Al ver el lago de Atitlán en el siglo XIX, el explorador alemán Alexander von Humboldt lo llamó «el lago más bello del mundo». Es difícil poner en duda esta expresión ante este lago centelleante situado dentro de un cráter cercado por tres volcanes enormes, y rodeado por aldeas pequeñas pobladas por gente que aún habla dos dialectos mayas diferentes. El Atitlán se formó hace unos 84 000 años, cuando una erupción intensa abrió un socavón de 18km de diámetro y 900 m de profundidad, y lanzó ceniza volcánica más allá de Panamá, hacia el sur, y de la Ciudad de México hacia el norte. Mientras la lluvia llenaba el cráter, el magma situado debajo iba ascendiendo poco a poco por otras fracturas de la superficie terrestre, para dar lugar al trío de elevaciones volcánicas que hoy tienen entre 3 200 y 3 810 m de altitud Con una profundidad actual superior a 330 m, el lago carece de desagües superficiales, pero se se supone que está conectado con una red de ríos y corrientes subterránea. Normalmente, en estado de calma y transparencia, un soplo fuerte de la tarde llamado xocomil o «viento que se lleva lo pecados» puede azotar el lago y formar una espuma blanca peligrosa. Se puede viajar en autocar o conducir desde la Ciudad de Guatemala hasta la pequeña aldea artesanal de Panajachel.
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