China y la India se acercan como respuesta a Trump
La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái le permitió al líder chino, Xi Jinping, presentarse como defensor del multilateralismo, puesto a prueba por Donald Trump, y acelerar el acercamiento con su homólogo indio, Narendra Modi, que hoy es blanco de la política arancelaria del presidente estadounidense.
François Bougon
Romaric Godin
Xi Jinping puede darle las gracias a Donald Trump. El presidente estadounidense, al decidir tomar como blanco a Nueva Delhi duplicando los aranceles aduaneros sobre sus exportaciones, ha precipitado el acercamiento en curso entre los dos grandes rivales asiáticos, China y la India, los dos países más poblados del mundo (2.800 millones de habitantes en total). Esto refuerza al mismo tiempo el aislamiento de Estados Unidos y subraya cruelmente el debilitamiento de Occidente.
El primer ministro indio, Narendra Modi, fue uno de los protagonistas, junto con el presidente ruso, Vladímir Putin, de la gran cumbre diplomática organizada por Beijing entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre pasados, con motivo de la 25ª reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, una ciudad portuaria situada a unos 120 kilómetros de la capital china.
La última visita de Modi a China se remonta a 2018. Desde entonces, las relaciones entre los dos vecinos se habían deteriorado hasta tal punto que sus ejércitos se enfrentaron en 2020 y 2021 en la región fronteriza del Himalaya de Ladakh, en la que China tiene reclamos territoriales.
Tras varios meses de acercamiento, Xi y Modi se reunieron el domingo 31 de agosto para mantener una reunión bilateral al margen de la cumbre. Según el viceministro de Asuntos Exteriores indio, Vikram Misri, ambos «se mostraron complacidos de constatar los avances logrados en [sus] relaciones desde [su] encuentro en Kazán el pasado mes de octubre», con motivo de la cumbre de los BRICS [Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica], otra gran plataforma del Sur global.
¿De «Make India Great Again» a la alianza con Beijing?
Para Vikram Misri, «los intereses comunes prevalecen sobre las diferencias entre las dos naciones». El jefe de la diplomacia india también subrayó que la India y China «deben cooperar si queremos que el siglo XXI sea el siglo de Asia». Xi Jinping, por su parte, utilizó una fórmula mucho más florida: «Realizar ‘la danza del dragón y el elefante’ debería ser la elección acertada tanto para China como para la India».
Estamos muy lejos de la reunión celebrada en febrero en la Casa Blanca entre Modi y Trump, en la que el primero retomó el eslogan del segundo al hablar de «Make India Great Again» (MIGA) y declaró: «Cuando MAGA se une a MIGA, se crea una megaasociación para la prosperidad».
Por el momento, la megaalianza parece pasar más bien por Beijing. La ofensiva de Trump contra Nueva Delhi plantea un problema fundamental para el modelo económico indio. El fuerte crecimiento del país bajo la dirección de Modi se explica en gran medida desde hace varios años por su posición en la reorganización de las cadenas logísticas.
La India se ha beneficiado enormemente de la estrategia de friendshoring (privilegiar como proveedores a países amigos) del capitalismo estadounidense, es decir, de la voluntad de los grupos del otro lado del Atlántico de encontrar fuentes de suministros alternativas a China tras el primer mandato de Trump en la Casa Blanca (2017-2021).
Así, la India se ha convertido, al igual que Vietnam, en un productor de bienes para el mercado estadounidense, en gran medida a partir de insumos chinos. En 2023, 18% de sus importaciones procedían de China y 17% de sus exportaciones se dirigían a Estados Unidos. Modi tenía todas las razones para pensar que el regreso de Trump al poder aceleraría esta estrategia. Nueva Delhi podía incluso presentarse como una alternativa ideal frente al rival chino. Apple, por su parte, había invertido masivamente en el sur de la India para preparar el terreno.
El cálculo del líder indio era que el desarrollo industrial impulsado por el friendshoring permitiría construir una potencia autónoma, al favorecer el desarrollo del gigantesco mercado interior indio. La ambición de Modi nunca se ocultó realmente: la India estaba llamada a convertirse en una nueva superpotencia económica, una «nueva China». Sin embargo, antes de cumplir ese destino, Nueva Delhi debía complacer a su cliente estadounidense y a su proveedor chino con una política de equilibrio.
Pero la estrategia del nuevo gobierno de Trump era la del sometimiento, por lo que la India parecía ser el eslabón débil del dispositivo estadounidense. Dependiente de China y comprador de petróleo ruso, el país era demasiado autónomo para el gusto de Washington en el plano económico. Por lo tanto, la India se vio ante la elección de someterse, como Vietnam, a condiciones desequilibradas para mantener el acceso al mercado estadounidense, o verse penalizada con aranceles prohibitivos.
Los aranceles de 50% que gravan los productos indios no dejan otra opción al gobierno de Modi: hay que definir un nuevo modelo económico. Desde este punto de vista, China tiene argumentos para esgrimir. La República Popular ya ha comenzado a invertir masivamente en la India, en particular sus fabricantes de teléfonos inteligentes Xiaomi, Vivo u Oppo.
El futuro de la industria manufacturera india puede, por tanto, integrarse en el marco chino, dado el bajísimo nivel de los costos laborales en la India. La India también puede soñar con convertirse para China en lo que China fue para Estados Unidos en los años 1990-2000: un taller barato que permite producir a bajo costo. Con una ventaja adicional: un mercado de consumo ya desarrollado y deseoso de comprar productos chinos.
¿El fin de la «Pax Americana»?
Además de Narendra Modi y sus necesidades de diversificación, una veintena de jefes de Estado se reunieron en la cumbre de Tianjin, en la costa oriental de China. Representan a gran parte de Eurasia. Desde su creación en 2001, la OCS ha pasado de ser una alianza sino-rusa con los países de Asia Central en torno de cuestiones de seguridad a ser uno de los polos de oposición al dominio occidental bajo la égida china.
La diplomacia «disruptiva» de Trump, que consiste en poner contra las cuerdas a sus aliados y halagar a sus enemigos, acelera sin duda las tendencias ya en marcha -un centro de gravedad mundial, tanto económico como geopolítico, que se desplaza hacia Asia-, pero facilita de manera sorprendente las ambiciones de su principal rival estratégico, China.
Como señala el economista estadounidense Paul Krugman, «en solo siete meses, Trump ha destruido por completo los cimientos de la Pax Americana». Este punto de vista, como suele ocurrir con Paul Krugman, es el de la mayoría del Partido Demócrata, que ha disimulado una posición imperialista tras una apariencia de estabilidad. Así, Paul Krugman reconoce que la «Pax Americana» estaba al servicio de los intereses del imperio estadounidense, y que líderes como el nacionalista Mohammed Mossadegh en Irán y el socialista Salvador Allende en Chile fueron víctimas de ella. Pero, según él, «para Europa y Japón, el imperio estadounidense era algo sutil, ya que Estados Unidos evitaba las demostraciones brutales de poder y se esforzaba por no ser explícito sobre su estatus imperial». Desde el 20 de enero y el regreso de Trump a la Casa Blanca, la sutileza y la diplomacia han ofrecido una mezcla de brutalidad y adulación.
En realidad, el gobierno de Joe Biden ya había mantenido un tono de confrontación con Beijing, dando a entender que la clásica «Pax Americana» estaba en crisis. La postura de Trump endureció esta situación al intentar reforzar el imperio en torno de una lógica de vasallaje.
Beijing, defensor de las Naciones Unidas
En este contexto, el Partido-Estado chino asume la posición ventajosa de presentarse como defensor del multilateralismo y de las organizaciones nacidas después de la guerra, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El secretario general de la organización internacional, António Guterres, recibido por Xi Jinping el pasado 30 de agosto, elogió el apoyo de China «en un momento en el que el multilateralismo está en el punto de mira de las críticas».
«Estamos asistiendo al surgimiento de nuevas formas de política, a veces difíciles de entender, que se asemejan más a un espectáculo que a esfuerzos diplomáticos serios y en las que los negocios y la política parecen confundirse en ocasiones», declaró Guterres, en una clara alusión a Trump. «El papel de la República Popular China como pilar fundamental del sistema multilateral es extremadamente importante y le estamos muy agradecidos por ello», añadió.
En su discurso, el presidente chino también se abstuvo de mencionar a su homólogo estadounidense, pero todo el mundo entendió a quién se refería cuando pidió oponerse «a la mentalidad de la Guerra Fría, a la confrontación entre bloques y a las prácticas de intimidación».
«Las normas internas de algunos países no deben imponerse a otros», declaró Xi ante los líderes reunidos para la cumbre -en representación de los 10 Estados miembros, pero también de los dos observadores y los 14 «socios de diálogo» de la OCS-, declarándose también partidario de «defender el sistema internacional, cuyo pilar central es la ONU, y apoyar el sistema comercial multilateral, cuyo pilar central es la Organización Mundial del Comercio».
Una tribuna para Putin
El líder chino se comprometió a aportar 2.000 millones de yuanes (algo más de 240 millones de euros) en forma de subvenciones a los 10 Estados miembros de la OCS este año, y 10.000 millones de yuanes adicionales (unos 1.200 millones de euros) en forma de préstamos a un consorcio bancario de la OCS durante los próximos tres años.
«Debemos aprovechar la fuerza de nuestros gigantescos mercados y la complementariedad económica entre los Estados miembros, y mejorar la facilitación del comercio y las inversiones», subrayó el líder chino, que también abogó, una vez más, por «un sistema de gobernanza mundial más justo y equitativo».
Modi y Xi no son los únicos que se benefician de esta cumbre de Tianjin. El presidente ruso, Vladímir Putin, y el iraní, Masoud Pezeshkian, también han aprovechado la ocasión para defender sus posiciones frente a Occidente.
El primero volvió a defender su decisión de invadir Ucrania, presentando esta «crisis» no como «el resultado de un ataque de Rusia contra su vecino, sino de un golpe de Estado en Ucrania, apoyado y provocado por Occidente, seguido de intentos de utilizar la fuerza militar para reprimir a las regiones y poblaciones ucranianas que rechazaron y se opusieron a este golpe de Estado».
Durante la reunión, el presidente ruso agradeció los esfuerzos de China, la India y «otros socios estratégicos destinados a facilitar la resolución de la crisis ucraniana», considerando que «los acuerdos alcanzados en la reciente cumbre ruso-estadounidense en Alaska van, [espera], en el mismo sentido, abriendo el camino hacia la paz en Ucrania». Putin precisó haber informado a Xi sobre sus conversaciones con Trump.
Por su parte, Masoud Pezeshkian elogió los esfuerzos de la OCS para poner fin al «unilateralismo y a la política basada en el poder, que a menudo han obstaculizado los esfuerzos mundiales en favor de una paz duradera». Además, se abordaron las crisis en Oriente Medio; la ocasión, una vez más, para hacer frente a los occidentales, a Estados Unidos y a su aliado israelí.
Una concordia circunstancial
En la declaración conjunta adoptada en el marco de la cumbre, los 10 Estados miembros de la OCS expresaron «su profunda preocupación ante la continua escalada del conflicto palestino-israelí» y condenaron «enérgicamente los actos que han provocado numerosas víctimas civiles y desastres humanitarios en la Franja de Gaza». «Los Estados miembros subrayaron que la única manera de garantizar la paz y la estabilidad en Oriente Medio es resolver de manera integral y justa el problema palestino», añade el texto, que también denuncia «la agresión militar lanzada por Israel y Estados Unidos contra Irán en junio de 2025».
La impresión de fuerza y unanimidad mostrada durante esta cumbre de Tianjin, sin embargo, merece ser matizada. Esta alianza anti-Trump no está exenta de desacuerdos persistentes y de contradicciones futuras. Al igual que Turquía -Recep Tayyip Erdoğan estuvo presente en Tianjin, ya que su país es «socio de diálogo» de la OCS-, la India busca situarse en un papel tradicional de neutralidad entre los bloques: Occidente por un lado y la unión Beijing-Moscú por el otro. De hecho, antes de asistir a la cumbre de la OCS, Narendra Modi pasó por Japón, miembro, al igual que la India, del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, un organismo de cooperación informal que también reúne a Estados Unidos y Australia.
Modi se cuidará de no asistir el miércoles al gran desfile militar organizado por Beijing para conmemorar los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, presentado oficialmente como «el Día de la Victoria que marca el 80º aniversario de la victoria en la guerra de resistencia del pueblo chino contra la agresión japonesa y de la guerra mundial antifascista». Una conmemoración a la que asistieron Putin y el dictador norcoreano Kim Jong-un, aliado del primero en la guerra de agresión contra Ucrania…
Por supuesto, si Nueva Delhi se acerca a Beijing, no pondrá todos sus huevos en la misma canasta. Necesitará el petróleo barato ruso y los mercados de exportación europeos y asiáticos. El país más poblado del mundo no quiere convertirse en un mero peón en el juego chino. Finalmente, Modi podría intentar lograr con Beijing lo que trató de hacer con Washington. China, encantada con la oportunidad, podría mostrarse más conciliadora que Estados Unidos.
Sin embargo, este giro en las alianzas sigue siendo una solución provisional. El choque de poder e influencia en Asia entre China y la India parece inevitable. Pero, por el momento, los desvaríos de Donald Trump permiten construir una concordia circunstancial.
Nota: la versión original de este artículo, en francés, se publicó en Mediapart el 11/9/2025 y está disponible aquí. Traducción: Pablo Stefanoni.
Vía nuso.org