Luis Paulino Vargas Solís
Cuentan algunas notas de prensa, que, en Costa Rica, hay tres automóviles -unos peroles, evidentemente- que pagan por concepto de marchamo, cifras arriba de los ₡9 millones. Los tres son marca Ferrari, y el que más paga, alcanza la insignificancia de ₡9.540.861.Dicen esas mismas notas periodistas que hay otros dos gajos cuyo marchamo excede de los ₡8 millones, y por lo menos otros 5 pichirilos, que pagan más de ₡7 millones.
Las marcas, tienen, sin excepción, el sello de la realeza: Maserati, Porsche, Mercedes Benz, Lamborghini y, por supuesto, Ferrari.
¿Quiénes serán los dueños de tales chuzos? Quizá el gerente de una transnacional o de alguno de los principales bancos privados. Tal vez el dueño de una de las agencias distribuidoras de vehículos, o alguno de los magnates del mundo de la inversión inmobiliaria. Váyase a saber.
Probablemente viven en un palacete amurallado, o en uno de esos condominios súper exclusivos, que son como una ciudad aparte, con sus centros comerciales, sus parques y sus instalaciones deportivas propias.
Es el mundo de los ricos-realmente-ricos de la Costa Rica actual. Tan solo tenemos una vaga noción de su existencia, precisamente porque sus vidas discurren como en un universo paralelo. Viven en Costa Rica para lo que les conviene, y para todo lo demás no viven en Costa Rica.
¿Qué interés puede tener esa gente en la educación y la salud públicas? Ninguno, obviamente. Por ello ocultan su riqueza y sus ingresos en paraísos fiscales, y por ello echan mano de sus poderosas palancas políticas para frenar cualquier esfuerzo serio por combatir el fraude fiscal y para bloquear cualquier propuesta razonable para una reforma tributaria justa y progresiva.
He ahí la peor amenaza para el Estado social costarricense y para nuestra democracia.
Tomado de FB