“Yo soy Bryan”

Clotilde Fonseca
clotilde.fonseca@gmail.com

Computadora

Corría el año 1993, cuando en un auditorio repleto de expertos internacionales mostré la animación del alunizaje de una nave espacial y el subsiguiente descenso de un astronauta quien, espléndidamente ataviado, plantó la colorida bandera de Costa Rica en la superficie lunar. Acto seguido, desplegué la programación que había hecho posible aquella producción. El auditorio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde nos encontrábamos, se cerró en un largo aplauso.

La animación era producto del trabajo de Bryan, un niño de sexto grado de una escuela pública costarricense. Seymour Papert y sus colaboradores del Laboratorio de Medios de MIT —quienes habían capacitado a los maestros que introducían a aquellos niños a la programación con un enfoque lúdico y creativo— sonrieron emocionados.

Pocos meses después, fui invitada a un convivio en una barriada de San Felipe de Alajuelita. Era sábado y había mucha actividad. De repente, en medio del tumulto, un niño se acercó a saludarme: “Yo soy Bryan”, dijo como introducción. Lo miré asombrada. Pude reconocerlo, a pesar de que ese día no llevaba su uniforme azul y blanco. Al ver su rostro, pasaron por mi mente, a gran velocidad, las imágenes de la presentación en el MIT, la gente, los comentarios, los aplausos…

Ahí estaba Bryan, en su entorno más personal y cercano que yo no conocía, el destacado Bryan, el niño que en la escuela pública de su localidad había logrado producir un proyecto memorable, digno del aplauso de muchos especialistas. Aunque no lo supiera, había saltado los límites de su entorno para ir mucho más allá.

Me he preguntado mucho en estos días si Bryan habría podido encontrar la arroba en cualquier computadora y cuán trascendente habría sido esa destreza puntual para su vida y su desarrollo. El lector habrá notado que la ubicación de la arroba depende casi siempre de la configuración del teclado, no siempre está en el mismo lugar y en algunos equipos se requiere inclusive activar una función para digitarla.

¿Será ubicar la arroba un indicador de desempeño mental superior e ignorar su posición en un teclado, un elemento descalificador de capacidad? ¿Existirá la arroba en una década?

La lucha por el aprendizaje práctico, centrado en lo inmediato, no siempre resulta la estrategia educativa más poderosa para los jóvenes que deben enfrentar un futuro que está en construcción, aunque sin duda tenga utilidad transitoria.

Pragmatismo de corta mira

El pragmatismo de corta mira no siempre es un camino que lleva al mayor logro. La ansiedad que a veces tenemos los adultos por dotar a las nuevas generaciones de lo que nos parece más útil en un momento dado, frecuentemente les roba a los más jóvenes la oportunidad de preparar sus mentes para los desafíos más complejos del futuro.

La introducción de la ofimática y de la instrucción asistida por computadora han sido siempre una tentación para los sistemas educativos. ¡Parece algo tan lógico! Marshall McLuhan ya nos advertía; sin embargo, sobre los peligros de asomarnos al futuro por el espejo retrovisor… Sin duda estos intentos están llenos de buenas intenciones. No son por ello; sin embargo, los más lúcidos.

Vale la pena señalar que, años más tarde, encontré a otro Bryan, quien había sido estudiante del Programa Nacional de Informática Educativa (Pronie) de la Fundación Omar Dengo (FOD) y quien se había convertido ya en profesional de la informática. Trabajaba en un importante organismo financiero internacional. Por una curiosa coincidencia del destino, a este otro Bryan le tocó defender ese programa de informática educativa frente a un funcionario internacional.

En una reunión de trabajo en la que participaba, el funcionario afirmó que era un programa que le parecía caro.

Debo decir que sabía poco este señor, puesto que el costo anual por estudiante del programa asciende hoy a tan solo $38, si consideramos los 740.000 estudiantes que se benefician año a año. Esto equivale a ¢20.596 al tipo de cambio actual, o bien, el equivalente aproximado a dos entradas básicas para ver un “clásico” del fútbol nacional.

Según me confesó este otro Bryan el día que lo conocí, él se sintió en la obligación ética de contar su propia historia personal, para explicar la trascendencia de este tipo de inversiones para el futuro de un país y cómo no pueden ser despachadas simplemente como un gasto. Me viene a la memoria en este contexto la historia de Karla: de ella sé de donde partió y donde está, pero merece un artículo aparte.

Inversión en futuras generaciones

Evidentemente, es mucho más barato para una sociedad formar a las nuevas generaciones que luego tener que compensar con intervenciones sociales o inclusive, recluir a algunos de sus miembros. Jesse Jackson, líder afroamericano y activista de los derechos humanos, lo planteó con claridad en alguna ocasión, al señalar, usando un ingenioso juego de palabras, que es más barato para la sociedad mandar a un niño a Yale —una de las grandes universidades norteamericanas— que mandarlo a la cárcel: “It is cheaper to send a kid to Yale than it is to jail”.

Las sociedades más evolucionadas calibran sus inversiones cuidadosamente. Las que destinan a la formación de su recurso humano suelen ser las más rentables socialmente, y las más productivas económicamente en el mediano y largo plazo. Pero hay que tener claro que es imposible estimular el talento humano desde la escuela y el colegio, sin fomentar también la vocación, la formación y la capacidad de los docentes.

No debe sorprender, por lo tanto, la inversión sistemática que siempre hizo el Pronie, no solo en tecnología informática, telemática y robótica, en su mantenimiento y en la reposición de equipos y la ampliación de la cobertura, sino también en la preparación y seguimiento activo de los docentes y, en las primeras etapas, también de los directores. El país le debe mucho a los docentes, asesores y asesoras de informática educativa del Ministerio de Educación Pública (MEP) —y de la FOD y las universidades— que iniciaron esa revolución en 1988 y que continúan aún hoy en esa labor titánica, compleja, exigente y multidimensional, que no acaba nunca.

Costa Rica les debe mucho también a los ministros y ministras de Educación que durante nueve administraciones comprometieron su esfuerzo para sacar adelante la tarea, y a los de ciencia y tecnología que también apoyaron entusiastamente los esfuerzos para proyectar los laboratorios de informática educativa a las comunidades donde se instalaron. Debe reconocerse asimismo el apoyo de quienes ocuparon la Presidencia de la República y el Ministerio de Hacienda por haber comprendido el valor estratégico de sostener un esfuerzo nacional que hizo un aporte auténtico, más allá de los cambios de gobierno.

Los proyectos educativos y sociales de gran impacto nacional son aquellos que logran sincronizar y potenciar el esfuerzo y las visiones de múltiples actores y sectores. Hoy sabemos que el trabajo en equipo y la colaboración está en la base de la evolución y la subsistencia humanas. Gobernar es priorizar y los líderes de un país tienen la obligación de ofrecer lo mejor a los Bryans y a las Karlas de esta tierra. Daría cualquier cosa por reencontrar a estos dos Bryans —aunque cambié sus nombres, se trata de personas e historias reales— como es real la necesidad imperiosa que tiene el país, en este momento, de cultivar, de manera efectiva, los talentos jóvenes.

Exdirectora de la Fundación Omar Dengo y exministra de Ciencia y Tecnología.

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