Nuestros campesinos, las «camisas blancas», como los llamaba don Ricardo Jiménez, tenían fe en el Doctor Barrionuevo.
En una oportunidad, estaba tratando a una hija de un ricachón de esos improvisados, cuyo nombre nos reservamos; un señor que por ser dueño de una fortuna se imagina que es amo y señor de Costa Rica. La damita padecía de una dolencia grave.
Una de las mañanas, el Doctor Barrionuevo, al llegar a la casa, antes de entrar a visitarla en su cuarto, se tropezó con el padre y le pregunta:
—»¿Qué temperatura tiene hoy la niña? La respuesta no se hizo esperar:
—»Cuarenta y cinco grados. ¡Estoy alarmadísimo !…»
El médico, sin poder reprimir un gesto de espanto, le responde:
—»¿Pero qué está diciendo usted, amigo?».
Entonces, el buen señor, el de la plata, le replica al instante:
«Sí, Doctor Barrionuevo, EL TERMOMETRO HA MARRADO 37-8°»…
(¡¡¡Pero es que yo sé sumar!!!).