Carlos Manuel Echeverría Esquivel
Uno de las debilidades de la democracia pluralista republicana, llamémosla “democracia” a secas, la que Churchill caracterizó como el menos malo de los sistemas de gobierno, es el pragmatismo excesivo que caracteriza a sus actores políticos claves, llámense partidos o dirigentes, sin los que la mencionada democracia no existe. El pragmatismo desmedido, sin un pensamiento político-ideológico, con base doctrinaria, conspira contra la ética y la moral en el ejercicio del poder y en el mejor de los casos, a gestionar desde el Gobierno en forma incoherente con resultados funestos. Lo dogmático no conviene del todo; y el traspasar los límites de un pragmatismo moderado…tampoco.
Hoy en día el ciudadano no tiene claro por qué está votando y que representa cada propuesta. Ello, unido a una pérdida de fe en lo que se le dice para atraer su voto, a menudo propuestas totalmente incoherentes, inconexas al carecer la plataforma política de un hilo conductor e irreales pero llamativas para el votante, ponen la viabilidad democrática a largo plazo, en cuestión.
Las alternativas a la democracia como sistema de Gobierno y con ligeras excepciones que se han dado bajo circunstancias muy especiales, son en el largo plazo funestas y terminan en el más absoluto irrespeto al Ser Humano, quizás fomentando el crecimiento temporamente, pero nunca el desarrollo individual y social del colectivo, que es lo deseable y lo que apunta hacia la sostenibilidad.
La democracia moderna funciona mejor cuando existen dos partidos fuertes y uno o dos pequeños, que moderen a los grandes en su participación en la gestión pública. El ideal es que haya uno de tendencia derechista o al menos centro derechista, la que privilegia el progreso individual, bajo la premisa de que esa es la mejor forma de fomentar el progreso sostenible y sostenido para todos, aunque puede llegar, en casos extremos, a facilitar la consolidación de un indeseable corporativismo económico, ya sea de raíces de izquierda o de derecha. Por otro lado, se requiere una alternativa de izquierda, que puede ir del centro izquierda a una posición más dura que no conviene, donde prevalezca la empresa estatal. Condición sine qua non, es que ambos partidos y los minoritarios, estén comprometidos con la vigencia de las libertades individuales y sociales dentro de un esquema de respeto a la constitución que debe ser obviamente de carácter liberal y promotora de los Derechos Humanos en su máxima expresión y que cuando ejerzan el poder, no traten de “vaciar” la democracia desde adentro, como ha sido la experiencia en los últimos años en algunos países de América Latina, aprovechando la vulnerabilidad intrínseca a la democracia liberal.
Dentro de este orden de ideas, me llamó la atención un artículo del prestigioso diario español El País, del 4 de noviembre de 2018, denominado Como reinventar la izquierda latinoamericana. En él se hace una severa y merecida crítica a la izquierda latinoamericana que ha ejercido el poder en los últimos años, señalando su fracaso en cuanto a la principal responsabilidad al ejercer gobierno, cual es el fomentar el progreso sostenido y sostenible de la sociedad, en libertad y con seguridad. No se puede tampoco dejar de lado la profusa corrupción que propició la gestión socialista en general, inspirada en el difuso Socialismo del Siglo XXI, hoy devaluado junto a los petrodólares que antaño lo sustentaron. El artículo plantea la necesidad de encontrar un substituto al mencionado impreciso esquema emanado de Caracas y, pienso erróneamente, de la Social Democracia, dice el artículo.
Ciertamente y como ya se mencionó para balancear el juego democrático, necesitamos una alternativa socialista a las ideas de derecha, pero seria y funcional. Tengo la convicción de que no hay que buscar muy lejos o complicarse mucho. Lo que hizo don José (Pepe) Figueres, el tres veces presidente costarricense, luego de la llamada revolución de 1948 en Costa Rica, es paradigmático y digno de tomarse en cuenta.
La Junta de Gobierno que don Pepe presidió al derrotar a las fuerzas de gobierno, se comprometió con re establecer y fortalecer la democracia pluralista, la única, cosa que cumplió un año después de que la Junta asumiera temporalmente el poder; segundo, consolidó y fortaleció alternativas de iniciativa privada en el marco de la economía de mercado, entendiendo él, algo que muchos socialistas no terminan de hacer: es el individuo o los individuos organizados, los que generan riqueza y no el aparato estatal; la emprendeduría privada, es además un derecho inherente al Ser Humano; sin esa producción, no hay base para el desarrollo social, no hay “cacao para el chocolate”. Tercero, con el ánimo de implementar una política social agresiva, propició el desarrollo institucional que le dio vida a un Estado Moderno, también abocado a facilitar el accionar del productor privado, siempre y cuando su financiamiento sea sano y efectivo su funcionamiento. Mantuvo las conquistas sociales de los años cuarenta, logradas antes de que se maleara el sistema electoral; nacionalizó la banca para democratizar el crédito, algo que hoy en día posiblemente no sería práctico; otorgó el voto a la mujer; privilegió la educación mucho más allá de la capacitación para generar sentido de la dignidad, pensamiento abstracto y creatividad; y no restauró el ejército, que el mismo había eliminado, lo que a Costa Rica le ha servido, pues la llamada Fuerza Pública, jamás tiene las características de un ejército y jamás podría ser un ente que filtre las decisiones de gobierno, como desgraciadamente sabemos sucede en otros países, donde aquel ha sido gran elector.
Hay que acotar que cada sociedad, según su desarrollo, debe analizar hasta donde el intervencionismo estatal debe funcionar, sin salirse de la economía de mercado, ni menospreciar al que produce, lo que no implica la vigencia de medidas de carácter fiscal no confiscatorias por supuesto y las regulatorias, para que la economía de mercado funcione mejor. El reto es no desviarse de ese modelo, excepto en lo correctivo o para adaptarlo a nuevas condiciones. El caso costarricense, donde el modelo fue acogido por la izquierda y la derecha, es todo un laboratorio, que ha sido con todo y sus defectos así como errores cometidos, reconocido internacionalmente como exitoso, según dan fe los indicadores convencionales. Presenta problemas de excesos tanto en el sector público como en el privado, pérdida de valores esenciales, lo que ha repercurtido en niveles de inaceptable corrupción tanto a nivel público como privado y revisiones postergadas, cuya necesidad ahora se nos viene encima como desafíos de transformación con fuerza riesgosamente avallasadora.
Pensando en América Latina, es conveniente que quienes están preparados para hacerlo, de todos los sectores, piensen recurrentemente en propuestas de organización del Estado que tengan sentido, para generar seguridad, efectividad en cuanto al desarrollo y consolidación democrática. No hacerlo, no estar dispuestos los sectores sociales a trabajar juntos y no acordar políticas de Estado equilibradas y con visión estratégica, es condenarse a seguir como naciones dando tumbos, pasando de un extremo al otro, lo que solo desgracia deja.
Lo expresado es válido también para la derecha. ¿Por qué la derecha no puede tener una política social agresiva? Puede ser ese sea el camino para alcanzar el “Punto Omega” del que nos habla el gran Teillard de Chardin en el Fenómeno del hombre…el punto de la convergencia y exaltación del Ser Humano.
– Ex Director General de Política Exterior de Costa Rica.