Freddy Miranda Castro

Llamé a mi amiga Cecilia Bolaños, eminente cirujana ya retirada, que en aquellos momentos ejercía como Fiscal del Colegio de Médicos y Cirujanos. Ella me recomendó un insigne internista de la Clínica Católica. Me fui para allá, me envió una serie de exámenes. Entre otros con un cardiólogo que me hizo un ultrasonido muy detallado y me mostró que la lesión de mi infarto es casi imperceptible, porque tuve la suerte de que me diera en el hospital de Heredia donde me atendieron a la velocidad de la luz y me salvaron la vida. El corazón no era la fuente del desconsuelo en el cuerpo.
Más exámenes y en general bien, salvo el tema del peso y la circunferencia de la barriga. No fumo, no tomo licor salvo en pequeñas cantidades y en ocasiones especiales. No soy adicto al sexo. Pero si al café, la comida y los libros. Y esas tres adicciones juntas son medio mortales, porque tienden a acumular kilos.
Después de tanto examen y chequeos, el eminente médico concluyó que todos mis síntomas le hacían pensar que lo que tenía era una “pega” y me recomendó “sobarme”. Me fui para Esparta, donde Ángela reputadísima “sobadora” del Distrito del Espíritu Santo y se hizo el milagro, recuperé mi sonrisa.
Estamos a finales del 2025 y creo que otra vez estoy “pegado”, empachado. De nuevo me muevo como un espectro dominado por una sensación de vértigo. Siento desconsuelo en el alma. Creo que la fuente de esa sensación es el clima político nacional. Las elecciones presidenciales que están en marcha. Cuando veo lo que ocurre, la comida me cae mal y de allí a un empacho solo hay un suspiro.
Las actuales no son unas elecciones más, triviales como las de antaño, en que el despilfarro y la fanfarria eran la nota dominante. Miles de anuncios en TV, cada cual más insulso que el otro. Los periódicos llenos de campos pagados día a día. La radio atiborrada de cuñas prometiéndonos la tierra prometida si se votaba por tal o cual candidato o partido. Banderas, calcomanías para anestesiar el cerebro y evitar el pensamiento crítico. Entonces éramos zombis electorales, moviéndonos como marionetas detrás de una bandera y un candidato, sin tener una idea clara de porqué lo hacíamos. Recuerdo a mi hermana Lorena subida en un carro con una bandera de la unidad de Rodrigo Carazo. Cuando le pregunté por sus motivos, ni siquiera sabía quién era el candidato, la cuestión era participar de la fiesta, del carnaval electoral. Movernos como las ratas detrás del flautista de Hamelín.
Por dicha ya no es así. Se acabaron aquellas “fiestas electorales” y yo doy gracias por ello. Porque el país se deterioraba sin prisa, pero sin pausa y nosotros en un puro carnaval electoral. Empachados de mentiras y verdades a medias sin ser conscientes. Un espejismo insulso de participación ciudadana en el que los grandes medios tradicionales nos manipulaban a placer aplicando el principio de “única versión”. Ellos tenían el monopolio de la opinión pública, porque los medios de comunicación eran suyos.
Creo que internet y las vilipendiadas redes sociales (RRSS) nos han rescatado de aquel mundo de “únicas versiones” de los medios tradicionales de comunicación. Hoy cualquier “hijo de vecino” puede dar su opinión aunque sea una tontera o exabrupto. Hoy la libertad de pensamiento y de expresión son mayores para todas las personas. Eso puede generar mucho ruido y la posibilidad de que las voces que mas resuenen sean las más agresivas. Pero también puede llevar a discusiones sobre temas más fundamentales de la convivencia nacional, en unas elecciones, que andar dándose de garrotazos con banderas partidarias o pegando calcomanías en todo lado.
¿Se encamina nuestro país hacia un gobierno autoritario? ¿Está en riesgo nuestra democracia? ¿Se debe defender la institucionalidad de forma absoluta, sin pensamiento crítico?
Son temas de esa profundidad los que se discuten en la redes sociales de forma acre y hasta violenta, aunque hasta ahora a nadie le han roto la crisma con el palo de una bandera. Estoy claro que las palabras pueden ser más violentas y peligrosas que un banderazo bien pegado en la frente, como me ocurrió a mí en unas elecciones ya lejanas. Antes nos dábamos de garrotazos y ahora nos acicateamos verbalmente pero por temas fundamentales, prefiero esto último.
Internet y las redes sociales están en su fase infantil, en la del tumulto. En la fase del “doble golpe» o la «dualidad» de la tecnología. Efectivamente, casi toda tecnología significativa es una «herramienta de doble filo». No es inherentemente buena o mala, pero su potencial para el bien o el mal es inmenso, y a menudo sus efectos son impredecibles. Una misma tecnología puede ser utilizada para fines diametralmente opuestos: para la creación y la destrucción, para la liberación y la opresión, para el orden y el caos. Un martillo puede construir una casa y al mismo tiempo puede destruirla.
La tecnología en sí es un instrumento. Sin embargo, su impacto nunca es neutral. Está cargado de las intenciones, el contexto social y las estructuras de poder de quienes la usan.
Como muestra el ejemplo de la imprenta, los inventores rara vez pueden prever todos los usos y ramificaciones de su creación. La imprenta democratizó el conocimiento (la Biblia, la ciencia) pero también democratizó la propaganda, el pánico y el odio (los panfletos que incitaban a la caza de brujas).
En estos momentos valoro más el impacto positivo de internet y las RRSS facilitando la conectividad global, el acceso al conocimiento, el teletrabajo, la discusión y movilización para la democracia. Como lo demuestran las actuales elecciones nacionales en las que en lugar de agitar banderas, se discuten temas fundamentales de nuestra sociedad. Y sí, las democracias son así, estridentes cuando las sociedades se encuentran en encrucijadas históricas, como cuando el TLC o como en los años cuarenta del siglo pasado.
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