Explicaciones de fronteras inexplicables

Kurdistán

El país que existe en los mapas… pero no en el mundo

Kurdistán

Si uno mira un mapa étnico de Medio Oriente, Kurdistán aparece con claridad casi insultante: una amplia región montañosa habitada desde hace siglos por el pueblo kurdo, con lengua, cultura, tradiciones y una identidad nacional tan sólida como cualquier otra. Pero si en lugar de un mapa cultural se observa un mapa político, Kurdistán desaparece. No porque no exista, sino porque fue cuidadosamente borrado.

El territorio kurdo quedó repartido como botín tras la Primera Guerra Mundial. Con la caída del Imperio otomano, las potencias vencedoras dibujaron nuevas fronteras con regla y lápiz, sin demasiada atención a quienes vivían allí. El Tratado de Sèvres de 1920 llegó a mencionar la posibilidad de un Estado kurdo, pero pronto fue reemplazado por el Tratado de Lausana, que eliminó esa idea. Desde entonces, Kurdistán quedó fragmentado entre Turquía, Irak, Irán y Siria: cuatro Estados, cuatro banderas, cero país.

La consecuencia es una de las paradojas más persistentes del mundo moderno: el pueblo kurdo —unos 30 a 35 millones de personas— es la nación sin Estado más grande del planeta. Cada una de las fronteras que lo atraviesan es artificial, pero todas son férreas cuando se trata de impedir la autodeterminación. En Turquía, durante décadas, la mera palabra “kurdo” fue oficialmente negada; en Siria, se les retiró la ciudadanía a miles; en Irán, se reprimieron sus movimientos políticos; y en Irak, llegaron a ser víctimas de campañas genocidas como la de Anfal en los años ochenta.

Y, sin embargo, Kurdistán insiste en existir. En el norte de Irak, una región autónoma kurda funciona de facto como un Estado: tiene parlamento, fuerzas armadas (los peshmerga), fronteras vigiladas y relaciones exteriores informales. En Siria, el colapso del Estado durante la guerra civil permitió el surgimiento de Rojava, una experiencia política kurda basada en el autogobierno local y la igualdad de género. Ninguna de estas entidades es reconocida como país independiente, pero ambas desafían el mapa oficial.

Lo inexplicable no es que Kurdistán no tenga Estado, sino que el mundo se haya acostumbrado a esa ausencia. Las fronteras que lo dividen no responden a ríos, montañas ni culturas, sino a decisiones tomadas hace un siglo en salones europeos. Kurdistán es la prueba de que las fronteras no siempre reflejan la realidad: a veces, simplemente la niegan.

Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicación de fronteras inexplicables”

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