Su verbo se encendía cada vez que defendía los intereses de la República. Convencía a sus enemigos con sus argumentos y salía siempre airoso y triunfante en sus luchas parlamentarias.
En alguna ocasión, en una memorable sesión celebrada en el Congreso de la República, hablaba nuestro brillante orador y las barras lo escuchaban con devoción y respeto.
Un admirador suyo, que se encontraba presente ocupando un lugar en una de las barras, se le acerca al Licenciado Martén Carranza y le dice:
—»Don Ernesto: ¿es muy difícil llegar a ser un orador tan bueno como lo es usted? Por lo visto se necesita sangre fría, buenas ideas y desde luego ¡saber expresarse!» …
Y el señor de la oratoria; el jurisconsulto de nota, le responde al instante:
—»Hay algo más importante todavía, mi amigo: ¡tener público!».
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Usado con autorización.