Yulia Cantor (RIA NOVOSTI, especial para ARGENPRESS.info)
Hace 65 años, el 1 de octubre de 1946, en la ciudad alemana de Nuremberg concluyó su labor el Tribunal Militar Internacional (TMI) contra los crímenes contra la humanidad perpetrada por la Alemania nazi.
El proceso judicial sin precedentes ni en la jurisprudencia ni en la política fue la culminación de la derrota del nazismo.
La sentencia del Tribunal Militar Internacional estableció: “El acto de librar una guerra de agresión no es simplemente un crimen de carácter internacional, sino que representa un crimen del más alto grado de gravedad que se diferencia de otros crímenes de guerra por el hecho de contener en forma concentrada el mal que cada uno de ellos contiene”.
Era preferible una ejecución sin juicio
“Tenemos que crear la técnica de la despoblación. Si se me pregunta, qué es lo que entiendo por despoblación, diré que por este término entiendo la liquidación de grupos enteros, hablo de grupos étnicos, y estoy dispuesto a realizar esta obra de exterminio, pues ella constituye una de mis tareas.
Tengo la facultad de exterminar millones de individuos que pertenecen a una raza inferior y se reproducen como gusanos”, manifestó Adolf Hitler, motivando así la política de agresión que emprendió la Alemania nazi.
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, librada por Hitler, en junio de 1941 bajo el poder del Tercer Reich y de sus aliados invadieron 12 Estados europeos con una población de 190 millones de personas.
El 22 de junio de 1941, al empezar la guerra contra la Unión Soviética, los nazis desataron en los territorios ocupados un terror sin precedentes, pisoteando todas las normas del derecho de guerra, establecidas por la Convención de La Haya y los Convenios de Ginebra.
La idea de celebrar un proceso judicial internacional contra los criminales nazis fue formulada por primera vez por la Unión Soviética. El 14 de octubre de 1941 se publicó la declaración del Consejo de Comisarios del Pueblo (el Gobierno soviético) que dijo: “El Gobierno soviético cree necesario someter urgentemente al juicio de un Tribunal internacional especial y condenar con toda la severidad del derecho penal a todos los líderes de la Alemania nazi, que acabaron durante la guerra en las manos de las autoridades de los Estados que luchan contra la Alemania nazi”.
Hasta la Conferencia de Yalta, Estados Unidos y Reino Unido defendían la idea de una condena extrajudicial para los funcionarios de alto rango nazis. Sólo después de regresar de Yalta en febrero de 1945 el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, aprobó el principio de la celebración de un proceso judicial internacional abierto.
El Reino Unido, sin embargo, siguió sin pronunciarse. Incluso el 6 de abril de 1945, al ser ya evidente la derrota del nazismo hitleriano, el Lord Canciller John Simon, escribía: “Estoy preocupado por la perspectiva de un proceso duradero, durante el cual podrían ser abordados diferentes asuntos, tanto jurídicos como históricos, capaces de llevar a importantes contradicciones y disputas en el mundo y a una reacción inesperada”. Al mismo argumento se atenía la respuesta del Gobierno del Reino Unido al presidente de Estados Unidos del 23 de abril de 1945 e incluso se llegó a señalar que “sería más preferible una ejecución sin juicio”. Tan sólo el 2 de mayo, en la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Reino Unido, Estados Unidos y Francia, celebrada en San Francisco, el Reino Unido aceptó la idea de celebrar un proceso judicial internacional contra los dirigentes del Tercer Reich.
El 26 de junio de 1945 en Westminster tuvo lugar la primera reunión oficial de la Conferencia de Londres para la elaboración del Acuerdo de la institución del Tribunal Militar Internacional encargado de juzgar a los principales criminales de guerra de los países del Eje. Los participantes debían considerar dos proyectos, el soviético y el estadounidense, y hacer una propuesta común. Según cuenta el biógrafo del estadounidense Robert Jackson, que se convirtió más tarde en el Fiscal jefe del juicio, los representantes de Estados Unidos “partían del hecho de que la mayoría de los criminales de guerra estaban en sus manos… y expresaban una agresividad tranquila, segura y con tacto”. No obstante, la implacable postura de los delegados soviéticos, en primer lugar del General-Mayor de Justicia, Iona Nikitchenko, impidió que fuera aprobado el proyecto de Estados Unidos.
El Acuerdo sobre la persecución judicial y la condena de los principales criminales de guerra fue firmado el 8 de agosto de 1945 por los representantes oficiales de la Unión Soviética, Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Una parte inseparable de ese documento es el Estatuto del Tribunal Militar Internacional. El documento fue ratificado por 19 Estados y, de esa manera, el Tribunal fue instituido por voluntad de 23 países. El Tribunal y el Comité de Fiscales se formaron con representantes de la Unión Soviética, Estados Unidos, Francia y Reino Unido.
Los acusados y las acusaciones
El 29 de agosto de 1945 se hizo pública la primera redacción de la lista de los principales criminales de guerra, que incluía los nombres de 24 prominentes políticos, militares, industriales, diplomáticos e ideólogos alemanes, entre ellos, el jefe supremo de la Luftwaffe, Hermann Göring, el Jefe del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, más conocido como el Partido Nazi, Rudolf Hess, el ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, el sucesor de Hess como secretario del Partido Nazi, Martin Bormann, el Comandante de Wehrmacht, Mariscal Wilhelm Keitel, que había firmado el Acta de capitulación incondicional de Alemania, el ministro de los Territorios Ocupados, Alfred Rosenberg, el Jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, Ernst Kaltenbrunner. Adolf Hitler, Comandante en Jefe Reichführer de las SS, Hienrich Himmler y el ministro de la propaganda, Joseph Goebbels, no figuraban en la lista, dado que su muerte ya había sido verificada.
A principios de octubre de 1945 se acabó de redactar el Acta de acusación, una copia de la cual le fue entregada el 18 de octubre a cada acusado. Se les acusaba de haber planificado, preparado y librado guerras de agresión, es decir, haber cometido crímenes contra la paz, asesinatos y malos tratos de los prisioneros de guerra y de la población civil, de haber ordenado la deportación de los civiles para realizar trabajos forzados, la destrucción y el robo de bienes culturales, es decir, haber cometido crímenes de guerra, de haber llevado a cabo el exterminio, esclavización, deportación y otros actos inhumanos contra la población civil por motivos políticos, raciales o religiosos, es decir, haber cometido crímenes contra la humanidad. Pasaron a disposición judicial los dirigentes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, los “escuadrones de protección” (las SS), el servicio de seguridad (SD), el Gobierno del Tercer Reich, el Estado Mayor y el Alto Mando de la Wehrmacht.
Los miembros de la Comisión que coordinaba el trabajo de los representantes de la Unión Soviética en el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, presidida por Andrey Vyshinki, trajo a Londres una lista de “asuntos de indeseable discusión”, es decir, de temas que no habían de ser abordados durante el proceso judicial. La idea de redactar esta lista perteneció a los países occidentales, pero fue apoyada enseguida por la parte soviética. La lista fue acordada y aprobada sin dificultad alguna. Incluía el protocolo secreto del Pacto de no agresión entre Alemania y la URSS, los bombardeos de Dresde por las fuerzas aliadas y el uso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos.
El 20 de noviembre de 1945, en el discurso inaugural, el juez norteamericano Robert Jackson, Fiscal Jefe en el proceso, dijo: “Nuestras pruebas serán espeluznantes y se me dirá que le he quitado el sueño a la gente. Pero precisamente estos actos han hecho estremecerse al mundo entero y llevaron a que cualquier persona civilizada se declarara en contra de la Alemania nazi. Alemania se convirtió en una gran cárcel. Los gritos de sus víctimas se oían en todo el mundo y hacían estremecerse a la Humanidad. Soy uno de aquellas personas que durante la guerra escuchaba los relatos sobre las más salvajes atrocidades de una manera desconfiada y escéptica. No obstante, las pruebas que se presentarán aquí serán tan terroríficas que me atrevo a predecir que ninguna de mis palabras será desmentida”.
Hablando de las peculiaridades del proceso de Nuremberg, el General Román Rudenko, Fiscal por parte de la URSS, señaló que “era el primer caso en la Historia en el que comparecían ante un tribunal los criminales que se habían apoderado de un Estado y habían convertido este Estado en el arma de sus terribles crímenes”.
Amenazas al proceso de Nuremberg
El transcurrir acordado y, por lo general, despolitizado del proceso estuvo a punto de ser trastornado por el discurso pronunciado por Winston Churchill el 3 de marzo de 1946 en Fulton, quedando marcado de esta manera el inicio de la Guerra Fría. Churchill dijo abiertamente que la Unión Soviética era un motivo de complicación de las relaciones internacionales. “Una sombra se cierne sobre los escenarios que hasta hoy alumbraba la luz de la victoria de los aliados. Nadie sabe que pretende hacer la Rusia Soviética y su organización Comunista Internacional en el futuro inmediato, ni cuáles son los límites, si existe alguno, a su tendencia expansiva y proselitista (…) Ha caído sobre el continente un telón de acero. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa Central y Oriental. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía, todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a ellas se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética, y todos están sometidos, de una manera u otra, no sólo a la influencia soviética, sino a una altísima y, en muchos casos, creciente medida de control por parte de Moscú, muy fuertes, y en algunos casos, cada vez más estrictas. (…) A los partidos Comunistas que eran muy reducidos en los Estados Orientales de Europa se les ha otorgado un poder muy superior a lo que representan y procuran hacerse con un control totalitario en todas partes”.
Los preparativos para el proceso judicial podían haberse suspendido, porque las partes estaban a punto de encontrarse a ambos lados de las barricadas políticas, lo que alentó sobremanera a los abogados de los acusados. Sin embargo, el TMI supo preservar su credo jurídico e hizo caso omiso de la coyuntura política.
El Tribunal analizó 3.000 documentos originales y tomó declaraciones a más de 200 testigos. Además, se celebraron comisiones rogatorias para tomar declaración a otros 500 testigos de diferentes países que habían sufrido la ocupación nazi. Al sumario fue adjuntado un total de 3.000 testimonios escritos. Una parte significativa de las pruebas estaba formada por materiales descubiertos por las tropas aliadas en los Estados Mayores alemanes, sedes gubernamentales y archivos de las entidades públicas del Tercer Reich. A lo largo de 10 meses, los representantes de los países de la Alianza anti-hitleriana celebraron 403 audiencias públicas; de los 350 asientos de la sala del juicio, 250 fueron cedidos a los periodistas. El 30 de septiembre de 1946 el Tribunal acabó sus labores, redactándose el veredicto que fue firmado por todos los miembros del Tribunal.
Culpables: 19 de 22
El proceso de Nuremberg entró en su fase final y la de mayor importancia: la lectura del veredicto. El 1 de octubre fueron reconocidas culpables 4 de las organizaciones acusadas, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, las SS, las SD y la Gestapo. Sin embargo, fueron absueltas las unidades de asalto, las SA, el Gobierno del Reich y el Alto Mando de la Wehrmacht. De los 22 acusados 19 fueron reconocidos personalmente culpables. Así describió este acontecimiento Arkady Poltorak, secretario de la delegación soviética en Nuremberg: “Se estaba leyendo la parte relativa de Hermann Göring. Agachó la cabeza y se apretó con más fuerza el auricular al oído. Sus ojos estaban ocultos por unas gafas negras y en los labios había una sonrisa apenas perceptible. Hess parecía ajeno a todo, en las rodillas tenían unos folios de papel y estaba escribiendo algo frenéticamente. Keitel estaba sentado muy erguido. Kaltenbrunner movía las mandíbulas sin parar. Rosenberg parecía haberse encogido esperando un inevitable golpe. Frank movía la cabeza, como apenado.” Doce de los acusados, entre ellos, Hermann Göring, Joachim von Ribbentrop, Wilhelm Keitel y Alfred Rosenberg fueron condenados a muerte en la horca; tres, Rudolf Hess, Walter Funk y Erich Raeder, a cadena perpetua; dos, Baldur von Schirach y Albert Speer, a 20 años de prisión; Konstantin von Neurath, a 15 años de prisión y Karl Dönitz, a 10 años.
Fueron absueltos de todos los cargos el Consejero de Hitler en temas de economía y finanzas, Hjalmar Schacht, el Embajador de Alemania en Austria y Turquía, Franz von Papen y el Director del departamento de radioemisiones del Ministerio de Propaganda del Tercer Reich, Hans Fritzsche. El jefe de la delegación soviética, General-Mayor de Justicia, Iona Nikitchenko, expresó su protesta ante esta decisión del TMI y presentó un voto particular, exigiendo que fueran reconocidos culpables las organizaciones y funcionarios nazis absueltos. El Fiscal estadounidense Jackson no presentó ningún escrito, pero en su informe al presidente Truman calificó dicha absolución de “un hecho lamentable”. Entre el 9 y el 10 de octubre de 1946 el Consejo de control para Alemania desestimó las apelaciones de los acusados, manteniendo en vigor la sentencia del TMI.
Ni una palabra antes de la ejecución
Los condenados fueron ejecutados en la noche del 15 al 16 de octubre de 1946 en presencia de los representantes de las cuatro potencias aliadas.
Estaba prohibido hacer fotografías y grabaciones. Los periodistas se comprometieron a no hablar con nadie hasta que acabara la ejecución y se les permitió asomarse a las mirillas de las celdas de los presos. El escritor Boris Polevoy se encontraba entre los periodistas soviéticos que cubrían el proceso: “La primera celda era la de Keitel, que estaba ordenando, tranquilo y minucioso, el catre, alisando los pliegues de la colcha. Ribbentrop hablaba con el pastor. Jodl estaba sentado de espalda a la puerta, escribiendo algo. Kaltenbrunner parecía absorto en la lectura. Seyß-Inquart se preparaba para acostarse, se limpiaba la cara y se lavaba los dientes”.
La ejecución empezó a la una de la madrugada. A los condenados se los ahorcó uno por uno, pero al siguiente le hacían entrar en la sala, cuando el ejecutado anterior todavía estaba en la horca. Cerca de 1.5 horas después todo había acabado. Luego a la sala trajeron una camilla con el cadáver de Göring y la dejaron debajo de la horca para que los observadores oficiales y los periodistas se cercioraran de que estaba muerto. Göring se había suicidado en la cárcel y hay quienes suponen que la cápsula con el veneno se la podría haber entregado su mujer, al darle un beso en su última cita. Representantes de las potencias aliadas examinaron los cuerpos y firmaron las actas de defunción. Se sacaron fotografías de cada cuerpo. A las 4 de la madrugada los ataúdes sellados que contenían los cuerpos de los criminales nazis fueron transportados al tanatorio de Múnich. Sus cenizas se esparcieron por el aire desde un avión.
En el año 1946 el Departamento de Información de Estados Unidos hizo públicos los resultados de las encuestas, de acuerdo con las cuales el 80% de los alemanes creía que el proceso de Nuremberg había sido justo y la culpa de los acusados era indiscutible; sólo el 4% emitió una opinión negativa acerca del juicio. Los principios del Estatuto y de la sentencia del TMI fueron confirmados el 11 de diciembre de 1946 por la Asamblea General de la ONU, convirtiéndose a partir de entonces en normativas del derecho internacional, comúnmente reconocidas.
Hess estaba loco, y en realidad no habia participado en los crímenes porque estuvo preso en Inglaterra. A los rusos no les convenia que saliera a relucir el asesinato de varios centeneres de oficiales polacos, ni a los americanos las bombas que tiraron sobre Japón. En Japón ejecutaron a Yamahita que no aprobaba las atrocidades que hizo un delegado de Hiroito, y ejecutaron a Matsui que era el comandante de ejército que hizo la masacre de Nankin por órdenres de Asaka, el tio de Hiroito. A Mac Arthr no le convenía que jusgaran y condenaran a Hiroito que era el responsable de las masacres, porque eso le hubiera dificultado la labor de gobernador. Cuando a Schacht le preguntaron si no se debería jusgar a los administradores de Opel, el tipo contestó que entonces habría que juzgar a la General Motors.