Jorge Zavaleta Balarezo (especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Desde hace más de cuatro décadas, Clint Eastwood se dedica a filmar una película por año, o incluso dobla la cifra, con una versatilidad, un entusiasmo y un talento que lo emparentan con esos grandes maestros del Hollywood clásico como John Ford, Billy Wilder, William Wyler, o Howard Hawks, por citar sólo algunos referentes ineludibles.
Esta vez, al poco tiempo de haber llevado a la pantalla “Jersey Boys”, en base al musical de Broadway que narró las peripecias de Frankie Valli y The Four Seasons, un popular grupo de los años 60s, Eastwood retorna con una faceta distinta, aunque no nueva en su filmografía. En “El francotirador” (“American Sniper”), durante más de dos horas, cuenta la acción en el frente de guerra, Irak, de Chris Kyle, un miembro del cuerpo más especializado de las fuerzas armadas norteamericanas, encarnado por Bradley Cooper, un actor que ha ido ascendiendo en protagonismo gracias a papeles que le permiten mostrar sus cualidades que, aún limitadas, pueden llevarlo a un mejor puerto en siguientes apariciones.
“El francotirador” sorprendió ya con sus seis nominaciones al Oscar, incluyendo el apartado de “Mejor película”, y ha despertado una gran polémica mundial (que se puede seguir no sólo en las críticas de cine, las columnas de espectáculo de los diarios, sino en las páginas de opinión, como puede leerse esta semana en The New York Times y El País), por presentar al protagonista, el hombre que aniquiló a más de 150 enemigos iraquíes con una presunta aura de héroe. ¿Es el personaje representado por Cooper un persistente ejecutor, un verdugo capaz de asesinar a un niño que porta un proyectil, como se ve al inicio del film, o sólo un psicópata, alguien que está disociado totalmente del mundo real, un individuo a quien el frente de guerra ha transtornado al punto que no es consciente que tiene una esposa embarazada, luego dos hijos, y finalmente regresa, por cuarta vez al escenario de batalla, casi obsesionado con el cumplimiento del deber?
Ya al comienzo de la semana pasada, Michael Moore, el polémico documentalista, autor de “Bowling for Columbine” y “Sicko”, entre otras, había llamado “cobardes” a quienes cumplían un rol como el de Cooper en la cinta de Eastwood. Y es que, más allá de la ficción que toda obra artística invoca, en esta se recrea tan puntillosamente una versión de la realidad -los enemigos son los “otros”, los iraquíes, y el poder lo tenemos “nosotros”, los norteamericanos- que resulta ineludible plantear la cuestión ética, como un deber, como un tema que se desprende tras la proyección del filme. El soldado encarnado por Bradley Cooper, de retorno al hogar, es atacado por sus propios miedos y fantasmas, por un shock post traumático que lo lleva a alucinar y a evadir a su propia familia. Su esposa (la actriz Sienna Miller, muy convincente) no logra comprenderlo aunque es lo que más quisiera lograr en este mundo.
Así, la película de Eastwood se va decantando hacia una polémica muy actual, reactualiza otros testimonios sobre la invasión a Irak o la posterior permanencia de fuerzas norteamericanas en ese país, pero también en Afganistán, y la lucha emprendida contra Al Qaeda y el terrorismo árabe. Ya en “The Hurt Locker”, ganadora del Oscar en 2010, y en “La noche más oscura”, la cineasta Kathryn Bigelow mostró con cuánta libertad puede actuar el ejército de Estados Unidos cuándo y cómo le plazca, sin tener que pedir ninguna autorización para ocupar un territorio siquiera por unos días, con tal de cumplir su cometido.
Conocido por su filiación republicana, Eastwood ha realizado más bien películas de amplia dimensión humana, incluso de una belleza casi poética, como “Los puentes de Madison”, “Million Dollar Baby” o “Cartas de Iwo Jima”. Es cierto que también tuvo en sus manos un filme menor, “Heartbreak Ridges” (1986), sobre la invasión a Grenada, donde se dejó ganar por ciertos ímpetus imperialistas.
La polémica sigue abierta y encendiendo pasiones. Una guerra nunca es justa ni justificable. Pero de muchas guerras está hecha la historia del mundo. Clint Eastwood, más que vendernos la idea del patriota que se sacrifica en nombre del imperio, razón por la cual este militar es admirado masivamente, convirtiéndose al final en una construcción de los medios, nos invita a reflexionar sobre esos actos horrendos y violentos que precisamente muestra “El francotirador” y que, en determinado momento, parecen disolverse, como borrándose tras un tiroteo suicida en una inmensa cortina de humo, que colma el encuadre y nos deja la sensación de que aún no ha llegado la hora para que se imponga la verdadera justicia.