio lugar al primer paso hacia atrás de la sociedad de bienestar, ya que los altos precios solamente los vienen pagando los asalariados del mundo. Un jeque de Arabia, unido a un gran banquero de Wall Street, le dieron el primer golpe de muerte a la democracia.

Luego, a partir de 1990, comienza la caída del imperio soviético, desapareciendo el equilibrio de poderes del mundo que se había mantenido entre la URSS y los EEUU. Gorbachov, que nunca imaginó lo que iba a suceder cuando se le ocurrió abrir una pequeña puerta a la libertad, fue arrollado por el vendaval que penetró con furia arrasándolo todo. Pero más hábil que un malabarista de circo, logró saltar, sin caer, a Occidente, convirtiéndose en el alfil del gran ajedrez del universo capitalista, como la piedra que dio fundamento a la prefabricada globalización, por lo que ésta no es un fenómeno histórico, consecuencia natural de la evolución de la democracia. Si así fuera, deberíamos de haberla recibido con los brazos abiertos. La globalización es imposición, por lo que debemos analizarla con cuidado para descubrir – si las hay- maneras de defendernos de su destructor y deshumanizado avasallamiento. La globalización es un ataque contra la democracia.

Estos tres fenómenos distintos y el dinero como dios verdadero, son los que han desestabilizado los fundamentos teóricos y morales de la democracia, porque una de sus consecuencias inmediatas fue la desaparición de las soberanías nacionales y del poder de decisión de los gobernantes. En la actualidad los gobernantes son virtuales, pero acarrean la responsabilidad, ante los pueblos desinformados, de no llevar a cabo una labor que no pueden realizar porque el poder fue trasladado de los gobiernos nacionales a las grandes transnacionales financieras del mundo. La segunda consecuencia es la desocupación, que deja millones de trabajadores sin el pan de todos los días. El capitalismo bestial que denunciara Juan Pablo II.

Todo esto ha ocasionado la desaparición del escenario político mundial de los partidos de tendencia socialista ante el avasallamiento de los grupos más conservadores que tomaron por divisa un principio criminal: los mercados sin control, la moral no existe. Temerosa, desorientada, sin aliento, la izquierda desapareció y el Estado fuerte, que era su bastión, ya casi no juega papel alguno en la defensa de los derechos y libertades de los pueblos.

Muchos años atrás hubo algunos profetas, uno de ellos fue Lincoln, quien afirmó: “Eliminad los aranceles y apoyad el libre comercio, y nuestros trabajadores serán reducidos en todos los ámbitos de la economía al nivel de siervos y pobres”.

EL AMABLE MONSTRUO DE LA DERECHA

Aparte del desequilibrio mundial de poderes a que hice referencia, otra de las razones del triunfo total de los sectores conservadores es su nuevo rostro de amabilidad, como lo califica el escritor italiano Raffaele Simone en su libro “El monstruo amable”, en el que manifiesta que el mundo dio un vuelco total a la derecha, y la izquierda, ante esa amabilidad, se somete pasivamente, casi agradeciendo su propia destrucción.

“Bajo el monstruo amable –escribe Simone- todo será fluido, divertido, fun. Nadie se sentirá triste, todos tendremos la sensación de estar mejor y más contentos. El monstruo amable no destruye: perturba, comprime, enerva, apaga, atonta. Lo único que hará falta será acostumbrarse a pagar la cuenta, acaso a plazos o con tarjeta de crédito.”

La izquierda ha sido incapaz de una denuncia mundial contra el atropello; primero guardó silencio, luego se sometió por incapacidad o por ignorancia. “La izquierda ha sido completamente incapaz de entender, en las dos últimas décadas, qué era el mundo globalizado… quizá por la complejidad de los fenómenos de esa globalización y la relativa mediocridad de las personas que han gestionado en los últimos 25 años la izquierda. Esta crisis de la izquierda es tanto ideológica como política. Sus ideales se han disuelto”.

Hace varias décadas, los suecos habían sugerido una aparente solución a la lucha contra la pobreza: producción capitalista y distribución socialista. Este planteamiento nunca pudo llevarse a la realidad porque ningún capitalista del mundo iba a trabajar para que el producto de su esfuerzo fuera distribuido equitativamente entre los desvalidos. Pero los chinos han inventado lo contrario: gobierno socialista y producción capitalista. Esto sí es y está siendo posible. Algo parecido a la anécdota que cuentan algunos religiosos del catolicismo. Se comenta que los jesuitas consideran a los monjes dominicos inferiores desde el punto de vista intelectual y que en cierta ocasión estos preguntaron al Papa si podían fumar mientras rezaban, y el Papa les contestó que eso no era posible. Entonces los jesuitas invirtieron los términos y le preguntaron si podían rezar mientras fumaban, y su Santidad les contestó que sí.

TECNOLOGÍA SIN CONTROL

Pues bien, los socialdemócratas no pudieron producir como capitalistas y distribuir como socialistas, pero los chinos ahora pueden gobernar como socialistas y producir como capitalistas, aprobando la práctica de un capitalismo agresivo y explotador. Para el futuro próximo, China es la gran amenaza para todos los países pobres del mundo; y tal vez también para los ricos.

La humanidad se encuentra ahora entre dos fuegos cruzados: el capitalismo deshumanizado de Occidente y el socialismo deshumanizado de Oriente. Y, en medio de esta batalla de exterminio, una tecnología desbocada, sin control político, al servicio exclusivo de la explotación, transforma totalmente la visión clásica del poder y la autoridad, desdibujando todo concepto de valores, principios y moral pública. En vez de la conciencia política, adquirimos la conciencia tecnocrática. Se ha empequeñecido la política al orientarse hacia metas de solución de problemas técnicos. La tecnología suplanta la política y el tecnócrata al estadista. La política es tema que la tecnología se arroga y ésta se encuentra lejos del alcance y control de la política. Se ha creado el mundo de los expertos, que son los que señalan rumbos, fijan metas y exterminan razones morales. La ciencia y la tecnología, al servicio del capitalismo extremo, tienen por objetivo producir bienes de consumo que aportan cada vez más riqueza a los pocos dueños del poder político y económico mundial. Dirigiéndose hacia un futuro incierto, marcha la humanidad sin saber lo que está sucediendo ni lo que sucederá.

El resultado que apreciamos es la desocupación masiva de los trabajadores. A la globalización se la conoce como el proyecto 20-80: un veinte por ciento de la población activa bastará para mantener la economía mundial. No es necesaria más fuerza de trabajo, manifiestan eufóricos los grandes magnates.

El economista Jeremy Rifkin pronosticó hace veinte años lo que está ya aconteciendo: “Es el fin del trabajo, el 80% de la población activa tendrá grandes problemas. Es la época de la decadencia del trabajo. El mundo acabará polarizándose en dos tendencias potencialmente irreconciliables: una élite bien informada que controlará y gestionará la economía global, y un creciente número de trabajadores permanentemente desplazados. El camino hacia una economía prácticamente sin trabajo ya está a la vista”.

Frente a este panorama, ¿qué puede hacer un país como Costa Rica? Yo no estoy en capacidad de dar una respuesta y dudo que alguien la pueda dar. Solo se que toda dictadura tiene impreso en su frente el plazo de vencimiento.

¿QUE HACER?

El impacto contra las democracias es mundial y no hay forma de encontrar, cada país, una solución aisladamente. Al globalizar el mal se globalizó la forma de curarlo.

El problema es mundial y su solución también. Pero en lo interno, en un país como Costa Rica, algo podemos comenzar a hacer. Primero, entender que debemos conservar la institucionalidad democrática que hemos consolidado con su parlamento, los partidos políticos, la división de poderes y el sufragio universal. Este es el punto de partida que no debemos olvidar. Nuestra democracia es, y debe continuar siendo, representativa. Segundo, estudiar para entender en qué consiste la globalización que ha dado lugar a toda ausencia de controles en el mundo económico y financiero, y regresar a la consolidación de un Estado fuerte capaz de controlar toda actividad financiera, económica y de producción. No se trata de dirigir la economía, sino de evitar que la empresa sustituya al Estado. Tercero, en cuanto a la herencia política que hemos recibido, volver a recuperarla porque es la única energía que nos puede permitir un despegue con cierta seguridad. Me refiero a las dos corrientes históricas: el reformismo social de Calderón Guardia y el reformismo político y social de José Figueres. Estos dos planteamientos están todavía en el alma del pueblo costarricense y su recuperación nos puede permitir un despegue con posibilidades de éxito mientras pasa el vendaval de la crisis financiera y democrática de la actualidad. Insistir en recuperar los dos partidos históricos sobre los cuales se puso en marcha, durante cincuenta años, una nueva democracia en Costa Rica. Y no tenerle miedo al bipartidismo porque ese es el camino natural de toda democracia que funciona bien, y lo es, porque solamente hay –como lo he dejado expuesto- dos doctrinas políticas: liberalismo y socialismo, por lo que solamente se pueden fundar dos tipos de partidos políticos. Y no es cierto que el multipartidismo es la solución. Una democracia con dos partidos políticos y un tercero haciendo fila, es lo normal y saludable. Una democracia con diez partidos políticos es una democracia enferma.

Tenemos entonces, en nuestro país, una salida posible. Hay una luz encendida que permite apreciar la posibilidad de un cambio y que tiene por fundamento la sabiduría política de nuestra democracia. Por otra parte, en todas las ciudades del mundo, el pueblo está presente en las calles y este es signo positivo. Los pueblos hoy luchan por la democracia y piden que se consolide por los caminos de la paz y dentro del marco institucional. No luchan contra el sistema, luchan contra sus corruptores.

Otra vez, la libertad es el conocimiento de la necesidad. La democracia es una razón de la inteligencia política colectiva y un objetivo espiritual de los hombres de bien. Podría suceder, en un futuro quizá no tan lejano, que de la corrupción universal que han producido los grandes ladrones de libertades y derechos de los pueblos nazcan, de nuevo, los lirios de la esperanza que anuncian alegres un nuevo futuro de bienestar para toda la humanidad.

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