Ian Parmeter, Australian National University
El estratega de guerra y mariscal de campo alemán del siglo XIX Helmuth von Moltke acuñó el famoso aforismo: “Ningún plan de batalla sobrevive al primer contacto con el enemigo”. Su observación bien podría aplicarse a la tragedia que estamos presenciando en Gaza.
Tres meses después de que comenzara el actual conflicto, los civiles se han llevado la peor parte de la violencia de ambos bandos, con la muerte de más de 22 000 palestinos en Gaza y 1 200 israelíes. Alrededor del 85 % de los gazatíes también han sido desplazados y una cuarta parte de la población se enfrenta a una importante hambruna, según Naciones Unidas.
El conflicto aún tiene un largo recorrido y puede encaminarse hacia un punto muerto. Desde una perspectiva geopolítica, ésta es la situación de los principales actores al comienzo del nuevo año.
Israel: éxito limitado
Israel no ha logrado hasta ahora ninguno de sus principales objetivos de guerra: la destrucción de Hamás y la libertad para el resto de los 240 israelíes tomados como rehenes el 7 de octubre.
Los combatientes de Hamás siguen utilizando su red de túneles para tender emboscadas a los soldados israelíes y lanzan cohetes contra Israel, aunque en volúmenes mucho menores: 27 fueron disparados al comienzo del nuevo año, en comparación con 3 000 en las primeras horas del conflicto el 7 de octubre.
Todavía hay unos 130 israelíes retenidos como rehenes, y sólo un rehén ha sido liberado por las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF), frente a las liberaciones acordadas a través de mediadores qataríes y egipcios. La sociedad israelí está dividida entre quienes quieren dar prioridad a las negociaciones para liberar a los rehenes y quienes quieren dar prioridad a la eliminación de Hamás.
Israel logró un importante éxito simbólico con el aparente asesinato selectivo del dirigente adjunto de Hamás Saleh al-Arouri, en Beirut, el 2 de enero. Aunque Israel no ha reivindicado formalmente la autoría, no cabe duda de que estaba detrás del asesinato.
Pero los dos dirigentes de Hamás con base en Gaza que Israel más desea eliminar, el dirigente político Yahya Sinwar y el jefe militar Mohammed Deif, siguen en libertad.
Israel sigue contando con el apoyo de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, que sólo ha conseguido aprobar una resolución desdentada desde que comenzó la guerra. Pero la administración Biden está presionando públicamente a Israel para que cambie sus tácticas y minimice las bajas palestinas.
El dilema del día después
El gobierno israelí también está dividido sobre cómo debe gestionarse Gaza cuando cesen los combates.
El primer ministro Benjamin Netanyahu ha dicho que no aceptará que Gaza siga siendo “Hamastán” (controlada por Hamás) o se convierta en “Fatahstán” (gobernada por la Autoridad Palestina, dominada por el partido laico Fatah). El presidente estadounidense Joe Biden prefiere un gobierno de Gaza dirigido por una Autoridad Palestina reformada, pero Netanyahu lo ha rechazado y no ha articulado un plan alternativo.
Esta semana, el ministro de Defensa Yoav Gallant esbozó lo que parece ser su propio plan para Gaza, que implica la gobernanza por parte de autoridades palestinas no especificadas. Su plan no obtuvo inmediatamente la aprobación del gabinete israelí y ha sido criticado por los ministros de la extrema derecha.
Dos de ellos, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, han pedido una solución que anime a la población palestina a emigrar y a los colonos israelíes a regresar a la franja. Eso sería inaceptable para la administración Biden.
La campaña de bombardeos masivos de Israel también ha vuelto lentamente a la opinión internacional en su contra, como se expresó en la votación de la Asamblea General de la ONU el mes pasado, en la que 153 de los 193 Estados miembros pidieron un alto el fuego.
¿Tiene Netanyahu los días contados? El último número de The Economist ha publicado un desafiante titular: “Binyamin Netanyahu está estropeando la guerra. Es hora de despedirle”. Sea o no un juicio justo, está claro que las divisiones internas y la indecisión dentro de su gobierno están obstaculizando la continuación de la guerra por parte de Israel.
Hamás sigue en pie
Es evidente que el grupo militante ha resultado herido. Israel afirma haber matado o capturado entre 8 000 y 9 000 de los aproximadamente 30 000 combatientes de Hamás, aunque no ha explicado cómo calcula las muertes de militantes.
El principal logro de Hamás es que sigue en pie. Para ganar, el grupo militante no tiene que derrotar a Israel, sólo necesita sobrevivir al ataque de las IDF.
Hamás puede presumir de algunos aspectos positivos. Su ataque del 7 de octubre ha colocado la cuestión palestina en lo más alto de la agenda de Oriente Próximo.
Los ciudadanos de los Estados árabes que han firmado acuerdos de paz con Israel están claramente enfadados. Y un acuerdo entre Israel y Arabia Saudí para normalizar las relaciones entre ambos países, que era inminente antes del conflicto, ha quedado descartado por el momento.
Los sondeos de opinión también muestran que el apoyo a Hamás ha aumentado del 12 % al 44 % en Cisjordania y del 38 % al 42 % en Gaza en los últimos tres meses. Si fuera posible celebrar elecciones palestinas justas ahora, podrían dar resultados que no le gustarían ni a Israel ni a Estados Unidos.
Estados Unidos: debilidad en el trato con Israel
Biden abrazó a Netanyahu inmediatamente después del ataque de Hamás, pero los esfuerzos de EE. UU. desde entonces para influir en los planes de guerra de Israel no han dado ningún resultado.
El Secretario de Estado, Antony Blinken, fracasó en su intento de persuadir a Israel para que pusiera fin a la guerra antes del comienzo del nuevo año. Es poco probable que su actual visita a la región produzca cambios importantes.
Además, las divisiones en Estados Unidos pueden perjudicar a Biden de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Los jóvenes progresistas con estudios universitarios, que suelen votar a los demócratas, han participado en manifestaciones contra el apoyo público de Biden al derecho de Israel a defenderse, aunque no a su forma de hacerlo.
Estos progresistas no votarán al casi seguro candidato republicano, Donald Trump. Pero podrían quedarse en casa el día de las elecciones, dándoselas indirectamente a Trump.
El apoyo estadounidense a Ucrania también se ha convertido en una víctima de la guerra. Los republicanos, siguiendo el ejemplo de Trump, están dando prioridad al apoyo a Israel y a detener el flujo de inmigrantes a través de la frontera entre Estados Unidos y México. Están perdiendo interés en Ucrania, lo que beneficia claramente al presidente ruso Vladimir Putin. Esos beneficios se verán reforzados si Trump vuelve a ganar la presidencia.
Naciones Unidas: irrelevante
La ONU también ha fracasado en su misión de mantener la paz mundial. La única resolución del Consejo de Seguridad sobre la guerra no significó nada, como Rusia se complació en señalar.
La reciente resolución de la Asamblea General de la ONU ilustra el creciente aislamiento de Israel, pero no ha hecho nada para cambiar el curso de la guerra. El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, asegura sentirse impotente al no lograr influir ni en Israel ni en Hamás.
Irán: a la caza de oportunidades
El grupo militante Hezbolá no dejará de resoplar por el asesinato de al-Arouri en una zona de Beirut controlada por Hezbolá. Pero recibe órdenes de Teherán, que aún no ha dado muestras de querer implicarse directamente en la guerra.
Dicho esto, Irán no parece tener ningún problema en que sus apoderados –Hezbolá en Líbano y los Houthis en Yemen– presten un apoyo simbólico a Hamás mediante ataques limitados con cohetes, drones y artillería.
Es probable que Irán se vea reforzada en este planteamiento por los atentados de la semana pasada contra la tumba del excomandante de la Fuerza Quds, Qassem Soleimani, en los que murieron casi 100 iraníes. Los atentados han sido reivindicados por el Estado Islámico, lo que probablemente hará que Irán se centre más en su seguridad interna que en ayudar a Hamás.
Ian Parmeter, Research Scholar, Centre for Arab and Islamic Studies, Australian National University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.