Un día como hoy 29 de junio 2023

Días malos en la historia 29 de junio 1937

Pensándolo bien: El día superdupeditado del Primer Ministro

«Cuando me senté a hablar con él, me di cuenta de que es un hombre que realmente ama a sus semejantes y a su país, y que haría cualquier sacrificio por su bien. Que se siente un libertador de su pueblo de la tiranía… Mientras hablaba con él, no podía dejar de pensar en Juana de Are. Es claramente un místico». -William Mackenzie King, Primer Ministro de Canadá, tras reunirse con Adolf Hitler.

William Mackenzie King se despertó en Berlín la mañana del 29 de junio de 1937, lleno de celo bíblico. Las Escrituras que había leído la noche anterior -algunas en voz alta a su difunta madre, con la que se comunicaba a menudo en sesiones de espiritismo (junto con sus perros muertos)- le auguraban éxito en las entrevistas del día. Primero iba a entrevistarse con el alto nazi Hermann Göring, y después con el propio Adolf Hitler. «Ciertamente, parece ser el día para el que nací», concluyó King tras considerar las señales providenciales.

Y menudo día resultó ser, en el que el diabólico führer barrió de un plumazo al crédulo primer ministro canadiense.

La reunión matutina con Göring transcurrió espléndidamente. La mano derecha de Hitler sondeó a King sobre la posible reacción de Canadá ante una teórica anexión de Austria, y luego le aseguró que no se estaba considerando tal plan. (Se ejecutó en marzo siguiente.) «También habló de la apretada posición de Alemania, anotó desapasionadamente el primer ministro en su diario, «y de la necesidad de que tuviera oportunidad de expandirse en Europa.»

Göring acababa de exponer un avance de los acontecimientos venideros, tras lo cual King, sin darse cuenta, ofreció uno de los suyos: El primer ministro británico Neville Chamberlain era un hombre de paz y no haría nada para interferir en las ambiciones de Alemania (que, como se vio después, incluían destrozar Checoslovaquia).

A continuación fue a ver al führer, de quien King quedó prendado al instante. Las facciones de Hitler eran las de un «hombre tranquilo y pasivo, profunda y reflexivamente serio». Su piel era suave; su rostro no presentaba líneas de fatiga o cansancio». La «sonrisa muy agradable y dulce de Hitler dejaba pocas dudas de por qué el pueblo alemán le quería tanto». Pero los ojos soñadores del monstruo cautivaron a King por encima de todo: «Había una cualidad líquida en ellos que indica una aguda percepción y una profunda simpatía».

King se deshizo en elogios hacia Hitler durante su reunión, que tuvo lugar dos semanas antes de la gran inauguración de Buchenwald, el campo de concentración más nuevo de Alemania. «Hablé… de lo que había visto del trabajo constructivo de su régimen, y dije que esperaba que ese trabajo continuara, repuso el primer ministro. «Que nada se prepararía para destruir ese trabajo. Que estaba destinado a ser seguido en otros países para gran beneficio de la humanidad».

Claramente encantado con su colega soltero (y, como él lo veía, su alma gemela mística), King estaba dispuesto a tragarse casi cualquier podredumbre humeante que el führer tuviera a bien vomitar sobre la paz: «Hitler me dijo: ‘Mi apoyo viene del pueblo, el pueblo no quiere la guerra’. Esto me impresionó mucho… una verdadera nota de humildad».

Al cabo de una hora y cuarto, entusiasmado por «el privilegio de una entrevista tan larga», King se marchó con una foto del führer con un marco de plata y una inscripción personal. «Le hice ver que lo apreciaba mucho, le estreché la mano y se lo agradecí calurosamente, diciéndole que apreciaba mucho todo lo que expresaba de su amistad, y que siempre valoraría profundamente este regalo».

Luego, «le deseé lo mejor en sus esfuerzos por ayudar a la humanidad».

Tomado del libro «More Bad Days in History»