El precio de un aroma
Tiempo atrás, existía en Marrakech1 un barrio en el que sólo habitaban judíos. Era el mellah, una zona amurallada muy próxima al palacio del rey de Marruecos, quien se encargaba de proteger a las gentes del barrio. Durante el día, los judíos podían salir libremente de la mellah para comprar, hacer negocios o visitar a familiares y amigos. En cambio, cuando llegaba la noche, las puertas del barrio se cerraban, y ya nadie podía acceder a su interior ni abandonarlo. Unos guardias vigilaban las murallas hasta que salía el sol para guardar de todo mal a los habitantes de la mellah.
En aquel barrio vivía un niño pobre llamado Aarón. Todos los días al salir de la escuela, Aarón abandonaba la mellah y daba una vuelta por la ciudad. Cuando pasaba por la puerta del barrio, siempre tocaba el arco pintado de verde y mencionaba el nombre del rabino Mordechai Ben Attar2. En realidad, no sabía por qué lo hacía: se limitaba a seguir una costumbre que había observado en sus padres. A continuación, Aarón bajaba por su calle favorita de Marrakech, una calle llena de panaderías donde se vendían todo tipo de dulces y pastelillos que no se veían jamás en las pobres tiendas de la mellah. Cada vez que se acercaba a una panadería, a Aarón se le iban los ojos tras los panes recién horneados , los pastelillos de canela y las galletitas de coco. «¡Qué lástima no tener dinero!», se lamentaba. Como nunca llevaba encima más de dos o tres dírhams3, no podía comprar nada, ni siquiera un pequeño panecillo. Aarón se conformaba, pues, con situarse frente a la panadería y olisquear el delicioso aroma que salía de la tienda. Entonces, la boca se le hacía agua, y su estómago se quejaba tímidamente. Y al final, claro, Aarón se volvía a casa en ayunas4.
Un día, mientras Aarón husmeaba el aroma del pan, salió de la panadería un hombre con cara de pocos amigos. Era el panadero. Estaba de lo más irritado, y le dijo a Aarón:
—¡Niño, lárgate de aquí, que me estás robando!
—¡Pero si no he tocado nada! —se defendió Aarón—. ¡Lo único que hago es oler!
—¡Por eso mismo! ¡Te estás llevando el aroma de mis pastas! ¡Con todo lo que has olisqueado, me debes un dineral, así que tendrás que pagarme ahora mismo!
—¡Pero, señor, yo no tengo dinero…!
—¡Eres un granuja! —replicó el panadero—. Ahora mismo voy a llevarte ante el hakham para que te obligue a pagar.
Los judíos de Marruecos llamaban hakham al rabino que ejercía de juez cuando había un problema. El panadero, pues, llevó a Aarón ante el hakham y, en cuanto lo tuvo delante, le contó con genio muy vivo la razón de su visita.
—¡Este chiquillo leva días robándome el olor de mis pastas! —explicó—. ¡Aspira con tanta fuerza que les roba todo el aroma! ¡Exijo que me pague por todo lo que me ha robado!
El hakham miró a Aarón y le preguntó:
—¿Tienes algo que decir en tu defensa?
Aarón temblaba de miedo. Era la primera vez que se veía en un juicio. Siempre había sido muy buen chico, tal y como le habían enseñado sus padres. Comprendió, en todo caso, que tenía que defenderse por sí mismo y, antes de hablar, levantó las manos mirando al cielo y le pidió al rabino Mordechai Ben Attar que le ayudara a encontrar las palabras adecuadas.
—Lo que el panadero dice es verdad —reconoció Aarón—. Todos los días me paso un rato delante de su tienda, aspirando el aroma de los panes y las pastas. Me encantaría comprarle algo, pero, como no tengo dinero, me conformo con oler.
—¿No tienes dinero? —dijo el hakham.
—Nada más que tres dírhams —puntualizó Aarón.
De repente, el hakham rompió a reír. Sacó una pequeña bolsa de terciopelo y le dijo a Aarón:
—Mete tus tres dírhams en esta bolsa, y luego agítala.
El chico hizo lo que el hakham le pedía. Sus manos temblaban tanto a causa del miedo que no tuvo que esforzarse mucho para agitar la bolsa. En el interior, las tres pequeñas monedas tintinearon como un cascabel. Entonces el hakham le dijo al panadero:
—Supongo que ya estás satisfecho.
El panadero se quedó de lo más sorprendido.
—¿Que ya estoy satisfecho? —exclamó—. ¡Pero si el muchacho no me ha pagado lo que me debe!
El hakham volvió a reír y respondió:
—¿Es que no has oído cómo tintineaban los tres dírhams? El sonido de las monedas es el precio justo por el aroma de tus pastas. El sentido del oído a cambio del sentido del olfato. ¡No dirás que es una sentencia sin sentido…!
Y con este juego de palabras, el hakham dio por cerrado el caso.
Peninnah Schram
El rey de los mendigos y otros cuentos hebreos
Barcelona, Editorial VICENS VIVES, 2012
1. Marrakech es una de las ciudades más importantes de Marruecos.
2. Los judíos llaman rabino al sabio que enseña los textos sagrados y orienta a la comunidad en cuestiones espirituales. En concreto, el rabino Mordechai Ben Attar vivió en el siglo XVIII. Además de ser un hombre sabio que daba siempre buenos consejos, se le atribuyeron varios milagros. Se dice que su bastón está enterrado bajo el muro de la mellah de Marrakech, junto a la puerta de entrada al barrio, así que la gente que pasa por el lugar suele tocar la puerta y mencionar el nombre del rabino para atraerse su protección.
3. dírham: moneda usada en varios países árabes.
4. en ayunas: sin haber comido nada.
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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