Alberto Priego, Universidad Pontificia Comillas
Las competiciones deportivas en general y los Juegos Olímpicos en particular son eventos en los que todo el mundo está pendiente de lo que ocurre en un lugar concreto del planeta Tierra. Por ello, estos eventos deportivos sirven, entre otras cosas, para demostrar al mundo entero las grandes cualidades que posee el país organizador.
Así, Hitler quiso hacer de los Juegos Olímpicos de Berlín del 36 los juegos de la raza aria y 44 años más tarde la Unión Soviética quiso mostrarle al mundo que los mejores Juegos Olímpicos eran los comunistas.
La reacción del mundo capitalista no se hizo esperar y en Los Ángeles 84 el mundo libre presentó un proyecto más ambicioso que el propuesto por Moscú cuatro años antes. Después, Corea del Sur (1988) y España (1992) quisieron decirle al mundo que habían dejado atrás su pasado autoritario y que desde ese momento formaban parte del mundo democrático y moderno.
También China (2008) y Brasil (2016) usaron los Juegos Olímpicos como escaparates para exponer sus milagros económicos. Todos estos ejemplos no son más que muestras de lo que supone la ventana de los Juegos Olímpicos.
Si bien es cierto que los grandes eventos deportivos son un acontecimiento para mostrar los éxitos y para exhibir los avances de los países organizadores, también son el escenario perfecto para que aquellos que quieren sembrar el pánico lleven a cabo acciones violentas y arruinen la celebración.
Ataques en celebraciones deportivas
Hemos asistido a multitud de ataques terroristas ocurridos en celebraciones deportivas, como el sufrido por el equipo de crícket de Sri Lanka en Pakistán en las series mundiales de 2009, el perpetrado contra la selección de Togo durante la Copa de África de 2010 o el cometido en Bruselas este mismo año durante un encuentro entre las selecciones de fútbol de Bélgica y Suecia.
Pero si recordamos un acto terrorista contra un evento deportivo, ese es, sin duda, la masacre de Munich, un atentado perpetrado por el grupo terrorista palestino Septiembre Negro durante los Juegos Olímpicos de 1972 que segó la vida de nueve atletas israelíes y de un policía alemán.
Las horas que los secuestradores se pasearon impunemente por la villa olímpica fueron mortales para la reputación de una Alemania que, hasta la fecha, parecía ser una máquina de perfección. Más allá de la tragedia humana y del mazazo a la reputación alemana, la masacre de Munich supuso el fin de la inocencia occidental y la evaporación de todo lo que representaban los valores de los juegos, incluyendo la tregua olímpica (Ekecheiria).
A pesar de los esfuerzos del secretario General de la ONU Kurt Waldheim por mantener a la comunidad internacional unida, aquel atentado logró sembrar la discordia entre aquellos miembros que consideraban que Septiembre Negro era un grupo terrorista y aquellos que lo calificaban como parte de un movimiento de liberación nacional.
No podemos dejar de pensar en los cada vez más poderosos grupos supremacistas. De hecho, el atentado ocurrido en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 fue obra de Eric Robert Rudolph, un supremacista blanco –profundamente antisemita– que decidió poner una bomba en un parque céntrico lleno de seguidores de los Juegos. Hubo dos muertos y más de 100 heridos.
En los últimos años han proliferado en Francia este tipo de grupos de ultraderecha. Ya en 2019 intentaron asesinar al presidente Macron.
Este verano celebramos los Juegos Olímpicos en París, unos juegos que sin duda suponen un verdadero reto para la organización ya que, además del desafío que implica acoger a más de 600 000 personas en un periodo de tres semanas, el gobierno francés debe ser capaz de asegurar la vida de asistentes y deportistas.
Mención especial merece la particular ceremonia de inauguración, en la que las delegaciones desfilarán en barco por el Sena, un hecho que si bien puede resultar muy vistoso para los espectadores, hace especialmente vulnerables a unos deportistas que ya han sido amenazados por el ISIS y por el ISIS-K.
Aunque el Gobierno francés parece tener un plan de seguridad muy elaborado, a todos nos vienen a la cabeza las imágenes de la final del año pasado de la Champions en las que los aficionados españoles fueron acosados mientras intentaban llegar al estadio de Saint Dennis.
Muchos críticos con la seguridad de Francia plantean que si esto ocurrió con 100 000 asistentes, qué puede llegar a ocurrir con 600 000. Precisamente en Saint Dennis la policía francesa detuvo en mayo pasado a un joven de 18 años que anunciaba en las redes sociales sus intenciones de convertirse en mártir durante los Juegos Olímpicos de París 2024. Un mes antes, en abril, otro joven francés corrió la misma suerte.
El acecho de Rusia
No olvidemos el papel de Rusia. La guerra en Ucrania ha provocado que sea excluida de las principales competiciones deportivas, aunque participará con restricciones en París 2024.
Nuestro día a día está viéndose afectado por los ataques cibernéticos procedentes de Rusia y Bielorrusia, lo que nos hace pensar que durante los Juegos Olímpicos estos ciberataques podrían multiplicarse. Ya sea por el mero hecho de destruir la reputación de Occidente, ya sea por vengar su ausencia en París, ya sea por conseguir sembrar el caos, Moscú podría tratar de boicotear el buen desarrollo de las Olimpiadas.
Durante las casi tres semanas en las que se desarrollarán los Juegos Olímpicos de París, las guerras en Ucrania y Gaza no pararán. En París, el Gobierno de Francia tendrá que hacer frente a múltiples amenazas de las cuales probablemente nunca sabremos nada. Si durante la ceremonia de clausura lo único por lo que nos lamentaremos serán las medallas que no hemos conseguido, podremos decir que los Juegos Olímpicos han sido un éxito.
Alberto Priego, Profesor Agregado de la Facultad de Derecho- ICADE, Departamento de Dep. Público. Área DIP y RRII, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.