Cuentos para crecer: Rosa Blanca

Con motivo del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto que se celebra el 27 de enero deseamos compartir la historia «Rosa Blanca».

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Rosa Blanca

Rosa Blanca

Cuando empiezan las guerras, la gente exulta. Después quedarán tristes…

Rosa Blanca vivía en una pequeña ciudad de Alemania. Sus calles eran estrechas, con fuentes antiguas y casas altas, sobre cuyos tejados iban a posarse las palomas.

Un día, aparecieron los primeros camiones y muchos hombres se subieron a ellos. Llevaban uniformes y saludaban. El alcalde Schroeder pronunció un discurso. Por todas partes colgaban banderas de colores y los niños saludaban. Por delante de las ventanas de la escuela, pasaron muchos camiones. En ellos iban soldados que nunca habían estado en la ciudad. Sus caras eran risueñas. Después llegaron tanques. Sus cadenas hacían brotar chispas de los adoquines, metían mucho ruido y olían a grasa.

Rosa Blanca

A veces daba la impresión de que nada había cambiado, pero, cada mañana, la madre le advertía a Rosa Blanca que tuviera cuidado al cruzar la calle. Los camiones de los soldados tenían prisa.

A Rosa Blanca le gustaba pasear a la orilla del río. Observaba las ramas que arrastraba la corriente y los viejos juguetes rotos que, a veces, flotaban en el agua. Le gustaba el color del río y ver el cielo en él.

Cada vez venían más camiones. Los niños se quedaban en la entrada de sus casas para verlos pasar. Sin embargo, no se sabía adónde iban. Se creía que al otro lado del río y que volvían vacíos. Un día, un camión se quedó parado. Los soldados tuvieron que arreglar el motor. De pronto, un niño saltó del camión e intentó escapar. Pero el alcalde Schroeder estaba allí, en medio de la calle.

Rosa Blanca

Agarró al niño por los hombros y lo arrastró hacia el camión. El alcalde sonrió amistosamente a los soldados, que le dieron las gracias. Los soldados llevaron al niño de nuevo al camión, subieron y continuaron el viaje. Un hombre de uniforme negro invitó al alcalde Schroeder a subir en su coche. Todo había sucedido muy rápido.

Rosa Blanca quería saber dónde llevaban los soldados al niño. Siguió a los camiones. Había mucha gente en la calle, como cualquier día después de la escuela. Los niños jugaban, había gente en bicicleta y campesinos en tractores. Pero Rosa Blanca no se fijaba en la gente y nadie vio cómo ella seguía el camión por la acera.

Tuvo que andar mucho. Salió de la ciudad. Atravesando campos, llegó a un bosque. El cielo estaba gris, el paisaje helado. A veces, echaba a correr. Siguió las huellas de las ruedas en el bosque y llegó a un claro.

Rosa Blanca

Se detuvo delante de una alambrada eléctrica. Detrás había niños, inmóviles como muñecos. Rosa Blanca no conocía a ninguno. Un niño muy pequeño dijo que tenía hambre. Rosa Blanca tenía todavía el resto de un bocadillo. Con cuidado, lo pasó por entre la alambrada.

El sol se ocultaba tras las colinas. Hacía viento. Rosa Blanca sintió frío.

Pasaron semanas. Fue un frío, pálido invierno. La madre de Rosa Blanca se asombraba del apetito de su hija, que llevaba a la escuela más de lo que podía comer en casa: bocadillos, mermelada y manzana. Sin embargo Rosa Blanca estaba cada vez más delgada.

Entre toda la gente de la ciudad, el único que seguía estando gordo era el alcalde Schroeder, que continuaba pronunciando largos discursos. Pero la gente ya no era tan amable y, desconfiados, se vigilaban unos a otros.

Rosa Blanca

Rosa Blanca ocultaba la comida en la cartera del colegio y tenía mucha prisa de salir de la escuela. Ahora ya conocía el camino de memoria.

En los barracones de madera, tras la alambrada, había cada vez más niños. Su aspecto era cada vez más demacrado y hambriento. Muchos de ellos, sobre la ropa, llevaban una estrella.

Cuando empezó a derretirse la nieve y los caminos se llenaron de fango, volvieron a pasar por la ciudad muchos camiones. Casi siempre circulaban de noche y esta vez en el otro sentido: se alejaban del río. No llevaban luces ni marcas se paraban. Los soldados parecían muy cansados.

De pronto una mañana, toda la ciudad se puso en movimiento. La gente había empaquetado cuando podía llevarse. El alcalde Schroeder ya no hacía discursos, tampoco llevaba uniforme. Tenía prisa. También había soldados entre la gente. Nadie parecía fijarse en ellos. Muchos cojeaban y estaban heridos. Pedían agua.

Rosa Blanca

Ese día desapareció Rosa Blanca. Había ido de nuevo al bosque. En la niebla, era difícil encontrar el camino. Rosa Blanca saltaba por encima de los charcos para no manchar sus zapatos. En medio del bosque, el claro había cambiado. Los barracones de madera habían desaparecido y estaba destruida la alambrada. Rosa Blanca dejó caer el bolso con la comida. Se quedó quieta, en silencio. Se movieron sombras entre los árboles. Eran soldados. Apenas se los distinguía. Para ellos, el enemigo estaba en todas partes. De pronto, sonó un disparo.

En ese momento, otros soldados llegaban a la ciudad. Sus camiones y sus tanques olían igual y hacían el mismo ruido, pero sus uniformes eran de un color diferente y hablaban en un idioma desconocido. Con los soldados regresaron personas que habían desaparecido de la ciudad años atrás.

La madre de Rosa Blanca esperó mucho tiempo a su pequeña hija. En el bosque, los árboles comenzaron a retoñar, las flores se abrían en el claro y, poco a poco, ocultaron los restos de la alambrada.

Había llegado la primavera.

Roberto Innocenti, Christophe Gallaz
Rosa Blanca
Salamanca: Lóguez, 1987

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

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