En algún lugar, en una estrecha franja de tierra entre el mar y la laguna, hay un pequeño pueblo. Dicen que antes era un pueblo más grande, pero con cada golpe de ola, el mar reclama un pequeño pedazo del pueblo. La laguna se extiende tan lejos como el ojo puede ver y se inunda cuando quiere, pero por ser la madre amable que la gente cree que es, se seca de la misma forma sorpresiva.
Es por eso que la gente del pueblo dice frecuentemente: “El mar sólo se detendrá cuando la laguna quiera casarse con él”. En todo caso, la gente no quiere dejar su poblado. Los coqueteos entre el mar y la laguna son buenos para ellos, eso dicen: el mar da buen pescado mientras que la laguna proporciona otros manjares. Y la tierra también produce excelentes vegetales para el mercado.
Sosu vive en el pueblo con sus padres, una hermana, un hermano menor, un perro y muchos, muchos pollos. Su casa, como casi todas las casas del pueblo, está a un tiro de piedra del mar. La mayoría de las cosas que él sabe acerca del pueblo son de cuando era tan pequeño como para que su madre lo careara en la espalda. Esto fue hace mucho tiempo, cuando todo el mundo deseaba que pudiera ponerse de pie y andar sobre sus piernas. Pero eso no sucedió.
Así es que durante muchos años, él sólo vio el mundo desde dentro de su casa. Vio las altas palmas de coco mecer sus hojas al viento, mucho más arriba que los techos; vio también el cielo, que parecía no tener fin, los pájaros que volaban libremente, el sol y las nubes.
Esto lo hizo sentirse tan desgraciado, que hasta Fusa hizo lo posible por animarlo. Cuando él estaba solo y callado, el perro insistía en jugar con él; todo lo que hacía Sosu era tirar una mazorca de maíz al aire, tan lejos como podía. El perro entonces corría y la atrapaba en el aire, antes de que tocara el suelo.
Muchas veces, mientras el perro saltaba en el aire, Sosu silbaba a los pollos para que vinieran. Tal vez le gustaba mirarlos porque a ellos no había nada que envidiarles.
Algo que también le gustaba hacer era preparar la comida para Fafa y Bubu, y tenerla lista cuando ellos llegaban de la escuela. Eso significaba que mamá tenía que organizárselo todo. A veces, mientras comían, ellos le contaban todas las cosas nuevas que habían aprendido en el colegio. Así fue como él también aprendió a leer y a escribir, casi tan bien como ellos.
Sin embargo, cuando en las tardes todos estaban en casa, la vida era muy distinta. Entonces parecía como si aquellos con buenas piernas fueran los únicos que podían hacerlo todo; él podría haber sido un recién nacido, o un fantasma que debía ser servido por todos.
Por las mañanas se sentaba junto a la puerta, mientras todos se iban. Ma y Pa eran los primeros en irse. Fafa y Bubu los seguían poco después para ir al colegio, con Fusa, el perro, siguiéndolos. El perro regresaba siempre jadeando y sus ojos brillaban con la satisfacción de haber estado fuera. Era esto más que ninguna otra cosa, lo que hacía que Sosu se pusiera envidioso. ¿De qué sirve un niño sin un par de piernas fuertes y buenas? se preguntaba.
Todo el mundo se preocupaba por él. Especialmente Pa, que hacía todo lo posible para que se sintiera como un niño normal. Le enseñó a reparar las redes de pescar. Después, lo llevó en su pequeña canoa para que remara y pescara en la laguna. Pero un día, mientras pescaba con Pa en la laguna, dos hombres de mirada severa se acercaron y dijeron:
—No creemos que sea inteligente que traigas a ese niño tuyo aquí; ya es suficientemente malo tener niños como él en el pueblo. No creemos que el Espíritu de la Laguna esté contento de tenerlo también aquí sentado. Pensamos que debes mantenerlo en tu choza.
Después vino esa noche horrible. La luna era una perla brillante en el cielo y todo estaba siendo bañado por su luz, e incluso el agitado mar tenía una cresta de plata en sus olas. Así es que cuando los tambores sonaron, el mensaje era claro: «¡Salgan a jugar! ¡Vengan! ¡Salgan a jugar!»
Sin pensarlo, Sosu se había arrastrado fuera de la choza. Pero mientras se acercaba al sonido de los tambores bajo la luz de la luna, apareció una chica de algún lugar y gritó tan fuerte que, como moscas atraídas por el pescado podrido, la gente vino a mirar la escena. Ella lo había confundido con un espíritu tenebroso.
Pero un día todo eso cambió. Bueno, casi todo. Era un lunes, así es que todo el mundo estaba afuera, como de costumbre. Los hombres estaban lejos, pescando, las mujeres estaban trabajando en sus huertas, y los niños estaban en el colegio, en el barrio vecino.
Todo parecía estar bien. Pero de repente, Fusa se puso inquieto, y comenzó a ladrar y a saltar. Los pollos dejaron de escarbar, saltaron a sus perchas en las vigas y se quedaron muy quietos, con sus picos enmudecidos.
Entonces una oscuridad repentina cayó como una sábana sobre el cielo. El conocido y perezoso sonido del mar se había convertido en un rugido furibundo. Las palmeras se batían y se agitaban y sus crestas se torcían y se mecían desesperadamente en el viento. Y ahora las olas estaban reventándose y rugiendo, rompiéndose violentamente contra la arena. Como si eso no fuera suficientemente aterrador, hubo un fuerte golpe, y con él el portón de madera salió disparado por el jardín como si fuera una cometa gigantesca, y sólo se detuvo después de haber girado y haber chocado contra un muro, muy lejos de todo.
Por suerte, nadie salió lastimado y Sosu soltó un largo suspiro de alivio. Pero cuando el agua se metió dentro del jardín, su corazón saltó de miedo. ¡El mar había llegado al poblado! Algo tenía que hacerse. Y rápido. ¿Pero que podría hacer él? La única gente que había en el pueblo a esta hora eran aquellos demasiado viejos o frágiles para hacer algo; había muchos así en el poblado, y frecuentemente eran dejados en compañía de niños muy pequeños. Todos ellos podían ser atrapados y ahogados, si el mar continuaba subiendo.
Trató de gritar, pero ni siquiera podía oír su propia voz. Dejó de pensar por un momento. Tenía que haber algo útil que incluso alguien como él, pudiera hacer. ¿Pero qué era? Tal vez Fusa sabía lo que pasaba por su cabeza; había dejado de saltar y ladrar y ahora estaba quieto, y había una mirada de reconocimiento y seguridad en sus ojos. Fue en ese momento cuando Sosu tuvo su idea. «¡Los tambores!», se dijo a sí mismo, o tal vez al perro, en voz alta. Eso significaba salir y tratar de alcanzar los tambores escondidos detrás de la casa del jefe. Con el agua espumosa por todas partes, eso podía ser peligroso incluso para una persona con buenas piernas.
Pero ahora sólo podía pensar en los niños pequeños, y en la gente muy enferma y muy vieja, y en todos los animales que estaban en serio peligro. La mirada en los ojos de Fusa decía no sólo que él sabía en donde encontrar los tambores, sino que además decía: «¡No tengas miedo, vamos a estar bien!».
Así es que con el perro marcando el camino, Sosu salió de la choza a la tormenta. El agua alcanzaba las patas del perro, y el viento silbante sopló y mojó todo lo que se atravesó en su camino.Pero el perro iba varios pasos adelante, se detenía, y miraba a su amigo, agitando la cola, como diciendo: «¡Sigue! Es seguro, confía en mí, podemos hacerlo». Así es que ni siquiera ahora que recuerda, sabe Sosu de dónde sacó la fuerza para mover sus débiles extremidades, o de donde vino el valor que lo hizo seguir adelante. De alguna manera él continuó, luchando contra el rugiente viento y chapoteando entre el agua espumosa.
Así es que nada les sucedió, y alcanzaron el refugio de los tambores, mojados hasta los huesos pero a salvo. El refugio estaba construido en una plataforma alta, así es que estaba seco, y Fusa lo miró muy satisfecho. Pero ahora, mientras el perro se detenía y agitaba la cola, Sosu tuvo que enfrentarse con otro problema: nunca antes había tocado un tambor de verdad, y no sabía cómo hacerlo hablar.
Otra vez. Fusa fue el primero en actuar. Como si dijera «¡No hay tiempo!», el perro se irguió sobre sus patas trajeras y rasgó con sus uñas un tambor mediano. Cuando el tambor cayó hacia Sosu, tuvo que detenerlo con las manos para que no lo golpeara. Después de eso, tomó las dos baquetas en sus manos y golpeó el cuero, primero con una baqueta y después con la otra. Tocó despacio al principio. Pero de repente la tormenta, las olas de agua, los niños pequeños, los ancianos, los enfermos, los animales, las cercas que se desgarraban y los árboles que se caían, todas esas imágenes le llenaron la cabeza. Así es que le pegó más fuerte al tambor y más rápido, hasta que oyó su sonido por encima de los gritos del viento:
¡Belem-belem-belem-belem-belem-bem-bem!
¡Bem-bem-belem! Bem-bem-belem! Bem-bem-belem!
El tambor fue así oído por aquellos que estaban del lado más lejano de la laguna, y también por aquellos que estaban trabajando en los campos. Todos estaban asustados por la tormenta, así es que dijeron:
—¡El sonido de tambores viene del poblado! Es inusual; debe haber problemas. ¡Vamos!
Y el sonido de tambores fue también oído por gente del pueblo de al lado. Ellos también dijeron:
—¡Ese sonido es del poblado del banco de arena! Ellos están en problemas. ¡Vamos!
Así es que entre la lluvia y la tormenta, todos fueron corriendo al poblado. ¡Y vaya sorpresa les esperaba! ¡Olas tan altas como los techos estaban batiendo el poblado! Algunas chozas estaban tan inundadas, que se necesitó un buen número de hombres fuertes para entrar. Trabajaron duro, moviéndose de choza en choza, mientras buscaban a aquellos que estaban atrapados.
Al final dijeron:
—¡Llegamos justo a tiempo! ¡Y todo gracias al tamborilero!
—¿Pero quién era el tamborilero? —preguntó alguien.
De repente, uno de los hombres gritó:
—¡El chico que no puede caminar!
—¡Oh, y su perro también! —añadió otro.
—Pero, si no había nadie en su casa, excepto los pollos en vigas; el chico y su perro tienen que estar en algún lado. ¡Busquémoslos!
Fueron hallados pronto, gracias a las afiladas orejas de Fusa y a sus ladridos cortos y excitados.
—¡Aquí están! —dijeron los hombres.— El valiente tamborilero y su amigo. ¡Bien hecho! ¡Bien hecho!
Y pronto Sosu estaba sobre las fuertes espaldas de los hombres, con Fusa saltando en el aire para alcanzarlo.
Y fue solo el principio; todo el mundo oyó hablar de él y su hazaña. Los periódicos y la gente de la radio y la televisión vinieron hasta el poblado, sólo para verlo y hablar con él. Y claro está, tomaron muchos lotos de él, su amigo Fusa y su familia. Sosu recuerda que le hicieron muchas preguntas, incluyendo el por qué hizo algo tan arriesgado. Y cuando le preguntaron acerca de que le gustaría más en el mundo, él recuerda que respondió algo sobre ser capaz de caminar y poder ir al colegio.
En las semanas que siguieron, las casas y las cercas rotas fueron todas arregladas y reconstruidas. Y lo mejor de todo, la sucia calle llena de baches del poblado fue raspada hasta hacerla plana y limpia, y fue extendida hasta la casa de Sosu. Y después hubo una gran fiesta en la plaza del poblado, con mucho canto, baile y tamborileo.
Repentinamente todo se detuvo y el jefe se levantó para hablar:
—¡Gente de este buen poblado, estamos todos aquí felices hoy gracias a un valiente joven y a su perro!
Antes de saber lo que pasaba, Sosu estaba sobre las espaldas de los hombres otra vez. Y todo lo que siguió fue como un sueño; lo cargaron a través de la plaza, para que la gente lo viera y lo vitoreara. Y cuando los fuertes brazos finalmente lo bajaron, no fue puesto otra vez en el duro y sucio suelo. Había una silla de ruedas frente a él, nueva y reluciente, y fue ahí donde lo sentaron.
Ahora Sosu va al colegio, empujado en su nueva silla de ruedas por los otros niños del poblado. Ahora Sosu es un niño más del pequeño poblado entre el mar y la laguna.
Meshack Asare
La llamada de Sosu
Barcelona, Zendrera Zariquiey, 2001
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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