Einstein: Socialismo y gandhismo

Francisco Fernández Buey (El Viejo Topo)

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La comparación de las intervenciones públicas de Einstein al término de la segunda guerra mundial (en particular los artículos aparecidos en Atlantic Monthly y su réplica a los científicos soviéticos) con su célebre ensayo de 1949 sobre el socialismo, publicado en Monthly Review, y con lo que escribió en manifiestos, cartas y aforismos de los años siguientes sugiere continuidad, desde luego, pero también radicalización en la crítica al poder desnudo y en la afirmación de la necesidad de hacer algo a favor de una alternativa. Mientras tanto, a finales de 1948 se le había descubierto un aneurisma en la aorta abdominal por lo que tuvo que estar varias semanas en un hospital. Tal vez eso explica que llama a sus notas autobiográficas, escritas poco después, “una necrología”. En cualquier caso, en 1950 Einstein sabía que le quedaban pocas fuerzas e hizo testamento. Nombró albacea a Otto Nathan y a éste y a su secretaria, Helen Dukas, administradores de sus bienes. En 1951 la muerte de su hermana Maja, con la que había vuelto a vivir desde 1939, ensombreció su carácter un poco más. Salía poco de casa y apenas aparecía ya en actos públicos. Pero siguió prestando su nombre y su palabra en las ocasiones en que creyó oportuno dar su opinión; y siguió comunicándose con numerosos corresponsales tanto norteamericanos como europeos.

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Si hubiera que subrayar los tres rasgos principales que configuran la reflexión político-moral de Einstein en sus últimos años, además de su insistencia en la necesidad de un gobierno mundial, seguramente habría que tomar en consideración estos: la defensa del socialismo como alternativa a la anarquía económica de la sociedad capitalista; la reiteración de las formas de lucha gandhianas para resistir al poder desnudo; y la afirmación de la necesidad de una cultura ética para garantizar la supervivencia de la especie humana en la era nuclear. En lo que hace al primer punto su intervención de más entidad fue, como se ha dicho ya, el ensayo de 1949 para Monthly Review titulado “¿Por qué el socialismo?” Aquella fue, además, una de las pocas ocasiones en que Einstein se ocupó de temas económico-sociales con alguna extensión.

Aunque estaba escribiendo para una revista marxista hecha mayormente por economistas, Einstein iniciaba su artículo, curiosamente, tratando de captar la benevolencia de un lector que con seguridad esperaba mucho del análisis económico. Por eso se pregunta Einstein en ese contexto si es aconsejable que una persona como él, inexperta en asuntos económicos y sociales, dé su opinión acerca del socialismo. No sólo contesta que sí a la pregunta, sino que enseguida pasa al ataque. Dice que la economía no es una ciencia como la astronomía; que la economía opera con un método distinto porque, como disciplina social, tiene que hacer frente a muchas variables interrelacionadas; y añade que una ciencia así tiene poco que decir sobre el socialismo del futuro. Aduce, al decir esto, dos razones que hubiera suscrito el Marx de la crítica a la economía política. Primera: que la economía ha nacido en la fase todavía depredadora del desarrollo humano, mientras que el socialismo lo que pretende es precisamente superar esa fase. Y segunda: que, justamente por ser ciencia, la economía no puede crear fines ni inculcarlos en los humanos.

Ya esto le permite plantear la cosa, sin inhibiciones, en términos que no son propiamente económicos, sino más bien filosóficoantropológicos. Se inspira para esto en el punto de vista institucionalista de Veblen. Argumenta Einstein que el ser humano es al mismo tiempo una criatura solitaria y un ser social y que tener en cuenta esta duplicidad es importante para abordar el asunto del socialismo. Pero en ese contexto seguramente una de las cosas que llaman la atención del lector es una afirmación que sólo dos años antes había rechazado, por exagerada, en la polémica que mantuvo con los científicos soviéticos, a saber: que la anarquía económica propia de la sociedad capitalista de la época es la fuente de todos los males. Este aserto resume un diagnóstico de la sociedad capitalista del momento, a partir del cual Einstein reproduce las críticas al capitalismo que han sido habituales en la tradición socialista: las consecuencias negativas de la concentración de capitales y de la existencia de los monopolios, la imposibilidad de lograr el pleno empleo en este sistema, la constante obstaculización de la defensa de los intereses de los trabajadores, el fomento de una cultura individualista orientada por la competitividad y por la búsqueda del éxito individual, etc.

Si el diagnóstico es mucho más crítico de la anarquía capitalista que el que había hecho al comienzo de los años treinta, su alternativa es también más radical. En este caso no se trata ya de introducir algunas correcciones a lo que se suele llamar libertad de mercado, sino que propone abiertamente el establecimiento de una economía socialista. Einstein, que había iniciado su argumentación en ese artículo con una declaración de modestia acerca de sus conocimientos de economía, no entra, claro está, en detalles sobre tal economía socialista. Pero sí expresa dos restricciones a las que había hecho referencia ya en otros escritos suyos: que la economía socialista debe ir acompañada por un sistema educativo orientado hacia objetivos sociales; y que hay que evitar los peligros que conllevan la planificación burocrática y la centralización del poder político. El supuesto de ambas restricciones es, desde luego, el respeto a los derechos individuales de la persona. Aunque concluye interrogativamente, con preguntas acerca de la protección de los derechos del individuo, ya antes de llegar al final había dicho Einstein lo esencial: “Hay que recordar que una economía planificada no es todavía el socialismo. Una economía planificada podría ir unida a la esclavización completa de la persona”.

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Einstein con el poeta y filósofo bengalí Rabindranath Tagore

Para exponer con ecuanimidad el punto de vista del último Einstein sobre el socialismo hay que tener en cuenta que un año después, en 1950, todavía añadiría otra restricción a esas dos. Después de declarar que estaba convencido de la necesidad del socialismo, escribía: “No creo que el socialismo pueda resolver el problema de la seguridad internacional. Al contrario. El socialismo aumenta la concentración del poder político. Además, en cuanto al problema de la paz creo que en los círculos socialistas existe a veces un optimismo que a mí me parece totalmente infundado”. Esto lleva ya al segundo asunto, el de la renovación del pacifismo. Como al final de los años veinte también ahora, a medida que la perspectiva de un acuerdo internacional sobre desarme y control de armamentos y la perspectiva de un gobierno mundial se fueron alejando del horizonte, Einstein radicalizó su punto de vista pacifista.

En sus intervenciones posteriores a 1950 el tema del gobierno mundial, aunque reaparece intermitentemente, pasa a segundo plano. En esta inflexión posiblemente influyó el hecho de que el mismo comité de los científicos atómicos que en un principio había aceptado el punto de vista de Einstein sobre el gobierno mundial acabó dividido en ese punto. Además, la situación internacional había desembocado ya en una crisis que hacía ilusorio seguir proponiendo a la administración norteamericana una iniciativa supranacional de aquel tipo. El Joint Outline War Plan de los Estados Unidos para los años 1948-1949, esto es, antes de que la Unión Soviética contara con armas atómicas, preveía ya un bombardeo atómico de setenta ciudades enclavadas en territorio de la URSS. A finales de 1949 el gobierno norteamericano había decidido no sólo aumentar la fabricación de bombas atómicas sino además desarrollar bombas de hidrógeno, a pesar de la opinión contraria de una parte del General Advisory Committee que entendía en los asuntos relacionados con dicha energía. La oposición de algunos científicos, como, por ejemplo, Enrico Fermi, e incluso de administradores que procedían del Proyecto Manhattan, como Robert Oppenheimer, volvió a sacar a la luz pública el tema del destino trágico de los físicos. Ellos y los científicos en general fueron los últimos interlocutores de Einstein, los destinatarios de un discurso que fue acentuando cada vez más la importancia de los factores psicológicos, el papel de la subjetividad y la urgencia de una cultura de la paz. Tal es el marco de la recuperación del gandhismo por Einstein.

Ya en 1939 con ocasión del sexagésimo aniversario del líder hindú, Einstein había escrito un elogio del mismo en el que se advierten las viejas convicciones que siempre le acompañaron: el recelo ante todo tipo de autoridad no basada en la moral y la oposición a la alta política tecnológicamente orientada. Aquel elogio de Gandhi terminaba con estas palabras: “Puede que las futuras generaciones no sean capaces de creer que un hombre como éste se paseó alguna vez por esta tierra en carne y hueso”. En enero de 1948, al enterarse del asesinato de Gandhi, escribió que había sido el único estadista que representaba en la esfera de la política aquella concepción superior de las relaciones humanas a que debemos aspirar con todas nuestras fuerzas. En años siguientes él hizo todo lo posible para que el ideario gandhiano llegara a las generaciones por venir.

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Efectivamente, el gandhismo sería desde 1950 una constante en la reflexión político-moral de Einstein. Está presente en una entrevista radiofónica concedida a principios de ese mismo año sobre la lucha por la paz, y en una declaración, en junio, en la que dice que de todos los políticos de la época Gandhi es el hombre que ha tenido las ideas más elevadas. En esta declaración añadía: “Tendríamos que esforzarnos por actuar de acuerdo con su espíritu, no utilizar la violencia en defensa de nuestra causa y negarnos a participar en todo lo que consideramos malo y perjudicial”. Aunque en esos meses de 1950 Einstein ha expresado a un corresponsal su duda de que la huelga de hambre pudiera cuajar entre el público norteamericano como método de resistencia, siguió defendiendo las ideas de Gandhi. Vuelve a mencionar su nombre en 1951 en relación con el tipo de reforma moral, cultural y educativa que consideraba necesaria. En 1952, en una carta al pacifista Jacques Hadamard, Einstein relaciona el gandhismo con el viejo principio médico: No hacer daño; y durante aquel mismo año escribe que considera a Gandhi como “la única figura política verdaderamente grande de nuestro tiempo”. Ya en 1953 Einstein proponía el gandhismo como método prioritario de actuación para resistir a las brutalidades del macartismo. Por último, en 1954, presentaba el gandhismo como la mejor forma de concretar el derecho de los hombres a no-cooperar con un estado, el norteamericano, cuyas actuaciones, en el ámbito de la política exterior, estaban poniendo en peligro la pervivencia de la especie y, en el de la política interior, la dignidad de la persona.

La afirmación de lo que él llamaba el método revolucionario de la no-cooperación en el sentido gandhiano se puede considerar como la herencia última del pensamiento político-moral de Albert Einstein. Lejos ya de la idea según la cual al poder sólo puede oponerse el poder, el Einstein septuagenario subraya sobre todo aquellos excepcionales ejemplos históricos en los que la moralidad, la voluntad de resistencia y la solidez de convicciones de los individuos y de los pueblos han sido más fuertes que los poderes materiales establecidos. El tono de estos últimos escritos recuerda el de alguno de sus discursos a los jóvenes pacifistas alemanes de la época prenazi; objeción de conciencia, no-cooperación y desobediencia civil volvían a ser los temas más repetidos. El último combate de Einstein contra los procedimientos inquisitoriales del macartismo no fue sólo denuncia de la transgresión de los derechos del hombre en un momento malo; fue también una negativa a la utilización jurídico-formal, por parte de los sometidos a investigación, de ciertas cláusulas de la Constitución norteamericana, una negativa al arreglo, al compromiso con el poder. ”Esta negativa”, dijo, “no debe basarse en el conocido subterfugio de la enmienda quinta de la Constitución, sino en la consideración de que es vergonzoso para un ciudadano sin tacha someterse a ese procedimiento inquisitorial porque ese procedimiento viola el espíritu de la Constitución”.

La principal preocupación de Einstein, en lo que hace a estos temas, durante sus últimos años remite a la pregunta sobre cuál es la forma mas adecuada y efectiva de actuación ciudadana para una minoría crítica, sin representación política, que acepta en lo esencial las reglas del juego de la democracia representativa y defiende incondicionalmente los derechos humanos, pero que al mismo tiempo es consciente de la manipulación de hecho de dichas reglas y derechos en beneficio de intereses económicos y militares oligárquicos. Al descartar la violencia organizada por motivos morales, a Einstein le quedaba el recurso a la desobediencia civil. Se carteó con algunos jóvenes que la practicaban, los defendió y expresó su admiración por su valor moral. Pero al llegar a ese punto todavía son necesarias un par de precisiones.

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Albert Einstein y Leo Szilard con la carta dirigida al presidente Roosevelt

Primera: Einstein no se planteó la pregunta sobre los métodos de actuación en su sentido más general, sino casi siempre en relación directa con la situación existente durante aquellos años en los Estados Unidos de Norteamérica. No era asunto ni intención suyos elaborar una teoría política de la resistencia y de la supervivencia en la era nuclear. De ahí que tampoco pretendiera presentar el gandhismo como la única forma de actuación político-moral en cualquier estado donde reinara el despotismo. Sobre este punto siguió pensado que hay que distinguir en función de las circunstancias y siguió defendiendo la actitud que él mismo había mantenido desde el ascenso de Hitler al poder.

Segunda: incluso cuando, en relación con los científicos contrarios a las armas nucleares, Einstein se sumó al movimiento de resistencia frente a la manipulación de las comunidades científicas por los gobiernos, lo que estaba esbozando era algo muy laxo desde el punto de vista organizativo y muy abierto desde el punto de vista político, esto es, un grupo internacional de presión cuyo centro de interés sería la crítica de las políticas científico- tecnológicas imperantes. En esa propuesta puede verse, sin duda, uno de los orígenes de la orientación cosmopolita o mundialista de algunas de las asociaciones no gubernamentales de científicos y expertos de las décadas que siguieron, señaladamente la que representó el movimiento Pugwash. Pero, dado el carácter laxo y muy abierto de este movimiento, sería una exageración valorar la propuesta de Einstein como una alternativa a las organizaciones anticapitalistas e internacionalistas entonces existentes. Más razonable es valorarla como un complemento propio de la época de la autocrítica de la ciencia, como una iniciativa que enlaza con otras tradiciones liberadoras, reforzando su fundamento moral y llamando su atención respecto de problemas nuevos e insoslayables.

Fuente: Capítulo del libro de Francisco Fernández Buey Albert Einstein. Ciencia y conciencia. Tomado de Resumen Latinoamericano.

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