Especial para Cambio Político
Misión: Bar Astro Boy Dónde: Cinco Esquinas de Tibás (ver mapa) |
Finalmente el Go Yi se mudó para un local más amplio y el prospecto de un barrio japonés en el imaginario de este Cronista se fue al carajo. Pero todavía queda el Astro Boy así que uno de los patrulleros con gran sacrificio procedió a satisfacer su curiosidad y encontró que en efecto las bondades del lugar ameritaban una visita del venerable órgano colegiado en pleno.
El día de la solemne evaluación, no obstante, surgió un nefasto imponderable, pues ya habiéndose instalado el grupo de avanzada y prestos a saciar sus ávidos estómagos, se les dio la noticia de que ese día no había cocinera, ergo, no había bocas. Curiosa circunstancia, luego de tantos hectolitros viajados por la Patrulla, primera vez que se encontraban un lugar que abría sin contar con su principal activo y no ofrecer nada de comida. Es que ni en aquel famoso lugar que sólo había albóndigas, ya hasta la arisca salonera conmovida había sugerido abrir una lata de atún.
Pero nuestros patrulleros no se iban a dejar amendrentar y de nuevo volvieron a ejecutar su noble misión, la cual finalmente coronaron con éxito. A todo esto, la ubicación exacta del Astro Boy es del llamado túnel de Cinco Esquinas, dos cuadras al este, por la ruta que hace de sucedáneo de sección norte de la carretera de circunvalación. Para ser más precisos, jurisdiccionalmente se encuentra en el extremo oeste del distrito de Calle Blancos, en el vecindario de San Gabriel Sur.
El interior del Astro Boy es de esos que ni el más concienzudo decorador lograría reproducir, producto de quién sabe cuántas remodelaciones a medias. La barra tiene una forma indescifrable como de “V” con las alas extendidas, lo que deja espacio para unas pocas mesas de esas que han aguantado de todo. Detrás de la barra hay un montón de botellas polvorientas que honran a marcas de licor descontinuadas y destaca un vetusto reloj con la figura de Astro Boy y la S del Sapri.
El menú muestra una extraña tendencia a tener platos mexicanos que resultaron estar todos muy buenos. La sopa azteca es grande, bien gustosa, la sirven con aguacate, pollo, natilla y tortillas tostadas que se mantienen de verdad tostaditas. La carne mexicana posee apenas un toque de picante y tiene un sabroso gusto dulce, también muy buena. El taco de carne es gigantesco (aunque parte de la impresión se debe a una cantidad enorme de zacate), lo hacen con tortilla de trigo y la abundante carne repetía los méritos del plato anterior. Ya con un menú más criollo, la que rompió todas las marcas en cuanto a tamaño en toda la historia de la Patrulla es la olla de carne, por sólo 2400 colones trajeron un desayuno, almuerzo y cena completos, que incluía medio chayote, zanahoria, elote, yuca, plátano verde, buen arroz y dos enormes tucos de carne, además de lo enorme estaba muy bien de sabor. Pero lo méritos no se repitieron con la torta de carne, la cual aparte de muy delgada estaba excesivamente llena de “olores”, un mal de la cocina tica que creen que atiborrando la comida de condimentos va a saber mejor. Igual pecado cometió el ceviche, que más bien parecía un coctel de culantro con chile dulce, además el tiburcio con que lo hicieron estaba duro con ganas. El chorizo estaba muy bueno, tostadito y lo sirven en una abundante ración con tres trozos, en este caso el Ilustrador no se aguantó el hambre y se acordó de tomar la foto cuando ya se había devorado uno, por lo que preferimos no presentarla. La sustancia del profe tenía un caldo de buen sabor pero la carne estaba tan dura como la del ceviche. Afortunadamente la costilla Astro Boy sirvió para salvar el buen nombre de la casa, otro plato de enorme tamaño y excelente sabor. El chifrijo cachete lleno también cosechó méritos, buen chicharrón en buena cantidad y unos deliciosos frijolitos tiernos. Hasta una ensalada hay en el menú, pero la Patrulla no llega a esos grados de violencia.
Los indiscretos patrulleros le preguntaron al dueño sobre el origen del curioso nombre, el cual no tenía mayor ciencia, pues en la década de 1960 cuando estaba de moda la serie que inició la moda del manga, un grupo de carajillos del barrio hizo un equipo de fútbol y le pusieron Astro Boy. No sean mal pensados, no es que los güilas eran parroquianos del bar, aunque de fijo, cuando crecieron terminaron engrosando su clientela. Aunque terminado el festín, resulta que no aparecía la salonera, no era tan tarde pero igual nunca apareció, hubo que pagarle al dueño. Extraño lugar en donde se desaparece el personal.
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