Ernesto Guadamuz
Según la tradición cristiana el pesebre donde nació Jesús fue visitado por unos «magos de Oriente» que seguían (desde hacía probablemente meses) un astro rutilante. Las investigaciones astronómicas actuales parecen coincidir en que esta parte del evangelio según Mateo, (Mateo 2:1-2) tuvo su origen en una versión oral que podría describir la ocultación del planeta Júpiter tras la luna ocurrida en el año 6.Doble ocultamiento de Júpiter tras la luna: la «estrella» de Belén
Probablemente se trate de una elaboración posterior a que el cristianismo fuera asimilado por el Imperio Romano mediante un decreto del emperador Teodosio en el año 380; ya que usualmente el nacimiento de los emperadores y reyes era asociado con fenómenos estelares. Lo cual no hace más ratificar un elemento de nuestras vidas cotidianas que solemos pasar por alto: vivimos una construcción socio-histórica que nos antecede en miles de años y sobre la cual estamos llamados individual y colectivamente ha de ejercer una labor crítica basada en la inclusión y la empatía.
Solamente mediante este ejercicio de estudio y crítica es que tenemos la posibilidad de darnos cuenta de que podemos cambiar la forma en cómo valoramos nuestra realidad: no se trata de hechos dados, sino de procesos que instituciones y personas concretas han ido forjando y continúan elaborando, para que cada día los vivamos mediante actitudes y conductas individuales, pero con implicaciones colectivas.
Curiosamente incluso en el terreno de las ciencias llamadas naturales, se presenta esta situación de elaboración de la historia por parte de quienes gozan del poder necesario para ajustar sus intereses particulares para hacerlos pasar como si fueran los de la colectividad. Un caso dramático, es el de la astrónoma Cecilia Payne, la mujer que estableció que, a diferencia de lo que planteaba la comunidad científica de su época la composición atómica de las estrellas era porcentualmente muy distinta a la de la Tierra. Cecilia Payne demostró que las estrellas están hechas básicamente de hidrógeno y helio, lo cual abrió las puertas a la verificación que Edwin Hubble hiciera de la teoría del Big Bang mediante la medición del espectro (su desplazamiento hacia el rojo) de la estrella alfa de Andrómeda.
¿Pero, entonces, por qué si se considera que Cecilia Payne fue la persona astrónoma más brillante de su época, apenas si es conocida fuera del círculo de los expertos? La respuesta es tan simple, como vergonzosa, porque se trata de una mujer y como tal fue tratada por la sociedad patriarcal de su época y por ello mismo ahora no aparece en los libros de texto de historia o de ciencias que se usan para «enseñar» a nuestras niñas y adolescentes. Como le ocurre hoy a sus congéneres, a Cecilia Payne la sociedad científica le exigió mucho más que a sus colegas masculinos: no solamente se le impidió graduarse en su país natal, Inglaterra, debido a que su facultad no admitía mujeres, sino que una vez graduada en Estados Unidos, fue obligada por su tutor a poner una nota en su tesis doctoral según la cual, su teoría sobre la composición de las estrellas podría estar errada.
Lo que resulta para la mayoría de nosotros difícil de percibir es que el caso de la astrónoma Payne y la lacerante situación en América Latina del crecimiento absoluto y relativo del asesinato de mujeres por su condición de género (femicidios), tienen una matriz común: la dominación ideológica del modelo patriarcal de organización social. Estamos organizados socialmente para legitimar que a las mujeres se les pague hasta un 30% menos por el mismo empleo y para que en una relación de pareja se normalice la posesión y el dominio masculinos.
¿Podemos celebrar el nacimiento de Jesús de una manera que sea compatible con su mensaje de amor e inclusión? Claro que sí. Desde nuestra cotidianidad, es posible empezar por alentar los cambios que deseamos se hagan colectivos: tratando a quienes no rodean en pie de igualdad, agasajando a nuestros niños y niñas sin discriminaciones de ningún tipo, por ejemplo al seleccionar los juguetes y demás presentes con los cuales les ratificamos nuestro afecto, convirtiendo nuestras celebraciones en un espacio pacífico en el que los altercados asociados a la tensión del consumismo, den lugar al cuidado mutuo de quienes se reencuentran en los abrazos ahora tantas veces postergados y los deseos por un futuro mejor. Futuro que también tiene que ver con nuestro apoyo a las políticas públicas que abordan el femicidio como el problema de salud pública que realmente es: uno que convoca a la ciudadanía a una labor preventiva inclaudicable.