¿El estado judío; víctimas o verdugos?

Ana Ruth Quesada B.

Ana Ruth Quesada

Las personas maltratadas, heridas profundamente, pueden adquirir una actitud desafiante, que les lleva a vivir desde su dolor, una búsqueda constante de la justicia reparativa buscando vengarse de los culpables. Entonces buscan hacer justicia con la idea de que esta actitud arreglará sus males, agrediendo muchas veces a otros por defender sus ideas «justas» y sintiéndose legitimadas por su dolor. El problema es que, con este comportamiento, generan nuevas víctimas y se convierten en agentes transmisores del mal que en alguna medida los ha dañado a ellos también.

Obviamente hay personas y organizaciones que actúan como depredadores, o que solo conciben un mundo en el que solo es posible elegir el bando de los depredadores o de las víctimas, y optan por el primero para no sentirse más débiles. Estas formas de vida son instintivas y nos reducen a la dinámica de los animales más salvajes y ponen también de manifiesto las actitudes narcisistas y psicopáticas de muchos.

Lo ideal sería que la consciencia del propio dolor hiciera a cada uno responsable de sí mismo y de no seguir perpetuando el mismo mal que generará nuevas víctimas. Es paradójico que las personas afectadas por el abuso y el maltrato son las que más posibilidades tiene de transmitirlo. Cuando una víctima se convierte en justiciera, cegada por su dolor puede causar mucho mal a otros.

Pero, dada nuestra dimensión humana, al menos latente en todos nosotros, es posible apelar a la fortaleza del bien en nuestro interior, para cultivarlo y estimularnos a adquirir actitudes más responsables en pos del bien de todos.

Es fácil quedarse anclados en el victimismo que nos aporta al menos la rentabilidad de la autoimportancia, pero finalmente es algo que aniquila la propia identidad, destruyendo o eclipsando nuestro propio valor, puesto que dejamos de cultivarlo cuando nos identificamos con algo falso y cuando buscamos fuera de nosotros la causa de todos los males.

Quizás, el darnos cuenta de nuestra dimensión herida, puede hacernos más conscientes de la herida de los demás y actuar con actitudes más compasivas y comprensivas, lo que no quiere decir que no se pongan límites a las conductas destructivas y dañinas. Quizás sea más eficaz hacerlo desde actitudes más realistas.

Y he de aclarar que no niego diferentes factores para la ayuda a las víctimas, ni que haya que combatir las injusticias, solo me estoy focalizando en algo a lo que normalmente no se le da mucha atención: a que el dolor de las víctimas no les ciegue y les haga buscar la justicia y la reparación de una manera injusta.

En cierta medida todos somos responsables de reparar nuestras heridas por los males que hayamos sufrido sea el caso personal, o para el tema de marras grupal. Si seguimos sólo buscando culpables, terminaremos siendo los nuevos verdugos en pos de la justicia y aumentaremos más aún, la polarización entre bandos, entre buenos y malos, que destruye lamentablemente la inteligencia de las personas y los pueblos. ¿Podremos llegar a dejar de ser los críticos ofuscados contra el gobierno, contra la educación, contra el sistema, para lograr ser gestores de un pensamiento de rescate nacional y democrático? ¿Será posible?

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