Administrar la crisis o iniciar el cambio

Carlos Manuel Echeverría Esquivel

Carlos Manuel Echeverría

No es raro en Costa Rica que quien como Presidente de la República ha asumido la ingrata tarea de aumentar la carga tributaria, especialmente cuando se tocan intereses de los grupos de poder no necesariamente empresariales, haya vivido amenazas de golpe de estado. Podrían haber dado fe de ello si de Dios no gozaran, al menos el General Morazán, don Alfredo González Flores y don Rodrigo Carazo. El Presidente Alvarado Quesada no ha sido la excepción, así que a don Carlos le digo…no hay que asustarse por ello, estado de ánimo que no siento él allá demostrado, a pesar de que estamos al borde del precipicio.

A nuestro actual presidente le tocó “bailar con la más fea”, pues ha sido en esta administración cuando finalmente se “topó con pared”, luego de años de desarrollarse el más impresionante bagaje de gollerías para los empleados del sector público y en su momento para el sector privado también. Al Gobierno y Congreso actuales, éste último algo improvisado por la bizarra circunstancia política electoral, les tocó lidiar con los desequilibrios acumulados por falta de acción a través de los años. Ya sacaron adelante una reforma fiscal, que aunque dura y que ha llevado a un punto crítico la estabilidad de la clase media y baja, era necesaria. Debió sin embargo haber sido más progresiva, sin sacrificar más a las mencionadas clases, algo a analizar a futuro.
Hago referencia al sector privado, pues lo que está en boga en estos días es achacarle el problema fiscal a los trabajadores del sector público y los sindicatos que los representan, lo que es parcialmente correcto, pero tampoco es que el sector privado, productivo y financiero, no haya tenido su responsabilidad. Menciono lo que costó eliminar los CATs (Certificados de Aporte Tributario), las múltiples operaciones bancarias impagas por mala gestión empresarial y las facilidades que a la banca privada se le han dado para que obtenga ganancias desproporcionadas, así como los fraudes de compañías constructoras implementando obra pública, entre otros. El que a las empresas deudoras se les haya tenido que dar “incentivos” para que pagaran sus deudas fiscales, es una vergüenza para ellas. Que llegaran a eso no es aceptable.

Por el sector privado costarricense, de cuya cúpula centroamericana, FEDEPRICAP, fui su director ejecutivo fundador y por siete años, tengo una opinión muy positiva, así como de los empresarios y emprendedores, sin los que no habría producción de bienes y servicios; pero lamentablemente, hay más de una oveja descarriada, que perjudican el esfuerzo de funcionarios camerales distinguidos.

Es Costa Rica sin duda un país de mimados y de gente que ya sea por ignorancia, auto interés o cinismo, no percibe que actos para su beneficio personal, riñen las más elementales normas para mantener una economía sana y que beneficie a todos los sectores y el país en su conjunto.

Hoy llama la atención el desconocimiento total de la ciencia económica, cuyas leyes, sin que nos quepa la menor duda, son las que desarrollaron economistas y pensadores como Adam Smith y Ricardo, entre muchos. Las tesis que promueven la economía de mercado y la propiedad privada, de los medios de producción, en ambos casos con su debida regulación para prevenir los excesos, son las correctas. Veamos como los chinos por ejemplo, abandonaron la fijación de precios marxista, para promover la de mercado, en su concepción “capitalista de estado”.

La política “keynesiana” de estimular la economía al aumentar la oferta monetaria, puede dejar sus frutos si se hace con prudencia y en forma temporal. No como se hizo aquí a partir del 2008, en base a un notable incremento en el gasto público destinando al rubro de servicios personales, sin que esto significara incremento alguno en la productividad del funcionario público. No hubo repercución positiva en la competitividad del país.

Si se aumenta la oferta monetaria sin respaldo en mayor producción, aumenta la inflación interna y se devalúa la moneda, lo que hace más oneroso adquirir bienes y servicios generados en el exterior, si paralelamente no aumenta la competitividad del país. Se nos hace difícil y quizás imposible, competir en el mercado externo de bienes y servicios, incluyendo el turístico, de donde provienen gran parte de nuestros ingresos. Lo que sucedería a largo plazo es que los salarios y las pensiones, incluyendo los y las que ya conocemos de proporciones no vistas a nivel mundial, ni en países más ricos y más grandes que el nuestro, tendrían sustento para adquirir bienes y servicios.

Preocupa además de las fuerzas monopólicas y oligopólicas públicas y privadas, que inflan nuestra economía y la evasión fiscal como ya se mencionó, a la que los pequeños inversionistas o ahorrantes no tenemos opción, el que los empleados públicos, amparados a mal interpretadas autonomías o a mal logradas convenciones colectivas, insistan cínicamente y a rajatabla en mantener sus privilegios dizque porque son derechos adquiridos. Es lógico pensar en que lo constitucional es que los derechos de unos pocos nunca mancillen los derechos de la mayoría, que está sufriendo una difícil situación reflejo de un país que se viene abajo innecesariamente.

El derecho a huelga es componente fundamental de una democracia funcional, pero debe ser usado con responsabilidad. Esas huelgas largas y penosas, que hacen aflorar la irresponsabilidad, el irrespeto a la vida humana y el pachuquismo que se ha arraigado como expresión del ansía de poder abusivo de muchos costarricenses, no son expresión de una democracia funcional. La huelga debería ser puntual y limitada, una oportunidad para que el sector laboral exponga sus planteamientos y la sociedad responder con justicia y realismo a los mismos.
No logro comprender como empleados públicos, incluyendo por supuesto a los universitarios, se empeñen en mantener sus privilegios, financiados por los impuestos que a los no privilegiados se les cobra o que hacen imposible mejorar exiguas pensiones a tanto desvalido. Es cuestionable el aporte de aquellos a la productividad y competitividad del país. Contribuyen además a aumentar la brecha social y a desfinanciar al Estado, que queda con escaso margen para construir obra pública, en apoyo a la producción y ofrecer más y mejores servicios.

Pareciera además, que hay una sensación de los empleados públicos de que si no se aferran a sus cargos, se morirían de hambre. ¿Qué es, que la gente de JAPDEVA por ejemplo o del CNP, no puede emprender ni fraguar un destino productivo propio? Por supuesto que pueden.

Tomar a JAPDEVA, al CNP y algunas municipalidades como instancias generadoras de empleo residual no productivo, es casi un insulto a tanta gente valiosa, que podría hacer un importante aporte desde lo privado. Por supuesto que el Gobierno no debe abandonar a la gente a su suerte, pero de allí a asegurar empleos no productivos de por vida, hay un gran techo.

La actitud del Orden Municipal, la CCSS y más aún, del Poder Judicial, que debe de ser este último legal y éticamente intachable, de ignorar la nueva legislación de orden fiscal, es vergonzosa. Siempre he entendido que la legislación nueva sustituye a la anterior, por lo que no son aceptables algunas justificaciones presentadas. Más pareciera se está manifestando una mezcla de avaricia, desdén y desconocimiento de cómo funciona una economía. El “que me importa a mi” se arraigó a los más importantes niveles. La picardía y viveza, aprovechando brechas y debilidades funcionales y legales del Estado como un todo, que algunos desde los sectores laboral han exhibido, son sin duda una clara manifestación de corrupción.

Debe ocuparnos la influencia que está teniendo la narco actividad en nuestra sociedad, pero especialmente en el Poder Judicial, donde la amenaza de origen externo, se ha convertido en la cicuta del componente legal de nuestro Estado, sin el que éste se vuelve disfuncional.

A la falta de productividad se une la incapacidad demostrada por estamentos diversos como algunos del ICE o RECOPE, que han sido proclives a las malas praxis operativas y financieras de grandes proporciones y que lógicamente, por una u otra vía, termina pagando la ciudadanía. Los altos e injustificados ingresos de muchos en el Estado o pensionados, la baja productividad estatal y divorcio de los sectores productivos, así como las descomunales “tortas financieras”, de las que aparentemente nadie es responsable, es lo que nos puede sacar del mercado internacional ofertante y con ello nos acabamos como país. Se terminarían, los derechos adquiridos indefendibles del sector público, pero no es esa la vía.

El país es injustificadamente caro, posiblemente por ser una economía inflada por pérdidas cambiarias y tanto mal manejo, muy a menudo mal intencionado o por pura incapacidad.

Los sindicatos están tomando un poder desmedido, inconveniente en una república. La cosmovisión de sus dirigentes no parece ni tan siquiera cercana a lo que requiere el país para enfrentar los desafíos internacionales que se vienen. Pero lo que más preocupa, es la indiferencia por parte de aquellos, de la situación de las grandes y explotadas mayorías, aquellas que se han quedado sin atención médica o cuyos derechos laborales y educativos han sido mancillados.

Se podría pensar que hay una convergencia tácita de intereses entre las clases dominantes tradicionales y el liderazgo sindical; los primeros tienen alta incidencia en aspectos claves de la economía y los segundos en el poder político, trascendiendo el orden laboral; ambos se benefician del orden actualmente vigente.

Hoy miembros del sector laboral que se jactan de no facilitar información como deberían haberlo hecho. Reclutan el apoyo de sectores estudiantiles juveniles de muy poco documentación, pero ávidos de hacerse sentir por la vía fácil y sumamente manipulables; un crimen ético.

Los sindicatos, necesarios como son, han sido subestimados. Conjuntamente con los de los empresarios a diferente nivel, sus criterios deben ser tomados en cuenta consultivamente y promoviendo entendimientos, cuando de grandes decisiones se trata. Desunidos, corporativizados en sectores antagónicos y enfrentados como estamos, con sectores importantes de la sociedad costarricense desvinculados de las grandes decisiones y adoptando cómodas posiciones mágicas, no es posible construir una patria sosteniblemente próspera.

Quisiera pensar en que está crisis más que administrada, sea un detonante de un proceso de cambio de actitud en los diferentes sectores del país, que hoy tensan el ambiente. Necesitamos un nuevo contrato social, quizás una nueva constitución…habría que analizarlo con cuidado, pero con realismo y audacia. Por el momento y a corto plazo, es necesaria la legislación del Empleo Público y que el gobierno no afloje en la defensa de los principios de la ciencia económica, que tan mal y con tanto riesgo, algunos sectores se empeñan en mancillar. Un nuevo contrato social, debe reflejar una actitud creativa de todos y un desapego a atavismos y mitos, un sector público realista en sus demandas y un sector empresarial que cumpla puntualmente con sus obligaciones multidimensionales, ambos comprometidos con el progreso sostenido hacia el desarrollo.

Personalmente, analizaría inclusive la conveniencia de adoptar una moneda fuerte internacional, que evite tentaciones de implementar un keynesianismo inadecuado, una idea que flota en Centroamérica desde la creación del Mercomún en los años sesenta, conceptualmente plasmada en el llamada “peso centroamericano”.
Por miedo no podemos oponernos a los avances a nivel mundial que mejoran los procesos productivos y de entrega de servicios, asumiendo actitudes destructivas que nos sacan lo peor de nosotros, como cuando hace algunas décadas en su frustración, trabajadores de la industria automotriz en Detroit aplanaron a mazasos un Toyota Tercel; cuando cambiaron su actitud y asumieron el reto, la industria automotriz de EEUU se levantó de nuevo.

O tomamos el “toro por los cuernos” o éste nos destroza y eso sería una lástima pues nuestro país vale la pena y tiene un rol que jugar en las próximas décadas, que serán de grandes transformaciones afectando las relaciones entre los factores productivos y de consumo a nivel mundial o, no habrá futuro para la especie humana.

Una recesión en los EEUU con impacto mundial es posible a corto plazo; no es el momento para inflar la economía con más gasto y más privilegio, incrementando a doce los años de prestación laboral por ejemplo o generando gastos absurdos en nuestro servicio exterior y así sucesivamente. Es el tiempo de optimizar y hacer más efectivo el gasto en general. En lo ambiental, ya el futuro llegó: o cambiamos radicalmente de estilo de vida o se nos acaba el mundo. Costa Rica en ese campo juega un papel positivo desproporcionado a su tamaño; podemos sobresalir allí y posicionarnos estratégicamente.

Las universidades tienen que aceptar que el espíritu de la autonomía no fue el de convertirlas en entes autárquicos financiados por la República; fue y debe seguir siendo el de promover el pensamiento independiente, fundamentado en la libertad de cátedra y la libre opinión estudiantil.

Afortunadamente viene la robótica, que liberará a millones de seres humanos de su atadura a las máquinas; tendrán la oportunidad de realizarse plenamente y se generará un gran cambio en la forma de trabajar, distribuir la riqueza y quizás las formas de propiedad. Parece lejana esta situación, pero la historia camina rápido. En centros de pensamiento de prestigio, la noción de ingreso mínimo mundial capta atención incremental.

La carne artificial por ejemplo, llegó para quedarse, pues no aguanta el medio ambiente tanto metano generado por el ganado. Nuestra actitud hacia cambios como el que acabo de presentar debe ser positiva; “no hay de otra”, como decimos en Costa Rica. Hay que abrirse a los avances y por supuesto, no abandonar a su suerte a quienes se consideran perdedores o son afectados por aquel.

No podemos perder de vista lo estratégico, enceguecidos por lo táctico y el auto interés egoísta. Estoy con el ciudadano “de a pie”, él que carece de coraza y arma para defenderse; estoy con el empresario a cualquier nivel que produce con responsabilidad e igual cumple con sus obligaciones tributarias y sociales; estoy con el funcionario público que se esmera en servir con dedicación, efectividad, pulcritud y patriótica mística. Con el dirigente laboral que entiende su labor como enmarcada dentro de equilibrios difíciles, pero factibles de alcanzar. Sin todos éstos, no somos sociedad y fracasaremos como tal.

Tenemos que llegar como sociedad a transar y encontrar un camino que nos permita progresar a todos, garantizando oportunidades a las generaciones futuras y a quienes hoy asumen el peso de producir bienes y servicios, así como, estabilidad y seguridad mínima a los más viejos, que ya hicieron su parte, pero pueden contribuir con su sabiduría y experiencia.

Ex viceministro de Planificación, ex profesor de Ciencias Políticas y ex diplomático.

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