Cuentos para crecer: El Piano de Jorge Moyano

El Piano de Jorge Moyano

El Piano de Jorge Moyano

Érase una vez un ratoncito que, paseando por la ciudad, escuchó una melodía muy agradable que salía de la ventana de una casa.

Se detuvo frente a la puerta para oírla mejor. Los ratones siempre se han sentido atraídos por la música, incluso desde mucho antes de la historia del flautista de Hamelín, que encantó con la música de su flauta mágica a los ratones de una aldea para que lo siguieran y acabaran cayendo al rio.

El ratoncito andaba buscando un lugar donde instalarse ya que había decidido ser un joven independiente con casa propia. Su familia se había quedado muy triste con su partida. Además de un fardo lleno de comida para el viaje, los padres le habían dado mil y un consejos sobre cómo evitar los peligros de la ciudad donde abundaban los gatos y las personas, dos especies que era preferible evitar.

Subió los escalones de la casa y, siguiendo las notas musicales llegó a una sala en la que un señor alto y delgado parecía deslizar sus dedos por las teclas blancas y negras de un piano produciendo unos sonidos que emocionaron a su corazón de ratoncito melómano.

Pensó que aquel era el lugar ideal para vivir y decidió dar por finalizado su viaje. Tras asegurarse de que no vivía ningún gato en los alrededores, esperó a que el dueño de la casa saliese de la habitación y buscó tranquilamente un buen lugar donde instalar sus cosas.

Fascinado por la enorme caja de música que el pianista trataba con tanto cariño, intentó hallar algún hueco por el que entrar en ella. Después de dar una vuelta de reconocimiento, descubrió que debajo de los pedales del piano había una pequeña abertura lo suficientemente amplia como para que él pudiera colarse.

Subió sin ninguna dificultad por las cuerdas graves, que son las más gruesas, y llegó al piso de encima. Se sintió como si estuviera en un palacio. Nunca había visto un espacio tan amplio, y el suelo conservaba el olor a madera seca, uno de sus aromas favoritos. Acomodó sus cosas en un rincón y se durmió acurrucado contra el fieltro de uno de los ochenta y ocho martillos del piano.

El cansancio del viaje y la oscuridad de su nueva vivienda le llevaron a un sueño tan profundo que ni siquiera se dio cuenta de que había llegado un nuevo día y de que alguien había entrado en la habitación.

Le despertó un ruido ensordecedor y, al abrir los ojos, se encontró con el aterrador movimiento de los martillos golpeando contra las teclas. Salió corriendo para resguardarse de aquel cataclismo y se quedó escondido detrás de la pata de una mesa, viendo lo que pasaba.

Una vez recuperado del susto, volvió a escuchar, tocados por el mismo señor de la noche anterior, los maravillosos acordes que le habían llevado hasta allí. Se armó de valor y volvió a entrar en el piano.

Comprendió entonces lo que le había asustado tanto. Allí dentro el sonido era mucho más fuerte y las vibraciones de las cuerdas le hacían temblar el cerebro. Comprendió que debería salir de la caja cada vez el pianista se dispusiera a tocar. Para eso tendría que estudiar sus horarios; siempre le habían dicho que los hombres eran animales de costumbres que vivían al ritmo del reloj.

A la mañana siguiente, cuando Jorge Moyano se sentó al piano tras hacer crujir sus dedos y atacó las teclas con toda la fuerza de sus expertas manos, el ratoncito se desper tó de nuevo con un sobresalto, pero armándose de valor, decidió quedarse para poder observar mejor todo el funcionamiento. Saltaba de una cuerda a otra, corría para ver el golpeteo del martillo de los agudos y después regresaba para ver el de los graves… Tan ocupado estaba en sus correteos, que ni por un momento pudo imaginarse lo que estaba pasando fuera.

El pianista había empezado a sentir que algo extraño estaba ocurriendo con su piano y, finalmente, decidió dejar de tocar. No estaba desafinado, pero oía algunos sonidos extraños que le impedían concentrarse. Levantó la tapa para ver qué pasaba y cuál fue su sorpresa al descubrir un diminuto ratón paseándose por la caja de resonancia. El ratoncito se quedó paralizado de miedo al ver una cara de hombre siguiendo sus movimientos, pero al instante recuperó la sangre fría y salió disparado a través del hueco del pedal para ir a esconderse detrás del sofá.

Jorge no estaba dispuesto a olvidar el asunto, pues tenía miedo de que el ratón rompiese las cuerdas, royese la madera o se comiese el fieltro de su querido piano. Lo persig uió por toda la casa y, al poco rato, viendo que no conseguiría atraparlo sin ayuda, llamó a su mujer. Julieta le ayudó como pudo en la captura, pero la tarea era difícil y no lo lograron.

Como era tan pequeño, podía escabullirse por los sitios más estrechos. Cuando al fin consiguieron acorralarlo, se escapo subiendo por las cortinas a la velocidad del viento y, una vez allá arriba, se apoyó en la barra de madera y descansó.

Julieta y Jorge, agotados y furiosos después de tanto correr inútilmente por la habitación, decidieron salir a pasear por la ciudad para olvidar aquella invasión.

Cuando volvieron a casa, le explicaron lo sucedido a la portera. Doña Manuela era una gran admiradora del artista y consideró una falta de respeto inadmisible por parte del ratón interrumpir de aquella manera los ensayos del maestro, precisamente cuando se estaba preparando para un recital. Faltaban solo dos meses para el concierto y el pianista necesitaba practicar sin que nadie le perturbase. Así que decidió ir a la droguería y compró cuatro trampas para ratones que colocó en lugares estratégicos, poniendo en cada una de ellas un trocito de queso para atraer al roedor.

Al día siguiente se encontró las ratoneras vacías: y no solo es que no hubiera ningún ratón, es que también los quesos habían desaparecido. Furiosa, fue al colmado a buscar un chorizo medio seco, pues pensó que el ratón no podría cogerlo sin caer en la trampa. Pero de nada sirvió, también las rodajas de chorizo se volatilizaron sin dejar rastro.

Jorge no podía dejar de tocar el piano, no solo porque ya se aproximaba el día del recital, sino porque la música formaba parte de su vida y no sabía vivir sin ella. Se sentaba temeroso en la banqueta y no golpeaba las teclas con la suficiente fuerza, pues tenía miedo de que los martillos magullasen al ratoncito. Se lo imaginaba huyendo de los porrazos, medio aturdido, tambaleándose a causa de los golpes.

El suplicio duró varias semanas, durante las cuales cualquier intento por librarse del ratón resultó inútil. Llegó a desmontar varias partes del piano para poder introducir la mano sin dificultad después de abrir la tapa por sorpresa, pero nada.

Hasta que, una mañana, decidió ponerse a tocar sin preocuparse por el ratoncito. El primer compás fue tan potente que el ratón salió disparado y se fue a esconder en el interior de uno de los tubos que formaban la pata del sofá. Rápidamente, Jorge colocó su pañuelo en uno de los extremos y su mano en el otro. Llamó a Julieta y, entre los dos, taponando bien los dos orificios para que el ratoncito no huyese, bajaron el sofá por las escaleras hasta la calle. Cuando llegaron al paseo retiraron la mano del tubo y vieron salir disparado al ratoncito en dirección a las puertas de la ciudad.

De vuelta a casa, miraron en el interior del piano para ver si el animal había estropeado algo. Todo estaba en orden. La única cosa fuera de lo normal eran unos pedacitos de queso y de chorizo que estaban muy bien apilados en un rincón de la caja del piano: era la despensa del ratoncito.

Cristina Norton
El barco de chocolate: Cuentos para niños y no tan niños
Barcelona: Juventud, 2012

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

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