El paraíso libertario donde no vive nadie

Pablo Stefanoni

Viaje a Liberland reconstruye la utopía anarcocapitalista en una terra nullius en el corazón de Europa.

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En febrero de 2019, el economista argentino y actual candidato presidencial Javier Milei, que aún no había puesto un pie en la política, se presentó en un festival de otakus, en Buenos Aires. Disfrazado de general AnCap (anarcocapitalista), con antifaz y un tridente, anunció: «Soy el general AnCap. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre (…) Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta».

El «paraíso libertario» al que Milei hacía referencia, fundado y presidido por el checo Vít Jedlička, concitó la atención de la prensa internacional desde su creación en 2015. El «presidente» Jedlička atrajo flashes y micrófonos de los grandes medios de todo el mundo. Pero ¿qué es exactamente Liberland, una utopía que parece mezclar a Tomás Moro con Peter Thiel? Los periodistas Timothée Demeillers y Grégoire Osoha siguieron desde el terreno, en un libro recientemente traducido al español, la trayectoria de este proyecto de micronación.

La historia comenzó cuando un grupo de amigos se pusieron a divagar sobre la posibilidad de trasladar una idea «loca» a un territorio de verdad. Aparecieron entonces las palabras mágicas: terra nullius, tierra sin dueño. Ya en el mundo quedan muy pocos espacios sin una soberanía estatal efectiva, y uno de ellos está, curiosamente, en plena Europa, entre Croacia y Serbia. El territorio de Gornja Siga tiene siete kilómetros cuadrados que en la división de Yugoslavia quedaron en un limbo. Como algunos libertarios que fundan startups, Jedlička decidió fundar un país, bautizado República Libre de Liberland. Las terrae nullius son, al final de cuentas, de quienes las ocupan. Y el nuevo presidente comenzó a crear todo el aparataje estatal: bandera, Constitución, gabinete de ministros, embajadas, pasaportes, orden de mérito… Pasaportes: esto corrió como reguero de pólvora. ¿Una nueva nación en el centro-sur de Europa que estaba dispuesta a dar la ciudadanía a cambio de trabajar por su construcción en ese territorio boscoso y pantanoso a orillas del Danubio? En el caso de Egipto, «la fiebre se extendió de tal modo -cuentan Demeillers y Osoha- que el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio debe hacer una comparecencia en televisión». Liberland no es un verdadero Estado, aclara para bajar las expectativas de los jóvenes dispuestos a migrar.

El Estado antiimpuestos propuesto por Jedlička se parece mucho a un simple paraíso fiscal, y el nuevo presidente, sin demasiadas veleidades teóricas, no deja de hablar de la mezcla de libertad y prosperidad que encarnaría el nuevo país. «Vivir y dejar vivir».

En los días épicos de Liberland, Jedlička tuvo sus competidores: al leer la noticia del nacimiento de Liberland, el bitcoinero suizo-danés Niklas Nikolajsen se lanzó a armar la «Liberland Swiss Colony» y a poner un pie en la nueva nación. Pronto, las fuerzas de seguridad croatas comenzaron a inquietarse por la invasión de libertarios en tránsito a la tierra prometida: ninguno de ellos pensó vivir una utopía semejante, en tiempo real, como la que Vít, el joven mesías, les ofrecía: fundar un país desde cero; armar una sociedad desde la nada.

«Liberland solo existe en su cabeza, en su imaginación», repite indignado un policía croata frente a Nikolajsen. Luego, el gobierno croata comenzará a apretar más los tornillos de la represión, y lo que empezó como un entusiasta campamento de verano se volvió una travesía más complicada. Algunos, más alternativos, se desencantaron con lo que encontraron: «Se esperaban un campamento hippie pero se encuentran con jóvenes estudiantes de Economía y Finanzas que debaten sobre inversiones, la propiedad privada y criptomonedas». Aun así, personas como Crom, proveniente de la Amazonia brasileña, continuarán inmersos en la utopía anarcocapitalista. Aparecerán camisetas con la leyenda: «Impuestos en Liberland. Impuesto sobre la renta: 0%. Impuestos sobre el consumo: 0%. Impuestos sobre los bienes inmuebles: 0%. Impuestos de sociedades: 0%. Otros impuestos: 0%».

Entretanto, Jedlička consigue donaciones para hacer funcionar el país, que trata de mantenerse lo más cerca posible del territorio de Liberland, donde habían plantado la nueva insignia liberlandesa, para lo cual compra varias embarcaciones. Intentar llegar formará parte de una guerra de guerrillas contra las patrullas croatas. La creación de un Hong Kong en lo que hasta hace poco era el polvorín balcánico seguía pareciendo un proyecto al alcance de la mano; no se podía dejar pasar la oportunidad: no abundan las terrae nullius en el mundo. Y el nuevo «gobierno» consiguió donaciones para ponerse en marcha.

«Hemos calculado que la creación de Liberland supondría un aumento de 3,2% del PIB de Croacia y de 4,8% del de Serbia. Los impuestos locales bajarían 37% en la región y el sueldo mínimo sería de casi el doble dentro de 20 años», explicará con pretendida solvencia el presidente liberlandés. Pero ni serbios ni croatas se dejaron convencer por los cantos de sirena de la República libertaria. «La gente aquí no confía demasiado en aquellos que quieren construir países», resumirá uno de ellos en referencia a la historia de enfrentamientos sangrientos entre las partes de la antigua Yugoslavia. Pero Jedlička insiste en que su proyecto será, por el contrario, un elemento de paz en la región.

La historia de Liberland se parece por momentos al mero absurdo, pero no deja de ser sorprendente la habilidad de Jedlička para mantenerse como «presidente». Es invitado al «Davos polaco», donde en sus fantasías se siente como un igual de Viktor Orbán o Andrzej Duda. Se siente orgulloso de que el ministro de Relaciones Exteriores liberlandés tenga más seguidores en Facebook que su homólogo croata. Viaja por todo el mundo en busca de reconocimiento. Se siente cerca, en diferentes momentos, de lograr el de Sierra Leona, República Dominicana, Uganda y Guatemala, gracias a empresarios amigos y liberlandeses oficiosos, pero esas expectativas se diluyen rápidamente.

Jedlička elogia efusivamente a Donald Trump, y dice haber entrado a Estados Unidos con el pasaporte de Liberland, algo poco creíble. Quizás una de las derivas más rocambolescas haya sido la visita «de Estado» a Somalilandia, un país del Cuerno de África que casi nadie reconoce, pero que, a diferencia de Liberland, sí tiene gobierno, territorio y población. Y, en pos de aparecer como un país real en todos los ámbitos, Liberland participaría hasta de un concurso de belleza clase B, organizado por un empresario filomafioso, en el que la representante liberlandesa quedó en segundo lugar.

El policía croata tenía razón: Liberland solo existe en la mente de los liberlandeses. Cercados por las fuerzas de seguridad, cada vez les resulta más difícil llegar a ese territorio. Pero el proyecto sigue en marcha, aunque los campamentos en Croacia se fueran vaciando.

La micronación de fantasía no solo convoca a jóvenes idealistas. Como escriben Demeillers y Osoha-, en la medida en que «constituye un proyecto turbio, con un enorme potencial de rentabilidad, atrae un enjambre de mitómanos, de personajes sospechosos y de farsantes». La ciudadanía liberlandesa se vende por 5.000 dólares o a cambio de trabajo, si no en el territorio propiamente liberlandés, al menos en los enclaves cercanos. Liberland no deja de ser sede de una paradoja: su líder se empeña demasiado en que se parezca a un Estado, cosa que los libertarios desprecian, pese a no tener ni población ni territorio efectivos. A pesar de su anarcocapitalismo, Jedlička, para quien «la democracia liberal ha llegado a su fin», se va perpetuando en su cargo y recibe críticas por su opaco manejo de los presupuestos.

Uno de los últimos esfuerzos del hiperactivo presidente checo/liberlandés fue comprar una docena de barcos habitables para crear una colonia en aguas internacionales del Danubio. Una versión modesta del «libertarismo de alta mar» ideado por Patri Friedman, nieto del economista liberal Milton Friedman.

La última decisión del «gobierno de Liberland» es, a falta de acceso a su territorio, transformarse en el primer país construido y habitado en el mundo virtual, antes de tomar forma en la vida real. El estudio de arquitectura británico Zaha Hadid Architects ha estado trabajando en la creación de una ciudad virtual que dará cobijo a los ciudadanos del país.

Viaje a Liberland capta mucho del clima de época. Mientras Jedlička sigue intentando darle vueltas al asunto, cada vez más cercado, Milei saltó de ser el superhéroe «llegado de Liberland» a la política y se transformó en uno de los cuatro principales candidatos presidenciales para las elecciones argentinas de este año, con alrededor de 20% de intención de voto en las encuestas. A diferencia del joven checo, el argentino no cree que crear un país desde cero sea más fácil que transformar uno ya existente, incluso uno tan «estatista» como Argentina.

Fuete: nuso.org

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