El Tapón del Darian │ Panamá y Colombia
El pedazo del mundo que se negó a ser camino
- Una extensa selva en donde no existen los caminos.
- Miles de migrantes intentan atravesarlo en busca de un futuro mejor.
- EL narcotráfico también es protagonista en este Lugar.
A lo largo de más de 100 kilómetros, la ruta más ambiciosa del hemisferio se interrumpe por completo. No hay asfalto, no hay puentes, no hay atajos. Solo una maraña verde que devora machetes, motores y voluntades.
Desde los años 30, ingenieros, políticos y aventureros han intentado trazar una carretera a través de este territorio. Todos han terminado enredados —literalmente— entre raíces, mosquitos y burocracias. El terreno cambia de firme a lodoso en cuestión de metros, y el clima parece diseñado para descomponer cualquier maquinaria humana.
En el Darién, el suelo respira, los árboles sudan, y los ríos crecen de la nada. Aquí la naturaleza no se domestica: se impone.
No solo la geografía se opone. También lo hacen quienes viven allí. Las comunidades emberá, wounaan y kuna han visto pasar proyectos carreteros, pero saben que la selva es su hogar y su escudo. La carretera traería migrantes, cazadores, contrabandistas… y enfermedades que ya antes diezmaron pueblos enteros.
En su resistencia hay algo de sabiduría ancestral: el Tapón protege la biodiversidad más rica de Centroamérica, una frontera biológica donde jaguares y tapires cruzan sin pasaporte.
Paradójicamente, mientras el mundo evita cruzarlo, miles de migrantes de Haití, Venezuela, África y Asia lo atraviesan cada año. No buscan aventura: buscan salida.
Para ellos, el Tapón del Darién no es un misterio geográfico, sino una prueba de supervivencia. Caminan días bajo lluvias interminables, duermen sobre raíces, cruzan ríos que engullen mochilas y vidas. La selva se cobra peaje: barro, fiebre, miedo y, a veces, silencio eterno.
Cada año mueren allí cientos. Nadie sabe cuántos exactamente, porque el Darién no lleva registros. Solo los ríos dan testimonio.
En un planeta donde todo ha sido fotografiado, medido y asfaltado, el Tapón del Darién sigue siendo una rareza: el último hueco en la línea recta del progreso.
Algunos lo llaman atraso. Otros, milagro. Quizás sea ambas cosas. Pero mientras los gobiernos discuten si abrir o no una carretera, la selva continúa creciendo, y los árboles siguen cerrando el paso, como si quisieran recordarnos que no todo debe ser conquistado.
En el fondo, el Tapón no está en el mapa: está en la mente. Es el recordatorio de que hay lugares que se resisten a ser explicados… y que, tal vez, no necesitan serlo.
Datos curiosos y expediciones imposibles
El sueño interamericano: cuando en 1937 se propuso la Carretera Panamericana, el Darién fue el único tramo que nunca logró pavimentarse. En los años 70, el Banco Mundial y Estados Unidos financiaron estudios para “abrir el tapón”. Terminaron admitiendo que el costo ambiental sería catastrófico.
El Land Rover que cruzó donde no había camino: en 1972, una expedición británica llamada Trans-Darién Expedition tardó casi cuatro meses en recorrer 160 kilómetros de selva. Dos Land Rover, un tractor y un equipo entero de soldados panameños lograron lo imposible: avanzar a menos de dos kilómetros por día.
El intento estadounidense: en 1992, una misión del ejército de EE. UU. intentó probar vehículos anfibios atravesando el Darién. Se rindieron antes de la mitad del trayecto. “La selva gana por abandono”, escribió uno de los ingenieros.
El corredor biológico más valioso del continente: el Tapón del Darién une los ecosistemas de Sudamérica y Centroamérica, permitiendo el intercambio natural de especies. Sin él, el jaguar sería solo un recuerdo en el norte y los tucanes no volarían más allá del istmo.
El dilema del progreso: hoy, mientras las presiones por abrir una carretera resurgen, científicos y ambientalistas insisten en lo mismo: el Tapón del Darién vale más cerrado que abierto. Su selva es un laboratorio viviente, su aislamiento una protección.
Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicaciones de lugares inexplicables”
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