El encanto de las mascaradas en Costa Rica

Camilo Rodríguez Chaverri

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Me encantan las mascaradas. Cuando sé que se presentan en algún pueblo, me dejo ir para allá. Aunque las máscaras son tan antiguas como la cultura, a nosotros nos llegan por dos vertientes: la cultura española y diversas culturas indígenas. En España les llaman «cabezones» y explican su existencia en la influencia romana. En la América prehispánica, la máscara tiene una connotación religiosa o ceremonial. En el caso de Costa Rica, hay una celebración indígena, un ritual precioso que se llama el baile o la danza de los diablitos, que es una fiesta boruca, donde el conquistador español es representado por un toro. Un indígena carga una gran armazón de madera cubierta por sacos de gangoche con una máscara de toro. Los diablitos son los indígenas que bailan al toro con sus máscaras. Las máscaras están elaboradas en madera de balsa, muy liviana. No tenían color, pero ahora las pintan. He ido en tres ocasiones. Incluso tengo material fotográfico para elaborar un libro. La fiesta consiste en una bebedera de chicha de tres días, que concluye con la quema del toro.

En cuanto a las mascaradas, que destacan principalmente en Barva y en Aserrí, tienen origen en los «cabezones» españoles, pero la influencia se quedó tirada en el camino, lo que queda en claro por los temas de nuestras máscaras. Hay muchas máscaras de El Chavo del Ocho, La Chilindrina, El Chapulín Colorado y Kiko, los personajes de ese famoso y legendario programa de televisión de los años 70. También hay muchas máscaras de políticos como Óscar Arias y Laura Chinchilla. Hay crítica social con las máscaras, pero desde un elemento que matiza al ser costarricense y me parece la piedra angular en cuanto al hecho de que somos el país más feliz del mundo: se trata del humor.

Llenas de color y alegría, las máscaras se han ganado un lugar en nuestra cultura, en nuestras fiestas y en nuestro corazón. Están hermanadas con las cimarronas, que vuelven al pedestal gracias a los desfiles bailables de máscaras, lo cual le inyecta más alegría y dinamismo a sus presentaciones.

El hecho de que sean manipuladas y cargadas principalmente por niños y jóvenes le da una fuerza especial y nos regala la ilusión de que serán cada vez más populares. Hasta el presidente Luis Guillermo Solís se encaramó una máscara en su campaña. Le han hecho unas máscaras en que se ve igualito.

Les deseo salud y plenitud a las mascaradas y espero que las siga liderando la giganta, esa mujerota que tiene un nombre que es consistente con el sincretismo cultural del que son productos, nuestras variopintas y folclóricas mascaradas.

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