Como madre que intenta criar a una hija de 11 años al margen de los estereotipos de género de mi propia infancia, la mantuve alejada de las muñecas Barbie.
Me sentí obligada a hacerlo por las mismas razones por las que intenté evitar la superficial frivolidad de todas esas princesas Disney que esperan ser rescatadas.
Es cierto que yo también había disfrutado de muchas tardes con estas muñecas de proporciones anatómicamente imposibles cuando era niña en la década de 1980: metiendo sus largas y enjutas extremidades en trajes imposiblemente diminutos, acostándolas en colchones hechos con los cojines de mi madre y organizando épicos dramas domésticos. Pero cuando llegué a la adolescencia, en los años 90, descubrí el feminismo.
Más tarde me convertí en profesora de filosofía feminista y autora de un libro sobre feminismo para el gran público. La feminidad rubia e hiperbólica de Barbie llegó a representar todo lo malo de los cánones de belleza patriarcales.
Mi perspectiva empezó a cambiar cuando empecé a ver fragmentos del tráiler de la película Barbie en mis redes sociales. Fogonazos de nostalgia se fundieron con la constatación de que Barbie parecía estar reinventándose una vez más.
La feminidad retrógrada de Barbie
Barbie ha funcionado durante mucho tiempo como un sustituto en el que se proyectan las aspiraciones culturales y las ansiedades sobre la feminidad.
El juguete salió al mercado por primera vez en 1959. Para las generaciones anteriores, al ser la primera muñeca que animaba a las niñas a aspirar a algo más que la maternidad, Barbie podría haber representado la ambición sin complejos de la mujer profesional independiente. Pero cuando a mi generación le llegó la hora de jugar con ella, hacía tiempo que había dejado de ser tan progresista.
En su lugar, estaba la implacable blancura de su ideal de belleza; la obcecación clasista de su casa de ensueño y sus protestas de que “la clase de matemáticas es dura”, transmitiendo el mensaje de que las ciencias son para los chicos y que las chicas deberían preocuparse más por ser guapas que por ser inteligentes, felices, ambiciosas o interesantes.
Todo esto convirtió a Barbie en una víctima de las legítimas frustraciones sobre las expectativas injustas que la sociedad patriarcal imponía a las mujeres. Como muchas feministas, llegué a creer que ser tomada en serio como mujer significaba rechazar prácticamente todo lo que Barbie representaba.
Mi ambivalencia hacia el tipo de feminidad convencional de la que Barbie era ejemplo llegó a ser un componente central de mi identidad. Me habría sentido desnuda si hubiera salido de casa sin llevar maquillaje y ropa incómodamente restrictiva. Pero me sentía siempre culpable por el tiempo y la energía que dedicaba a esos frívolos afanes, y me aseguraba de ocultárselo todo lo posible a mi hija.
Si yo iba a permitirme superficialidades que me parecían totalmente contrarias a mis compromisos ideológicos, al menos iba a protegerla para que no interiorizara la convicción de que tenía que hacer lo mismo.
Ninguna de mis hijas iba a tener su autoestima ligada a la creencia de que necesitaba ser sexualmente atractiva para los hombres. Así que: nada de Barbies.
Femmephobia
Entonces, el bombo publicitario alrededor de la película hizo que esos pies de plástico perfectamente arqueados volvieran a mi conciencia. Me encontré reconsiderando mi antigua aversión a la interpretación de la feminidad de Barbie. Me preguntaba por qué despertaba en mí esa energía de niña mala.
Femmefobia se refiere a la aversión u hostilidad hacia personas o cualidades estereotípicamente femeninas.
Surge en un contexto cultural en el que la feminidad está sistemáticamente menos valorada que la masculinidad, y en el que los rasgos asociados a la masculinidad –racionalidad e independencia– se consideran normales o ideales para todas las personas.
Mientras tanto, las cualidades asociadas a la feminidad, como la expresividad emocional y la interdependencia, se consideran inferiores o desviadas. Pero no es que los intereses y afanes femeninos sean intrínsecamente más frívolos que los masculinos. Más bien, es el hecho mismo de que algo esté codificado como femenino lo que hace que la gente se lo tome menos en serio.
“La moda”, bromea la autora Ruth Whippman, “es vanidosa y superficial, mientras que el béisbol es básicamente una rama de la filosofía”. Y la feminidad desafiante y burbujeante de Barbie es de lo menos serio que hay.
La autora feminista trans Julia Serano sostiene que gran parte de la discriminación a la que se enfrentan las mujeres trans tiene menos que ver con su condición de trans y más con su voluntad de representar descaradamente la feminidad.
En otras palabras, el problema no es tanto que las mujeres trans transgredan las normas de género convencionales como que elijan al equipo perdedor.
“El hecho de que nos identifiquemos y vivamos como mujeres, a pesar de haber nacido varones y de haber heredado privilegios masculinos”, escribe, “desafía a quienes en nuestra sociedad desean glorificar la maldad y la masculinidad”.
La visibilidad actual de las mujeres trans ha desempeñado un papel importante en el avance del debate cultural sobre la respetabilidad de la feminidad. Algunos críticos antitrans acusan a la feminidad sin disculpas de las mujeres trans de afianzar estereotipos retrógrados. Su femmefobia parece impedirles darse cuenta de que los objetos de su desprecio podrían estar celebrando la feminidad, no denigrándola.
¿Es Barbie feminista?
Mattel Films se niega a calificar Barbie, la película, como “feminista”. No es sorprendente, dado el incómodo encaje de esta etiqueta, a veces controvertida, con las motivaciones lucrativas de las empresas.
Pero la elección de Greta Gerwig por parte del estudio para escribir y dirigir la película sugiere una voluntad de explorar el mundo de Barbie a través de una lente política. Las sólidas credenciales feministas de Gerwig incluyen Lady Bird en 2017 y la adaptación de Mujercitas en 2019. Incluir en el reparto de Barbie al icono lésbico Kate McKinnon y al modelo y actor trans Hari Nef es un claro guiño a la comunidad LGBTQ+.
La filósofa feminista Judith Butler sostiene que el género no es un hecho metafísico profundamente arraigado; es algo que la gente interpreta a través de sus gestos, su ropa y su comportamiento.
Butler afirma que todo el mundo podría aprender una lección de las drag queens, que entienden que no hay nada fundamental detrás del humo y los espejos, nada de género más allá de lo que el público piense del espectáculo. En palabras de RuPaul, quizá la drag queen más famosa de todas: “Naces desnudo, y el resto es drag”.
Creo que la Barbie de Gerwig entiende ese mensaje. La hiperbólica feminidad de la interpretación de Margot Robbie de la icónica muñeca me parece tentadoramente más cercana al queer camp que a algo que se suponga que debe tomarse como un sincero modelo a seguir.
Barbie en el zeitgeist
Barbie está preparada para aprovechar el momento actual, en el que la reacción conservadora antifeminista está alimentando el retroceso de generaciones de avances feministas. Mientras tanto, las personas LGBTQ+ se enfrentan a la vez a niveles sin precedentes de visibilidad y violencia. El mundo está manteniendo nuevas conversaciones culturales sobre género y sexualidad.
Desde que salí del armario como queer hace varios años, he visto cómo mi relación con mi propia feminidad se ha vuelto considerablemente menos tensa. Gracias en gran parte a las ideas de feministas como Serano y Butler, estoy empezando a reconocer que las representaciones de la feminidad pueden existir para otros fines que no sean conquistar a un hombre.
No pretendo haberme liberado por completo de mis décadas de femmefobia interiorizada. Pero cuando Barbie llegue al cine de mi barrio, créanme que mi hija y yo seremos las primeras en la cola.
Carol Hay, Professor of Philosophy, UMass Lowell
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.