Socotra │ Yemen
Una isla de otro planeta
- Las Galápagos del Índico.
- Un paraíso sitiado por la guerra.
- Las consecuencias de un aislamiento prolongado.
Desde el aire, Socotra parece un pedazo de planeta alienígena que alguien dejó caer al mar. Sus montañas se elevan secas y rojizas, cubiertas por árboles retorcidos que no existen en ningún otro rincón del mundo. El viento sopla con fuerza desde el monzón, y el aire salado del mar deja una pátina de misterio sobre todo lo que toca. No es casual que muchos viajeros la describan como “la isla más extraña del planeta”.
Aislada del continente africano durante millones de años, Socotra es una cápsula del tiempo biológico. Más del 30% de sus especies de plantas no existen en ningún otro lugar del mundo, un porcentaje que solo se compara con el de las Islas Galápagos o Madagascar.
El símbolo más conocido de la isla es el Dracaena cinnabari, conocido como el árbol de sangre de dragón. Su copa se expande como un paraguas invertido, y de su corteza mana una resina roja que desde la Antigüedad se ha usado como medicina, tinte y amuleto. Los antiguos griegos creían que provenía de la sangre de dragones heridos en combate.
En realidad, esa savia es solo un compuesto vegetal, pero verlo gotear bajo el sol del desierto tiene algo de mágico, como si la isla respirara mitología.
También crecen aquí los árboles pepino, con troncos abultados que almacenan agua como cántaros, y arbustos que parecen coral petrificado. En el silencio de las dunas, uno se pregunta si la vida en Socotra es un experimento que la naturaleza realizó y decidió conservar en secreto.
Socotra formó parte del legendario Reino de Hadramaut y fue mencionada en antiguos mapas griegos y árabes como un punto de escala para navegantes. Pero su lejanía la protegió del turismo masivo y la deforestación. Hasta hace unas pocas décadas, solo unos pocos miles de habitantes —pastores, pescadores y herbolarios— vivían en pequeñas aldeas de piedra, hablando un idioma semítico que no se parece al árabe ni a ningún otro del mundo: el socotrí.
Durante siglos, se pensó que en la isla habitaban brujas y genios. Los navegantes evitaban sus costas al atardecer, cuando el viento se llenaba de un silbido extraño que todavía hoy muchos locales no se atreven a explicar. Algunos creen que son los espíritus del mar; otros, simplemente el eco del monzón entre las rocas. Pero hay quienes aseguran que en Socotra los límites entre lo natural y lo sobrenatural son tan delgados como el horizonte sobre el Índico.
El aislamiento que mantuvo viva su magia también la hace frágil. El cambio climático y el conflicto en Yemen han afectado gravemente la vida en la isla. Sequías más largas, tormentas más intensas y la presión del turismo “de aventura” ponen en riesgo ecosistemas que tardaron millones de años en formarse.
Aun así, Socotra sigue resistiendo, como un santuario improbable de la Tierra primigenia.
Visitar Socotra —si se tiene la fortuna y el permiso— es como asomarse a otro planeta sin salir del nuestro. Es el tipo de lugar que recuerda que el mundo todavía guarda secretos. Que bajo el ruido de las guerras, las ciudades y las pantallas, existen rincones donde la Tierra sigue inventándose a sí misma.
Y tal vez por eso Socotra resulta tan inquietante: porque nos demuestra que la naturaleza, cuando se le deja sola, es perfectamente capaz de crear maravillas que ni la ciencia ni la imaginación humana podrían haber diseñado mejor.
Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicaciones de lugares inexplicables”
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