El misterio de la lámpara de araña en la cloaca de Colonia

Por Christoph Driessen (dpa)

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ARCHIVO – La llamada «Sala de la Lámpara de Araña» forma parte del sistema de alcantarillado de Colonia y es también un monumento histórico. Foto: Federico Gambarini/dpa

Colonia (Alemania), 8 sep (dpa) – Los escritores suelen imaginar mundos desconocidos ocultos en las profundidades del subsuelo. Si se desciende a las alcantarillas en un punto de la ciudad alemana de Colonia, tal fantasía parece hacerse realidad: se abre una bóveda, amurallada como una capilla gótica, un escudo de armas adorna la pared y una lámpara de araña cuelga del techo.

Se trata de una lámpara especial, que espera a un invitado especial: el «kaiser» Guillermo II. La sala subterránea es tan impresionante que la visitan regularmente grupos de turistas; de hecho el cupo está completo para lo que queda de 2024. La placa de la pared indica que fue terminada en 1890, pero se desconoce por qué se construyó de forma tan elaborada.

La teoría más popular es que los ingenieros del sistema de alcantarillado de Colonia estaban tan orgullosos en aquella época de su obra «puntera», lo último en tecnología, que se les ocurrió la idea de invitar al emperador en persona. Quizá sabían que el «kaiser» -de mente extremadamente estrecha en el terreno político- tenía una gran afición por la tecnología y la ciencia. Así que quisieron atraer al jefe de Estado del Imperio Alemán a los bajos fondos de Colonia.

«Para ello se instalaron en su día dos lámparas de araña, bellamente iluminadas con velas», explica Stefan Schmitz, de la compañía de canalización de Colonia. Las dos lámparas están marcadas en un plano histórico.

También existe una segunda versión de la historia, según la cual fue el emperador quien donó las lámparas, pero Schmitz lo considera improbable, ya que habrían tenido que añadirse al plano en una fecha posterior.

Por ello, se supone que se instalaron para poder recibir al huésped distinguido de una manera acorde con su rango. «Lo único que sabemos con certeza es que el emperador nunca vino», señala Schmitz.

Cuando visitó Colonia el 5 de mayo de 1891, Guillermo II dio un paseo nocturno por la ciudad, durante el cual la recién terminada catedral se iluminó con fuegos de artificio. Luego cenó con su esposa Augusta Victoria en el salón de baile Gürzenich -donde hoy se celebran las fiestas de carnaval- y fue vitoreado ampliamente por sus súbditos renanos. Pero el soberano ignoró el alcantarillado.

Stefan Schmitz lo entiende: «Que quede entre nosotros: si yo fuera emperador, tampoco me metería en una cloaca. No se lo reprocho». Al fin y al cabo, antes como ahora, por debajo de las lámparas transcurren fluidos no del todo edificantes.

Con el tiempo, las dos arañas originales se perdieron, salvo los soportes, por lo que la actual es una copia. Cada año, en octubre, se desmonta y acondiciona para la siguiente temporada de visitantes.

Sin duda, los ingenieros de la época nunca habrían soñado con crear algo que seguiría gozando de gran estima en el siglo siguiente. La monarquía es cosa del pasado, pero la sala sigue existiendo, incluso tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y el posterior frenesí demoledor de los urbanistas de Colonia.

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