La Patrulla Internacional de Bares: ¡Izakaya! (Bar Wara Wara de Hakozaki)

Patrulla de Bares Especial para Cambio Político

Misión: Bar Wara Wara de Hakozaki
Dónde: Tokio, Japón (ver mapa)

Wara Wara

Damas y caballeros siéntense y relájense, que hoy vamos a darnos un viajecito al Wara Wara de Hakozaki. Si es por las señas, no es difícil llegar: diríjanse a la Liga, y antes de llegar al pueblo doblan a mano izquierda y se meten en el aeropuerto, pregunten cuál avión sale para alguna gran ciudad gringa y lo abordan, una vez allá vuelven a preguntar cuál sigue hasta Tokio y lo vuelven a abordar (el que boca tiene a Roma va), cuando llegan al aeropuerto de Tokio compran un tiquete para unos autobuses que se llaman “airport limousine”, que después de una hora de viaje los dejan en un lugar llamado Tokio City Air Terminal (TCAT), más conocido por sus abreviatura “tikatto” (es un poco difícil explicar cómo los japoneses llegan a esta palabra, digamos que es una japonización de los sonidos extranjeros, algo así como pasa con nuestro famoso “gordon blu”), bueno, siguiendo con las señas, a la salida de la TCAT agarran hacia el sur por la calle Minato bashi (es muy fácil reconocerla, es la que pasa por debajo del cruce de carretera de cuatro niveles, ver foto), se caminan trescientos metros, se cruza un puentecito, se dobla a mano derecha, y a la vuelta de la esquina se mete uno en el primer edificio que hay, que es un edificio de oficinas, pero se monta uno en el ascensor, pone el segundo piso y cuando se abre la puerta de una vez entra uno a una cantina. ¿Ven qué fácil es llegar?

 
Ahora vamos a la doctrina: zakaya significa en japonés tienda de sake, así que no es muy difícil imaginar que es lo que va la gente a hacer a un izakaya. Pero no os equivoquéis, no sólo se va libar licor, en realidad el pegue de estos lugares es la comida, que con relación a los precios japoneses es ridículamente barato, para que se den una idea, hasta algunas cosas salen más baratas que los precios de Costa Rica, lástima que la birra no, cuesta unas 3000 cañas la jarra, pero bueno, si se hizo uno el gastillo para llegar hasta allá no se va andar en miserias. Bueno, el asunto es que en los últimos años algunos izakayas se han vuelto famosos no sólo por lo baratos, sino por la calidad de su comida (¿a qué les recuerda esto?), así que esto explica la presencia de este Cronista en tan lejanas comarcas, en fiel ejecución de su noble oficio.

Cuando uno viaja a Japón hay algunos detalles poco trascendentes que hay que considerar, uno de ellos es el idioma, digamos que para ganar tiempo no es necesario estudiarlo. Entonces, aparte de aprender a decir la importante expresión ippon biru o kudasai (una botella de cerveza por favor), no hace falta nada más. Entonces lo que hay que hacer es ir a los lugares caritativos en donde hay menú con fotos, señalar lo que uno quiere y luego con los dedos decir la cantidad. En el caso de Wara Wara son aún más piadosos, y hasta tiene traducciones al inglés de algunos platos, aunque si uno no habla esta lengua se queda en lo mismo. Para obviar estas circunstancias, este Cronista fue más práctico y le pidió ayuda a una vieja amiga para que sirviera de baquiana local, para ser francos, sin alguien que hable japonés la velada bien se puede convertir en tragedia.

El Wara Wara tiene una decoración al estilo tradicional, y aunque estábamos dentro de un edificio de oficinas de varios pisos, las paredes forradas y el mobiliario en madera le dan un aire totalmente rural. Los saloneros andan vestidos en yukatas, un kimono ligero de algodón y sandalias, pero todo este ambiente campestre se va al carajo cuando uno ordena y sacan una computadorcita con pantalla táctil y le manda el pedido inalámbricamente al cocinero.

Pero vamos a la comida. Comenzamos con un tori momokushi, en cristiano un muslo de pollo, pero no se van a esperar una vulgar fritanga, la carne viene deshuesada y en un pincho, cocinada al estilo teriyaki y además de sabrosa se deshace en la boca. Este Cronista se comienza a dar cuenta que está ascendiendo a dimensiones celestiales. El segundo pincho es un toroto tamago no, huevos envueltos en cerdo, vamos a cómo se puede describir, imagínense un huevo duro (por la forma) que en realidad es huevo frito, porque el huevo frito lo cocinan de no sé qué manera que queda como una albóndiga, pero con la yema fresca y eso además envuelto en carne de cerdo, es algo sencillamente exquisito, y este Cronista no hacía sino agradecer su suerte bendita. Luego vino un guda makinshi kushi, otro pincho, pero este exclusivamente de chancho, también se deshacía en la boca. No resultó tan espectacular el chiizu tsukume no beekon maki, ese sí me lo sabía por el cheese y el bacon, son como una especie de rolitos de queso con tocineta, pero igual estaban bien ricos. Lo que sí llevó a este cronista a dimensiones siderales fue la toufu rasana, en cristiano una lasaña de tofu, supuestamente una idea que no cuesta imaginarse pero cuyo resultado ha sido una de las comidas más apetitosas que este Cronista ha degustado en su larga y sacrificada carrera, la lasaña estaba obviamente bien provista de queso gratinado y una salsa blanca deliciosa (¡quiero volver!). Pero no todo en la vida es bueno, a esto le siguió un kari kari yakono yaki onigiri, cuya traducción inglesa decía que era una albóndiga de arroz tostado con ciruelas marinadas y alevines de sardina, o sea, un sabor bastante fuerte, muy violento para el gusto del cronista. Y lo feo fue comérselo delante de mi anfitriona sin arrugar la cara, después de haber piropeado tanto los platos precedentes. Para evitar tragedias se volvió a ordenar algo con pinta conocida y llegaron unos men taiko, pastelitos de masa de arroz fritos con queso adentro, que por cierto combinan de manera perfecta con la cerveza. Luego se ordenó una saku poteeto no tomato gariku pisa, ojas que ya van aprendiendo japonés, en efecto, una pizza con papa y tomate, ¿a quién sino a un japonés se la va a ocurrir una pizza de papa? Estaba buenísima. Y ya para el cierre, sólo para satisfacer la gula aisupaisu nankites age, unos cartílagos de pollo frito, super llenos es especias, feliz cierre con broche de oro.

El precio de estas viandas oscila entre unos 1500 y 3000 colones cada uno. Al final la cuenta para este opíparo festín, licor incluido, salió en el equivalente de unos 15 mil colones por persona, de verdad que hay lugares en Chepe que salen mucho más caros, si obviamos el detallillo de las veinte horas en avión.

Y ahora, para que se les caigan las babas, aquí vienen las fotos:

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