Gerardo en el torbellino centroamericano

Alfredo Trejos Salas

Gerardo Trejos
1946-2012
El 19 de julio de 1985 (hace 40 años), en horas de la tarde, recibimos en la Editorial Juricentro una llamada del Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Monge, Carlos José Gutiérrez, para comunicarle a mi hermano Gerardo que, de una terna que le había presentado para que escogiera a la persona que desempeñaría el cargo de Viceministro de Relaciones Exteriores en los últimos diez meses de su Administración, el Presidente lo había elegido a él. Gerardo aceptó de inmediato, pero consciente de que asumía el honroso cargo que le ofrecían en un momento de graves tensiones en Centroamérica, de hondas divisiones en el Gabinete sobre la guerra civil desatada y promovida por el Gobierno del Presidente Reagan en nuestra vecina y querida Nicaragua, contra el gobierno sandinista y durante el cual la política exterior de Costa Rica y Centroamérica había cobrado la importancia que en otras oportunidades no tuvo.

En el cargo de Vicecanciller de la República le habían precedido don Ekhart Peters, empresario y diplomático que renunció a su cargo cuando la Contraloría General de la República le solicitó su declaración de bienes, y posteriormente, el compañero de estudios de Gerardo en la Facultad de Derecho, Lic Jorge Urbina, que presentó su dimisión para dedicarse a trabajar en la campaña política que llevaría a la Presidencia de la República a don Óscar Arias Sánchez en las elecciones del primer domingo de febrero de 1986.

Mi hermano era consciente de que lo llamaban a colaborar en la conducción de una política exterior que no era del agrado de la prensa conservadora y belicista del país (principalmente los periódicos La Nación y La República), que con tanto entusiasmo habían aplaudido un año atrás las actuaciones del Canciller Fernando Volio. Gerardo sabía, además, por una relación de muchos años, cordial y afectuosa con el Ministro Gutiérrez – primero como discípulo suyo en la Facultad de Derecho, después como colega en la profesión y en la cátedra, y más tarde como editor de sus libros – que lo llamaban a trabajar al lado de un Canciller inteligente, culto, serio, responsable, poco dado a las poses histriónicas, formado en buena medida en los Estados Unidos, amigo del pueblo y del Gobierno Norteamericano – como todos los costarricenses -, pero con un agudo sentido de la dignidad nacional y de los vínculos de solidaridad de Costa Rica con todos los países de Centroamérica y con los pueblos y naciones Iberoamericanas.

Por otra parte, mi hermano debía colaborar con un Presidente al que había estado ligado en su adolescencia y en su primera juventud por una relación de amistad – Gerardo fue su secretario por casi tres años – y de fraternidad partidaria. Gerardo admiró siempre el sentido de la prudencia y del equilibrio de don Luis Alberto, pero especialmente su pasión por la libertad y la justicia social. De Monge, sin embargo, mi hermano se había alejado en los últimos años, más por razones de orden familiar y personal política (Gerardo estaba casado con Marina Volio, Ministra de Cultura del Presidente Carazo y le pareció prudente alejarse un poco del Partido Liberación Nacional y de sus dirigentes). Debido a esa circunstancia la escogencia que hizo el Presidente Monge nos sorprendió. También nos alegró.

A partir de entonces mi hermano tuvo la oportunidad de compartir funciones de gobierno con personas honorables e inteligentes y de gran cultura, como Hugo Alfonso Muñoz Quesada, Claudio Antonio Volio, Armando Vargas Araya y Enrique Obregón Valverde, y con otras personas de grandes cualidades personales e intachables como don Benjamín Piza y Johnny Campos – Ministro y Viceministro de Seguridad Pública – que se preguntaban – extrañados – qué «pitos» tocaba Gerardo en el gobierno.

Mi hermano desempeñó no pocas veces la función de Ministro de Relaciones Exteriores y Culto a.i. porque el Ministro, como es natural, en función de su cargo, partía frecuentemente al exterior y el Presidente Monge le encargaba a Gerardo la Cartera, cosa que bien podía haber delegado en algún otro Ministro, como ocurre frecuentemente.

Grace Vargas, la secretaria de Gerardo, era excelente y leal hasta el extremo. Mi hermano contó con la colaboración directa de funcionarios tan eficaces, inteligentes y preparados como Jorge Sáenz Carbonell, Melvin Sáenz, Manuel Freer y Álvar Antillón, entre otros.

El escritorio de mi hermano, al igual que el del Ministro, era uno de los que habían ocupado los jueces de la Corte de Justicia Centroamericana, legados al Gobierno de Costa Rica después de la desaparición de ese alto tribunal, el primero en la historia del Derecho Internacional donde podían ser directamente demandantes los individuos (jus standi).

Las labores de Gerardo, aparte de las meramente burocráticas: contestar correspondencia, asistir al Consejo de Gobierno, en ausencia del Ministro, ocuparse de nombramientos o destituciones en el Ministerio – con la anuencia del Presidente, puesto que en nuestro régimen presidencialista es relativamente poco lo que un Ministro o Viceministro puede decidir sin la autorización del Presidente de la República -, asistir a las recepciones con que el Presidente y el Ministro homenajeaban a los embajadores extranjeros que concluían sus funciones en Costa Rica; pronunciar discursos el día de la fiesta nacional de los países con los que mantenemos relaciones diplomáticas – generalmente los preparaba Jorge Sáenz Carbonell, y por esa razón eran magníficos -. Tuvo Gerardo también la grata dicha de recibir, frecuentemente, en su despacho a la Embajadora de México y a los embajadores de Francia, Italia y a la Embajadora de España – Mercedes Rico Carabias – la primera mujer nombrada como embajadora del Reino de España.

A mi hermano le correspondió viajar algunas veces al exterior, en representación del Gobierno, a reuniones y conferencias (algunas veces largas e infructuosas).

Afortunadamente para él, como es natural, esas actividades oficiales no consumían las veinticuatro horas del día y tenía suficiente tiempo para visitar museos, restaurantes de buen comer y algunos clubes nocturnos (de mala reputación, naturalmente).

Al asumir funciones, de inmediato se incorporó al Grupo de Contadora, proceso para dialogar y negociar con miras a buscar solución a los graves problemas socio políticos por los que atravesaban los países centroamericanos por eso años…

Gerardo Trejos, Una Mala Reputación (Memorias y Reflexiones Inconclusas), Editorial Juricentro, San José, Costa Rica, 2009, pág 155 y siguientes.

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