En defensa del legado intelectual e histórico

Andrés Zamora Gutiérrez y Mauricio Ramírez Núñez

Mauricio Ramírez

Ante la censura del filósofo escocés David Hume en la Universidad de Edimburgo por sus comentarios en favor de la esclavitud, y las recientes críticas sobre Aristóteles respecto a si debería de formar parte de la enseñanza académica, resulta hasta cómico que el activismo contemporáneo defienda la legitimidad de los derechos humanos sin tener conocimiento previo de la historia y la cultura en un contexto particular. El imperio de la razón moral, erróneamente interpretado como la autonomía de los movimientos sociales, han pasado a convertirse (no todos desde luego) en marionetas de los grandes intereses de una élite de poder para manipular las emociones del individuo, reflejado en la masa a través de la inoperancia intelectual o el reconocimiento del pensamiento crítico como un ejercicio de mera contemplación y no de acción transformadora.

Desestimar el legado intelectual de un pensador o pensadora por tener (en una época histórica concreta) inclinaciones ideológicas adversas a la dignidad humana, es como decirnos a nosotros mismos que nunca hemos sentido el deseo de comer o dormir. En una realidad fragmentada y carente de principios universales (no confundir con inexistencia de estos), el ser humano es presa de su propia subjetividad. La relativización de la posmodernidad ataca las paradojas del espíritu colectivo, de ahí la falta de perspectiva para delimitar la moral de nuestros tiempos. Decía Emil Cioran, que con suficiente perspectiva las cosas dejan de verse buenas o malas. La cultura de la violencia no sólo es capaz de perpetuarse mediante los medios físicos y psicológicos: lo intelectual como elemento libertador se extravía entre los anales de la historia, despertando un morbo “satanizador” frente a pensamientos o actos nefastos que se han repetido sin tomar en cuenta género, raza u origen geográfico.

En el ámbito de la política, lo agravante es que el elemento discursivo se haya vuelto demagogia. Hablar en defensa o en contra de lo humano, implica sensibilizar emocionalmente al espectador, mientras éste, en su euforia o impotencia, precisa actuar sin haber reflexionado previamente. El “no-pensar” se evidencia cuando se ignoran principios básicos como la ley de los contrarios expuesta por Platón y el esoterismo en general: el pensamiento como lo que es arriba y los sentidos como lo que es abajo; ambas dispuestas a luchar por la jerarquía de la condición humana y en infinita contradicción. Hegel lo explicó bajo el nombre de dialéctica en su obra cumbre “La Fenomenología del Espíritu” de 1804, donde explica de forma filosófica y detallada lo que en el esoterismo se conoce como la ley del triángulo, mientras el propio Marx basó sus postulados en la dialéctica misma, o sea, lucha de contrarios.

Lo político no subsiste sin lo filosófico, mientras que la filosofía se mantiene a sí misma. La esencia de la política es filosófica y la filosofía contiene el elemento político. La erradicación de los espacios de pensamiento o censura de autores, indica que el poder necesita dividir para vencer, pues la unión hace la fuerza del pueblo. Entre víctimas y victimarios, que forman parte del ciclo histórico, el debate entre mayorías y minorías no hace más profundizar la crisis del mundo actual y fortalecer las fuerzas político-económicas que no quieren hacer cambios profundos en un sistema internacional que exige su transformación inmediata debido a los peligros ontológicos evidentes demostrados ya científicamente.

La estructura base de la sociedad, o mejor dicho, la razón de ser de las luchas se originan debido a la existencia de contradicciones sobre lo que se considera justo e injusto, cada quién bajo su propia concepción de mundo y todo lo que ello implica. Lo intelectual permite la comprensión de este fenómeno porque la realidad es interpretativa dependiendo del grado de conciencia en los individuos, según Nietzsche. Es un sinsentido el erradicar lo objetivamente malo cuando mantiene una relación de coexistencia con lo objetivamente bueno. Se malinterpreta la noción del sentido común de censurar lo que nos es censurado. Tendríamos que eliminar toda la intelectualidad para desvelar las paradojas de los seres sintientes que evitan pensar en aras de que sus cimientos ideológicos no se derrumben frente a la verdad.

No puede ser aceptado de ninguna manera que por argumentos como los esgrimidos en el caso de la censura que se desea imponer a Aristóteles o la que se hizo a Hume, se empiece a dilapidar todo referente teórico, histórico y político de los pueblos, que en el fondo, es el objetivo buscado, no realmente la no discriminación ni el fin de las hostilidades humanas. Eso es solo una mampara para ocultar intereses políticos que responden a la destrucción de la memoria histórica y a la imposición de un pensamiento único, algo propio y característico de modelos totalitarios.

Ahí subyace el gran detalle detrás de todo esto, el totalitarismo moderno se disfraza y mezcla de muchos colores y gustos, absorbe y domina no a través del castigo, sino más bien por medio de la seducción; tienes derecho a pensar como quieras, vestir como quieras y expresar tu individualidad, siempre y cuando no cuestiones el orden dentro del cual te encuentras. No debemos dejar de perspectiva lo básico, como dice el filósofo holandés Rob Riemen: “al mundo del poder solo le interesa el poder y la propiedad”.

Y es que ahí está la clave del secreto, una sociedad de masas que se cree libre y con valores sólidos, pero en realidad naufragan por un mar de vacíos absolutos. Plantea Riemen: “el hombre-masa no quiere ser confrontado, menos aún agobiado con valores intelectuales o espirituales….el hombre masa es autoindulgente, se comporta como un niño malcriado. Escuchar, evaluar críticamente sus propias opiniones o actuar con consideración hacia los otros no es necesario…solo importan él y sus iguales, el resto debería adaptarse. El hombre masa siempre está en lo correcto y no necesita justificaciones…solo conoce un idioma, el del cuerpo: la violencia. Cualquier cosa diferente, irrelevante para él mismo no tiene derecho a existir”.

Cuando se traslada esto al mundo de la política real y práctica, la guerra cultural se ha vuelto una herramienta muy útil para diversos grupos que con o sin conciencia del asunto, terminan sirviendo a los intereses incorrectos en los procesos de consolidación o cambio político en los países. En Costa Rica, hemos visto casos concretos donde la falta real de pensamiento crítico ha hecho creer que con quitar estatuas de ex presidentes se resuelven temas históricos, actuales, políticos o económicos, mayor falacia y desconocimiento de la realidad geopolítica mundial no puede existir.

El caso concreto fue el de la estatua de León Cortés Castro, y no es que defendamos al ex presidente y sus posturas pro fascistas, en lo absoluto, pero tenemos claro que su paso por la función pública ha dejado un legado político en la historia de Costa Rica que no se debe borrar de ninguna manera, porque para bien o para mal, eso sería atacar las raíces del ser costarricense. Si seguimos por esa vía irracional y abiertamente sin sentido, no nos extrañemos que de un pronto a otro, salgan grupos extremistas que vayan a tachar de cualquier cosa a nuestros beneméritos de la patria y pidan deslegitimar, censurar o incluso quitar los bustos que hayan en parques públicos de sus personas, solamente por una forma de pensar, una anécdota o simplemente alguna situación compleja, coyuntural e histórica que pasaron en su momento, haciendo de esto algo mucho más importante que el legado positivo heredado a nuestro país, su democracia, institucionalidad y al Estado Social de Derecho en general, hechos realmente inadmisibles.

La gran pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo construye un país su identidad sin bases, tradiciones, referentes históricos y figuras que marcaron un antes y después en su ser? ¿Qué referentes utilizamos para visualizar el país que queremos en el futuro y de dónde vienen? No entendemos que negar nuestra historia es negarnos a nosotros mismos y negar la posibilidad de construir certezas en un mundo de incertidumbres y profundos problemas geopolíticos. Un país es como una persona; si tiene bases sólidas, no se va a desviar del camino fácilmente, pero si no tiene claro lo que es y desea, le sucede como un barco sin instrumentos de navegación ni capitán en medio de una tormenta, eso es precisamente, lo que estos movimientos mal llamados intelectuales hacen por donde pasan, tormentas confusas reflejando el resultado de la estrategia ideológica del poder occidental llamada globalización.

Frente a la aculturación e imposición de modas provenientes de países con grandes mercados e intereses económicos, tenemos lo local, lo nuestro. Esas son las raíces que pueden hacer sostenerse a cualquier país en medio de la incertidumbre de los tiempos actuales, se puede ser tradicionalista sin ser conservador, se puede ser progresista sin ser irracional, inmaduro y superficial. No podemos olvidar que la verdadera lucha en el fondo es entre quienes tienen mucho y los que no, después de resolver eso, podemos seguir avanzando en búsqueda de la justicia en otros aspectos no menos importantes, pero no podemos poner la carreta delante de los bueyes, como lo dijo el benemérito de la patria, Manuel Mora Valverde: “Pero los derechos humanos no son simples palabras. Nada saca un hombre con que le digan que tiene libertad de prensa, sino puede escribir en ningún periódico, porque la libertad de prensa vale mucha plata…nada sacamos con que le digan que tiene libertad de pensar y de moverse, si está muerto de hambre, porque no tiene trabajo, porque gana salarios miserables”.

De ninguna manera podemos, en nombre de la democracia, destruir la democracia, o en nombre de los derechos humanos, pasar como aplanadora sobre el legado histórico, intelectual, filosófico y científico de la humanidad. Esto sería paradójicamente algo anti científico y anti intelectual. Todo debe tener su medio dorado, los equilibrios son indispensables y lo humano nunca dejará de ser humano, demasiado humano. Nuestra labor es crecer, aprender, mejorar constantemente, luchar por la dignidad, la inclusión, el respeto, la paz y evitar cometer errores acaecidos en el pasado, eso se trabaja en solitario y en comunidad, no atacando con violencia el legado de los pueblos, creyendo que con eso se acaban los problemas y se superarán las contradicciones para siempre.

Andrés Zamora Gutiérrez y Mauricio Ramírez Núñez son docentes de Relaciones Internacionales.

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