Por Verena Wolff (dpa)
Yellowstone, Yosemite, Grand Canyon: Quien ya haya visto estos famosísimos parques nacionales de Estados Unidos, debería viajar a Texas. Allí le espera una sorpresa: El Parque Nacional Big Bend.
Mamá tortuga y su cría descansan tranquilas al sol. Los reptiles en el Río Grande, en la frontera entre Texas y México, son tan grandes como la palma de una mano. A ello se suma alguna cabeza delgada y larga, que desde las barcas se ve asomar cada tanto desde el río.
«Puede ser una serpiente. No se ve a primera vista», dice Jason Lee, el guía de este paseo en canoa por el río que hace de frontera entre Estados Unidos y México en el Parque Nacional Big Bend.
Las tortugas se llaman «big bend sliders». Cuando brilla el sol, como casi cada día aquí en el sur de Estados Unidos, buscan un lugar tranquilo sobre una roca cálida. No es muy difícil, porque el río se ubica entre dos desiertos y lleva poca agua.
La única posibilidad de subir el nivel del agua se da en pleno verano. «Esa es nuestra época de lluvia», explica el guardaparques Bernie Sapp a los visitantes del parque en Chisos Basin.
¿Qué hace tan especial al Parque Nacional Big Bend?
Big Bend no es el parque más antiguo ni el más grande de Estados Unidos, pero es uno de los más impactantes. «Los ecosistemas aquí son variados y vale la pena protegerlos», dice Sapp.
Debido a las diferentes alturas -de 600 metros en el valle del Río Grande hasta los 2.400 metros del punto más alto, el Emory Peak- hay gran cantidad de plantas y animales diferentes.
En total, en Big Bend viven 75 mamíferos, 450 especies de aves, 3.600 especies de reptiles y once especies de anfibios, más que en cualquier otro parque nacional de Estados Unidos.
Se pueden ver el famoso «road runner», que muchos conocen como «Correcaminos» de los dibujitos animados, zorrillos y linces, así como arañas, murciélagos, escorpiones y diversas serpientes de cascabel.
Directamente en el parque solo se puede dormir en casa rodante. Hay algunos hoteles y alojamientos fuera de los límites del parque. Es recomendable reservar con tiempo, sobre todo en la primavera boreal.
Hay poca sombra, pero hay osos negros
La mayoría de los coches y caravanas recorren esta zona a comienzos de año en enero, febrero y marzo. Es muy diferente a agosto y septiembre, cuando llega la lluvia.
En pleno verano, en el sudoeste de Texas pueden hacer hasta 50 grados. Además apenas se encuentra sombra en esta enorme superficie rodeada de cadenas montañosas.
Solo quien se decida a recorrer el Windows Trail o el Lost Mine Trail en las Chisos Mountains pasará un poco por bosques de coníferas, porque esta zona está un poco más elevada y por lo tanto es más fresca.
«Aquí también viven pumas y osos negros mexicanos», relata Bernie Sapp. Pero no hay por qué temer: «Si haces un poco de ruido, los espantas enseguida».
Terlingua es la población más grande del parque nacional. Se supone que unas 2.000 personas viven allí. Pero dónde se encuentran estas personas es difícil de detectar para el visitante.
Lo curioso es que el recinto más grande del pueblo es el cementerio. De ahí viene el nombre de «ghost town» (pueblo fantasma), como cuentan en el restaurante tex-mex, que se llena todas las noches.
Senderismo hasta las piedras oscilantes
¿Y qué hacer en el Big Bend si uno no quiere remar en el Río Grande? «Hay una gran cantidad de senderos con indicaciones de diferentes largos y grados de dificultad», dice el guardaparques Sapp.
Todo es posible, desde paseos cortos hasta excursiones de varios días. Los paseos a caballo son muy requeridos. Los caminos más cortos llevan a paisajes de ensueño, que ofrecen excelentes oportunidades de sacar fotos para Instagram. Por ejemplo, la excursión a la Balance Rock, tres rocas de arenisca que parecen haber sido apiladas.
Otra ruta espectacular es el camino al Cañón de Santa Elena. Primero, se ven solo dos paredes rocosas empinadas entre las que corre el Río Grande. El sendero lleva un tramo hacia adentro del desfiladero directamente hacia el río. Apenas ahí se percibe realmente lo escarpadas que son las paredes de roca de 500 metros de altura.
Un museo de arte para hipsters en medio de la nada
El Parque Nacional de Big Bend limita con un State Park del mismo nombre, y tras unas cien millas de una carretera con muchas curvas los viajeros llegan a un pequeño pueblo llamado Marfa. Este «road trip» es elegido regularmente como una de las rutas más bellas de Estados Unidos.
Marfa es apenas un poco más que un cruce en el desierto, pero un pueblo que en los últimos años apareció en más de una lista de cosas por hacer de los hipsters. Antes estuvo estacionado aquí el Ejército estadounidense. Hoy está instalada la Chinati Foundation en las 30 barracas en medio de la nada.
El museo está dedicado a las obras de su fundador, Donald Judd (1928-1994). El minimalista estadounidense se mudó a Marfa a principios de los años 70 para así poder realizar sus presentaciones de arte y arquitectura a los pies de las montañas Chinati.
Junto a sus obras voluminosas, el museo presenta grandes instalaciones de otros artistas seleccionados.
La banda de Instagramers no es la primera ola de jóvenes bellos que encuentran el camino hacia el desierto. Tras la Segunda Guerra Mundial, llegó Hollywood. James Dean y Elisabeth Taylor estuvieron aquí para filmar algunas partes del clásico «Gigante».
Una y otra vez se puede ver en Marfa a cazadores de selfies, pero también a turistas convencionales con zapatos de senderismo sucios. Son los campistas de Big Bend que se toman un respiro de la belleza salvaje del parque.
dpa