Olivier Flumian
Para comprender la situación actual de Oriente Medio es necesario retroceder un siglo en el curso de la historia. En efecto, gran parte de las circunstancias geopolíticas que explican el complejo entramado de los conflictos actuales se establecieron en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial. Si bien las grandes potencias han influido siempre de manera decisiva en el curso de los acontecimientos, los actores regionales y locales han ido reafirmando su influencia cada vez más a lo largo del siglo. Tras el dominio de Gran Bretaña y Francia durante el periodo de entreguerras, toman el relevo las dos superpotencias de la Guerra Fría. La caída del muro de Berlín marca el inicio de un periodo de omnipotencia estadounidense, amenazada más tarde tras el 11 de septiembre de 2001. La era de la globalización asiste a un crecimiento progresivo de los poderes regionales, de su autonomía, su influencia y su independencia de acción, lo que conlleva un recrudecimiento de las rivalidades entre ellos. Intentemos ver todo con más claridad.
Desde el siglo XVI los países árabes de Oriente Próximo formaban parte del Imperio otomano. Este imperio multiétnico y pluriconfesional estaba gobernado por la dinastía osmanlí turca y tenía como capital Estambul. Los soberanos otomanos, los sultanes, eran igualmente califas, es decir, dirigentes religiosos del Islam sunita, y controlaban los lugares santos de la Meca y Medina. En el este se enfrentaban a sus grandes rivales, los Sahs de Persia, defensores del Islam chiita. Desde el siglo XIX, Oriente Medio es presa de la lucha de influencias entre las potencias imperialistas europeas. Gran Bretaña, Rusia, Francia y, posteriormente, Alemania compiten por el protagonismo político, económico, cultural y militar. Egipto era ya protectorado británico desde 1882 y el golfo pérsico estaba bajo control británico desde finales de siglo. La inversión financiera occidental crecía en el Imperio otomano y en 1908 comienza la explotación del petróleo en Persia. En este contexto estalla la Primera Guerra Mundial, fruto de las rivalidades entre los distintos imperialismos europeos.
En noviembre de 1914, el gobierno de Estambul apoya al imperio alemán y se enfrenta durante el conflicto al ejercito ruso en el Cáucaso y a las tropas británicas en Palestina y Mesopotamia (Irak). Aliado de Alemania durante el conflicto, este ultimo se encuentra en el bando de los perdedores en 1918. Los estados actuales de Oriente Medio, los países árabes, Turquía e Israel son resultado en gran parte de la descomposición del Imperio otomano al término de la Primera Guerra Mundial. Los vencedores, británicos y franceses, rediseñan el mapa de la región en función de sus propios intereses, sin tener en cuenta los deseos de la población implicada. Las potencias al mando trazan las fronteras de los territorios y eligen a sus gobernantes, como hacen los británicos en Irak y Jordania, o bien los administran directamente como hacen los franceses en Siria y en el Líbano o los británicos en Palestina. En 1922, la Sociedad de Naciones (precursora de las Naciones Unidas) confía a Gran Bretaña y a Francia el gobierno de las antiguas provincias árabes del Imperio otomano. Mientras que se suponía que debían conducir a estos territorios hacia la independencia, las potencias al mando las tratan como colonias. De esta forma, se crean como territorios bajo tutela los cuatro estados que han formado el Oriente Medio árabe hasta nuestros días: Irak, Siria, Jordania y el Líbano, añadiéndose mas tarde Palestina/Israel.
Los ocupantes ingleses abren además el territorio de Palestina a la colonización judía procedente de Europa y organizada por el movimiento sionista*. Al elegir Palestina el proyecto sionista se convierte en un arma de doble filo: aunque pretende ser un movimiento de liberación nacional para la población askenazí de Europa, para los árabes residentes en Palestina solo puede tratarse de un proyecto de colonización. Con la adquisición de tierras en la década de 1880 comienza la colonización judía de Palestina, que recibe un impulso decisivo cuando, en plena Primera Guerra Mundial, el gobierno británico publica la declaración Balfour, en la que se declara favorable al establecimiento de un «hogar nacional judío» en Palestina.
Arabia, por su parte, es escenario de un acontecimiento de importantes consecuencias a largo plazo. En 1932 se proclama el reino de Arabia Saudí. La casa de Saud, aliados de los religiosos wahabitas, se adueña así del poder en plena península arábiga y se hace con los lugares sagrados del Islam: la Meca y Medina. Por otro lado, los pequeños estados que bordean el mar de Arabia y el golfo Pérsico se encuentran bajo tutela británica. La ruta marítima entre el Mediterráneo y la India que atraviesa el canal de Suez se encuentra así controlada por Gran Bretaña. Los ricos yacimientos de petróleo de Irán son explotados por los británicos (Compañía de Petróleo Anglo-Persa, la futura petrolera British Petroleum) mientras que los de Irak los explota un consorcio internacional, la compañía petrolera de Irak (Iraq Oil Company).
Turquía asiste a la fundación de la república de Mustafá Kemal «Ataturk» en 1923. Su territorio coincide con el centro del antiguo Imperio otomano. La monarquía de los sultanes se suprime en 1922 y en 1924 es abolida la institución del Califa. El padre de la Turquía moderna lleva a cabo un proceso de laicización y occidentalización del estado y la sociedad a marchas forzadas. Aunque el Imperio persa no participó en la Primera Guerra Mundial, no por ello fue menos víctima de la rivalidad entre los intereses británicos y soviéticos. A partir de 1925, Reza Pahlavi lleva a cabo un intento de occidentalización similar al de Turquía, aunque bastante menos conseguido. En 1935 el país adopta el nombre de Irán. Ambos países, gobernados de manera autoritaria, intentan mantener la distancia con respecto a las potencias occidentales y la joven URSS. Hay que destacar que la población kurda se encontraba dividida entre cuatro estados distintos: Turquía, Irán, Irak y Siria, donde es siempre minoritaria y, en mayor o menor medida, reprimida.
El periodo de entreguerras estuvo marcado por la declaración «formal» de independencia de Egipto en 1922 y de Irak en 1932 con respecto a Gran Bretaña. En 1936, una revuelta armada en Palestina es sofocada por los ocupantes británicos y las milicias judías del Yishuv, nombre que recibía en su origen el estado que el movimiento sionista estaba creando en Palestina. Francia, por su parte, separa los territorios del Líbano y de la Gran Siria, reprimiendo todo indicio de desacuerdo por la fuerza. La intromisión económica de Gran Bretaña, garantizada por su presencia militar, exaspera a los nacionalistas, ya sean laicos o religiosos. Hassan-al-Banna funda en 1928 en Egipto el movimiento de la Hermandad Musulmana, mitad asociación, mitad movimiento político, que busca regenerar el Islam por medio de un retorno a sus orígenes y un rechazo de toda influencia de Occidente, ya sea política, económica o cultural. Su objetivo es reislamizar según su propio criterio las sociedades, comenzando por la base social y buscando alcanzar el poder político. En todos los países de la región surgen también en la escena política grupos laicos, ya sean liberales, nacionalistas o marxistas, que reclaman igualmente la independencia con respecto a Gran Bretaña o Francia.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, los judíos del Yishuv se sitúan del lado de Gran Bretaña, mientras que los nacionalistas árabes muestran cierta simpatía hacia Alemania. En 1941 Alemania apoya en Irak una rebelión contra los británicos, que es sofocada. La Siria francesa, dominada por un gobernador partidario del gobierno colaboracionista de Vichy, es conquistada ese mismo año por la fuerzas británicas junto con las de la Francia gaullista. Mientras que Turquía mantiene su neutralidad, Irán, que había simpatizado con Alemania, es ocupado por británicos y soviéticos y obligado a posicionarse con los Aliados.
Al término del primer conflicto mundial, Gran Bretaña y Francia se reparten Oriente Medio. Turquía e Irán, por el contrario, conservan su independencia, mientras que en el centro de Arabia comienza a afianzarse el reino saudí. En Palestina, mientras tanto, se instala el malestar del conflicto palestino-israelí. Esta redistribución general de la geografía de la región se produce sobre el fondo de rivalidades petroleras. La Segunda Guerra Mundial supone una reorganización de la región y prepara la gran rivalidad de la Guerra Fría, en la que Oriente Medio supondrá un importante desafío, como veremos en el siguiente episodio.
De 1945 a 1990, la apuesta de la Guerra Fría (2/3)
Del fin de la Guerra Fría al futuro de las «Primaveras árabes» (3/3)
* Movimiento fundado en 1897 cuyo principal objetivo era procurar a la población judía europea, expuesta a un creciente antisemitismo (los pogromos en el Imperio ruso, el caso Dreyfus en Francia), de un territorio donde establecer un estado judío. Palestina fue la tierra elegida, al haber sido escenario en la Antigüedad del florecimiento sucesivo de distintos reinos judíos (reino de David y Salomón, los reinos rivales de Israel y Judá, el reino Hasmoneo y el de Herodes).