A Favor de la apertura de mercados, a favor del sector agropecuario

Por Yayo Vicente

Yayo Vicente

La Ley Nº 4.096 del 6 de marzo de 1968, establece que el día 15 de mayo, los costarricenses celebramos el día del Agricultor y la Agricultora, honrando a los que trabajan en la tierra y proporcionan, el alimento. Los agricultores desempeñan un papel muy importante para la alimentación, la economía y el progreso del país.

El COVID-19 nos está recordando la importancia de la comida y lo poco necesarios de otros bienes. Hemos aprendido a vitorear, cada noche a las 8:00 pm, al personal sanitario (médicos, enfermeras, microbiólogos, farmacéuticos y el resto de la planilla hospitalaria). Esos mismos aplausos también se los han ganado, con méritos propios, los agricultores. Ellos no han abandonado el arado en estos difíciles tiempos.

Me adelanto al homenaje a las mujeres y hombres de campo, hoy quiero plantar inquietudes y sugerir que no rehuyamos al debate, la discusión y la polémica de los problemas del Sector Agropecuario. Un sector dinámico, complejo y complicado, que requiere pensamiento y remozamiento permanente de las instituciones que los apoyan, para que sigan el ritmo de los cambios.

No simplifiquemos lo que es de por sí, un conjunto de situaciones distintas. No vamos a encontrar una sola causa, pues son muchas y diferentes, y propias de cada producto y del tamaño de cada unidad productiva.

¿La apertura de mercados y los TLC no tienen la culpa de todo?

Costa Rica no podía darse el lujo de perder el tren de la apertura comercial. Se subió y el país se disparó. Hoy exportamos más productos y a más mercados. Los empleos de calidad aumentaron, la “fuga de cerebros” se paró, los ingresos de las familias se favorecieron. También vemos más variedad en las tiendas, los supermercados, más carros en las calles …

Quien quiera devolverse a los años anteriores a 1982, o está equivocado o es un romántico o no se acuerda. Hoy, con la apertura del mercado, ¡vivimos MEJOR! ¿Todos? No, no todos. Cambios grandes y acelerados dejan a algunos colectivos atrás. La solidaridad que nos caracteriza, no nos permite la indiferencia.

Desde los tiempos bíblicos, las sociedades insisten en culpar a otros por sus desgracias. Ese es el síndrome del “Chivo Expiatorio”, que no por viejo se convierte en una salida conveniente. La búsqueda y hasta el encontrar a que o a quien culpar, solo nos distrae de la construcción de soluciones. Las amenazas deben ser transformadas en oportunidades y las debilidades en fortalezas. El asunto es que esa transformación no cae del cielo. Se requiere arremangarse.

La apertura de mercados y los TLC, no son la causa de todos los males del Sector Agropecuario, pues trajo buenas y malas condiciones. La culpa es la inacción. Con cada tratado negociamos un periodo de desgravación para los productos sensibles. Algunos hicieron buen uso de ese plazo, otro no.

Cuadro Yayo

Las generalizaciones son el camino corto a las equivocaciones. En el Sector Agropecuario decimos sin dudarlo, que fuimos los más desafortunados de los sectores con la apertura de mercados. Lo decimos, lo aseguramos y lo repetimos. Casi que lo convertimos en verdad. Si nos detenemos un poco, vemos efectos negativos en otros sectores, los textiles y las maquilas, solo para citar un par de ejemplos. Pero … ¿todo el Sector Agropecuario?

Con solo darle una ojeada a este gráfico, nos damos cuenta que exportamos bastante más de lo que importamos.

Cuando los números se agregan, se visualiza el bosque y se esconden los árboles. A veces los economistas hablan de productos y no de productores, ¡PERSONAS!. Gente, algunos de los cuales hemos metido a una vida miserable y de angustia. Eso lo prueba la falta de relevo generacional y las lágrimas del campesino que pierde el terreno de una vida.

La agri-CULTURA es una forma de vivir. Con la apertura de mercados, se perturbó la vida del campesino. En algunos casos empeoró cuando se le compara con el pasado, en el que pertenecía a una clase social rural respetable y hasta envidiable. Empeoró en relación con quienes se han visto favorecidos en la nueva economía, con empleos bien pagados que desarrollan en ambientes más agradables. Otros fueron invitados de honor y mejoraron.

Definitivamente existe producción agropecuaria que no es viable en el país, otra se desempeña bien bajo las leyes del mercado y la competencia, y si, los vinculados a la canasta básica, que deben ser protegidos y ayudados, por ser producidos por pequeños y medianos agricultores. No está bien un solo rasero para todos, no se trata igual lo que es distinto.

La discusión está pendiente desde 1982. Como país, ya tenemos décadas de experiencia que debemos utilizar, revisar y ponernos de acuerdo en lo que queremos. La crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 nos permite hacer un alto en el camino, dejar el trajín y ese corre-corre que nos impide reflexionar.

Necesitamos un debate pausado, definir como sociedad, si queremos que la comida siga sujeta a los vaivenes del mercado, determinar el porcentaje del consumo que queremos producir en el país. Es necesario renovar el compromiso nacional con el Sector Agropecuario. Volver a construir una clase media rural, con salud, educación, bienestar material, esperanza en el futuro y respeto social.

La crisis sanitaria, causada por el COVID-19, afecta a mucho actor económico que vive hoy con miedo e incertidumbre. Pues bien, esa es la norma para el productor agropecuario. Ese productor que muchas veces no puede sacar la cosecha del portón de su finca. La producción agropecuaria es lúdica, donde la casa gana y el campesino SIEMPRE pierde [en el largo plazo], pues a pesar de algunos años regulares y otros hasta buenos, el promedio no les permite disfrutar de su trabajo.

A los problemas de mercado, se le agregan los problemas climáticos, las plagas y las enfermedades. Los aspectos financieros no son menos angustiantes.

El campesino vive como pobre y muere como rico. La plusvalía de su tierra, la disfrutan los herederos cuando venden su finca. Para demostrar lo dicho, una anécdota: el primer cerco de café del país, estaba a 100 metros al norte de la Catedral Metropolitana, en el cruce de la avenida Central con calle Cero, en el corazón de la ciudad de San José.

En algunos países, esos efectos se compensan con agricultura de precisión, semillas mejoradas, técnicas transgénicas, ambientes climatizados, drones, robots, agroquímicos con las últimas moléculas de la investigación, tecnología espacial, etcétera. Mucho es tecnología cara y solo aplicable si los precios lo soportan o los gobiernos le tienden la mano.

Por eso volvamos a la pregunta: ¿todo el Sector Agropecuario se vio afectado negativamente con la apertura del mercado o los TLC? Para buscar la respuesta es mejor seguir el método cartesiano. Dividir el todo en partes entendibles, por ejemplo:

  • ¿Cuáles son los problemas de la agricultura de exportación?
  • ¿Cuáles son los problemas con la importación de productos agropecuarios?
  • ¿Cuáles son los problemas de la producción nacional solo para mercado interno?
  • ¿Cuáles son los problemas de la producción nacional realizada por pequeños y medianos productores, destinados a la canasta básica?
  • ¿Cuáles son los problemas de la producción nacional para mercado interno y externo?

El ejercicio debe volver a realizarse una y otra vez, pues no es lo mismo lo que sucede con el cultivo de las papas que con el de las cebollas. La producción de frijol tiene sus propios problemas, que son distintos a los del arroz. Los desafíos que imponen los distintos mercados: Europa, EE. UU. o China, son diferentes.

Sin ese mapeo se generaliza y nos equivocamos.

Una vez claros los problemas y las políticas públicas, es necesario diseñar las herramientas de intervención. El entorno internacional impide el subsidio directo a la producción, pero no la investigación, la transferencia de tecnología, el mejoramiento de semillas, construcción de mercados (mayoristas y minoristas), el etiquetado, el valor agregado, la inteligencia de mercados, capacitaciones en gestión de negocios. También es una decisión posible repartir las ganancias en toda la agrocadena, para garantizar precios de sustentación a quien produce y un precio justo al consumidor.

SENASA y SEFITO, no solo sirven para: a) conquistar y mantener mercados exigentes, pero que pagan bien, b) filtrar las importaciones de plagas y enfermedades, y c) prevenir riesgos a la salud de las personas; el COVID-19 debería de servirnos para comprender que en las crisis sanitarias y fitosanitarias, se ocupa contar con las herramientas desde el primer segundo. Robustecer estos dos brazos ejecutores del Ministerio de Agricultura y Ganadería, debe ser una lección aprendida.

El CNP necesita volver a su rol, y ser garante de la seguridad alimentaria. Ya no con estancos y precios de sustentación, pero si en convertirse en el observatorio de la producción, exportación e importación. El país debe saber con antelación qué y cuánto producirá y cómo afectará una sequía o una inundación. Determinar los avíos (costos de producción), para saber si los precios de compra al productor son adecuados.

Todos tenemos que saber que si por una “infracción” o incumplimiento en el orden sanitario, se puede parar la exportación de carne, el precio se baja tanto que el productor no podrá comprar ni el alambre de púas.

Matar a la “Gallina de los Huevos de Oro”, sería un mal negocio en el largo plazo. Se requiere que los grupos vulnerables puedan pagar por sus alimentos a un precio que no mate al productor.

Hagamos el debate, sin sesgos, no son las exportaciones versus las importaciones, tampoco los grandes contra los pequeños. Entremos a la polémica con datos, sin generalizar. Discutamos para llegar a acuerdos. Sepultemos a los “Chivos Expiatorios” y saquemos nuestra inteligencia y nuestras propuestas. Si las crisis sacan lo mejor del ser humano, que el COVID-19, nos deje un Sector Agropecuario mejorado, con una clase rural envidiable y próspera.

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